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Benito Juárez

13 de febrero de 2019

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No fue hasta 1852 que el abogado Benito Juárez ocupó la gobernación del estado de Oaxaca, en México. En el lapso de solo cinco años don Benito realizó un trabajo muy destacado, organizó la vida de ese estado, dotándolo de legislación y librándolo de deudas. Al cesar en el cargo, don Benito retorna a la enseñanza y al ejercicio de su profesión, en la que prioriza la defensa del indio ante los despojos de que es víctima.

Corre el año de 1853 y el general Antonio López de Santa Anna –a la sazón presidente de México– hace cuanto puede por mantener en la penumbra al antiguo gober­nador don Benito, cuyo prestigio tanto se acrecienta dentro de la convulsa situación política del país. El mismo general Santa Anna es quien ordena la detención de Benito Juárez y su expulsión inmediata hacia Europa en el paquebote Avon. El 5 de octubre de 1853, sobre las once de la mañana, recibe Juárez la orden de partir; y con ella, el pasaporte.

Cuenta Héctor Pérez Martínez, uno de los biógrafos del Benemérito, que “Juárez llega a La Habana el día 9 de octubre. El Avon le deja en el muelle y el desterrado va a penetrar a la ciudad sin un solo centavo. Ya cruza los últimos tablones del muelle cuando se siente llamado.

 “—¿Quién es Benito Juárez, pasajero del Avon?

“Él se vuelve.

 “—Servidor.

“—Tengo orden de entregarle este dinero.

“¡Ah, sus buenos amigos del partido liberal! Este dinero tiende entre el desterrado y su terruño un puente de alegría. Ya en la serenidad de su hospedaje, Juárez siente en la carne y en la sangre un nuevo horror. Gusta de ir, por las mañanas cálidas de La Habana, a pasearse por la playa y allí es testigo del espectáculo atroz de la esclavitud. Pasan los negros en su silencio de bestias y Juárez adivina en el temblor de su propia piel cobriza el grito tremendo de su libertad. Y este pueblo que vive aún bajo el látigo y el yugo conmueve tan hondamente al indio que un éxtasis doloroso le sella los labios. Embarca para Nueva Orleans el 18 de diciembre”.

Otras dos muy breves escalas realiza Juárez en La Habana. Sin embargo, el vínculo entre el insigne mexicano y Cuba tuvo una cimentación mucho más cálida que aquella que pudiera emanar de unos pocos días de estancia en la capital. La relación de veras profunda se enraizó a través de su amistad con el cubano Pedro Santacilia, a quien conoció en Nueva Orleans. En mayo de 1863 casó Santacilia con Manuela, la hija mayor de Juárez. Llegó a ser secretario particular de don Benito hasta su fallecimiento, y con posterioridad, albacea de la cuantiosa corresponden­cia y papelería juarista.

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