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Bendecida por el agua

30 de agosto de 2017

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“Fuentes de agua” que despliegan las rocas, en su intransitable proclividad subterránea, es Guanabacoa, distinguida como “sitio de aguas”, las mismas que precipitadas, alcanzan la carnosidad del suelo, desbordándose en sus intersticios y al segregarse hacia el interior, son acogidas por acuíferos melodiosos que en su permeable deseo de contenerlas, se ven obligados a liberar su cauce íntimo, manantiales del tiempo que se insertan en la historia de esta tierra, alrededor del siglo XVII, con el descubrimiento de la Fuente del Obispo, situada en las vastas enaguas de la Loma de la Cruz.

Historiadores como Cayetano Núñez de Villavicencio nos refiere que, “…la fuente fue descubierta por el Ilustrísimo Sr. Don Jerónimo Valdés, quien la abovedó ; que el Ilustrísimo Sr. D. José María Peñalver y Navarrete le hizo la cañería en 1804, y por último que en el año de 1833 se construyó la actual bóveda , estanque y cañería cubierta a expensas de la Sra. Doña Catalina Estrada de Mantilla…”[i] Mientras que Elpidio de la Guardia reseña lo siguiente: “…El primer manantial descubierto a unos doscientos metros de la calzada de Luyanó, fue el que más tarde se conoció con el nombre de “Fuente del Obispo” debido a que el Ilustrísimo Sr. Don Nicolás de la Torre, que gobernó la Iglesia durante los años de 1646 a 1655, curó sus males y le construyó una caseta a la fuente.”([ii]) Como se puede apreciar, en esta búsqueda que aún se nos antoja inconclusa, rozamos con algunas imprecisiones históricas en cuanto a fechas, personajes y escenarios, no obstante, fuentes locales convienen que para 1755, el Obispo Morell puntualizó sobre la existencia de dicha fuente –aunque prescindiendo del nombre–, mientras que en las Actas Capitulares registradas hacia 1762, se le confiere un carácter histórico a este lugar, de consagraciones termales, pues nuestro glorioso Pepe Antonio, recibió en dicho espacio, su último cometido, en la incansable defensa de este suelo, que se tornó, desde la fisura continua de las rocas, el líquido esbelto de sus entrañas.

A partir del siglo XIX y hasta mediados del XX, el sitio se identificó con una tarja, inscrita –con loables intenciones y afanes de agradecimiento–, por del Ayuntamiento de la Villa de la Asunción, donde se le concede la gracia de su descubrimiento al Obispo Jerónimo Valdés, acreditando además, la labor de conservación de Don José María Peñalver y Navarrete, antes mencionado”… huésped favorecedor, para conservar el manantial en toda su pureza, de su peculio agregó la cañería que lleva al Pilón”.

Luego del triunfo vigoroso de la Revolución, durante la década del 60, una nueva inscripción arropará las crónicas de este paraje, en sus peliagudos encuentros y desencuentros, la cual se imprime como sigue: “Fuente del Obispo. Este fue el primer manantial descubierto en esta zona a mediados del siglo XVII y popularizado con el nombre de Fuente del Obispo. Tan ricas eran las bondades de sus aguas, que llegó a ser el más famoso de Guanabacoa. En 1804 se le hicieron grandes mejoras, entre ellas, la bóveda que cubre el manantial. El Gobierno Revolucionario lo ha reconstruido y declarado Monumento Nacional. Guanabacoa, Agosto de 1965”.

Lo cierto es que el agua discurre entre venas y diaclasas –no posee un único nombre–, se detiene por instantes, ante la insistencia humana de bautizar todo lo que le rodea, ante la urgente resequedad de los vestuarios, ante el reclamo del sediento y la súplica lastimosa de los pacientes, otros afluentes se apodarán por entonces: “Los Frailes”, “San Agustín” y “Fuentes Blancas”, baños y pozos acunarán la rutina de sus favorecidos, entrado ya el siglo XIX y serán reconocidos como: El Baño de Santa Rita enclavado en calle Cadenas entre Jústiz y San Sebastián, el Baño de Barreto localizado precisamente en Barreto esquina a Padilla, así como, el pozo de los Corrales, ubicado en Corrales y Nazareno, el pozo de Succino asentado en calle Maceo entre Pepe Antonio y Nazareno, sin dejar de mencionar, a otros pozos principales como: el de los Papas, el de los Olivos y el María Trinidad. Debo resaltar, estimados lectores, la existencia de hermosos brocales que distinguían los pozos de algunas nobles residencias, de igual manera, los rústicos pretiles, cual sencillos antepechos, limitaban los magnánimos boquetes de aquellos pozos fraguados para embeber el cotidiano oficio, en las humildes vecindades de Guanabacoa.

Resulta innegable, mis amigos, a Guanabacoa le nacía dentro, la sangre de ferrosos minerales, mezcla apoteósica que Alejandro de Humboldt no dejó de resaltar, durante su estancia en esta Villa, “fuentes de agua”, así les llamaba a las intercepciones de su rumbo, resueltas para inundar el cuerpo y el alma de sus visitantes. Hoy, el lastre de las impurezas, ha maculado el ciclo virtuoso de aguas, los Manantiales de la Cotorra, oquedades recientes, acogen solo el rumor de la soñada grandeza. Esta Villa que tantas denominaciones le han conferido, es, en su señorial languidez, follaje líquido que despunta desde la rocosa perforación de la memoria.

 

Notas:

[i] Nuez de Villavicencio, Cayetano: Noticias Históricas de la Villa de la Asunción de Guanabacoa. Memorias de la Sociedad Económica. Página 98.
[ii] De la Guardia, Elpidio: Historia de Guanabacoa. Página 85.
[iii] Actas Capitulares del Ayuntamiento de Guanabacoa. 25 de agosto de 1762.

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