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Bella, fea o regular

2 de julio de 2022

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Con esponja y un líquido de marca, limpió el espejo. De él quería la verdad y solamente la verdad. Se daba vueltas. De frente, de un lado, del otro lado, por detrás. Emitió el juicio. Los senos, demasiado pequeños. Las caderas, demasiado anchas. La cintura, más o menos. Las piernas no eran delgadas, pero tampoco bien torneadas. Inspeccionaba el rostro. Los ojos no eran como los de su hermano, quien se llevó la marca de fábrica de los del abuelo. La nariz, los labios y el pelo, pasaban la rigurosa inspección. No quedó conforme con la imagen escrutada. Un chasquido triste salió de sus labios. Tan abstraída estaba que no notó que desde el comienzo de la tarea, el abuelo la observaba.
Este abuelo, antiguo buen profesor, sabía matizar su voz. Y sonaron divertidas las palabras y no ofensivas, cuando preguntó a la adolescente: ¿Te vas a ofertar en una Venta de Garaje? La sorprendida no encontró respuesta en el primer momento. Emitió un sonido cercano a un sollozo para ablandar al anciano. “Tienes una nieta fea, muy fea”. Y lo hizo sonreír. No se ganó una frase cariñosa, pero obtuvo un premio mejor. El anciano la invitó a visitar su dormitorio. Desde la muerte de la abuela, ni ella ni sus hermanos habían regresado al lugar. Él lo impedía. Se sorprendió. Todo permanecía en su sitio y tan ordenado y limpio, igual que en los tiempos de la abuela. El anciano abrió una gaveta del tocador, la adolescente recordó que la abuela la llamaba la coqueta, y extrajo el sobre de las viejas fotos. La sonrisa de él hizo desaparecer la expresión triste de la nieta. Volcó las fotos en la cama, tendida sin una arruga. Y la invitó a curiosear. Él establecería el orden de esas cartulinas amarillentas por la marca del tiempo. Deseaba ser preciso. Inclusive, situar las imágenes en tiempo y lugar. A él ya la memoria le escatimaba hasta hechos concretos.
Los resortes comunicantes entre los sentimientos y las zonas cerebrales, todavía no están codificados, pero existen. Los sentimientos y la memoria del viudo se entrelazaron y desasieron la cinta rosa que unía un grupo de fotos. Las colocó en un orden y sonrió. Ella reconoció que esa sonrisa no era para ella. Era para una joven de cabello largo movido por el viento de la playa. Llevaba una trusa entera que insinuaba un cuerpo esbelto, pero que no dejaba ver nada. Esa era la abuela de los días del noviazgo. Era linda, la abuela. Otra foto ya con el tío cargado. Todavía, delgada pero ya con el pelo corto. En esta ya aparecía su mamá y la abuela ya usaba pantalones y estaba más gordita. Otra con la abuela y el pelo más corto y ya se teñía. Y desfilaron más fotos hasta la abuela que conoció que de gordita pasó a una gorda todavía con cintura y con dientes naturales. Y la última foto, la que le hicieron sin que se diera cuenta porque ya andaba con el bastón por la fractura de la cadera.
El anciano contempló el rostro embelesado de esta chiquilla de buenos sentimientos. Y sintió lástima al confesarle la verdad. El tiempo pasa, se lleva la belleza. No te aferres a ella. Rápida surgió la respuesta entre la sonrisa pícara. Por eso, abuelo, tengo que aprovecharla al máximo. El anciano se quedó sin respuesta.
Era una chiquilla criada en el amor de la familia toda. Una familia en que todos ejercían su derecho a opinar y no guardarse nada por dentro. Y le dijo: Todas estas mujeres forman la abuela que de contarte cuentos cuando eras pequeña, te ayudó después en las matemáticas que te agobiaban. Una abuela que en el físico cambiaba como cambiarás tú. No te obsesiones por tu imagen física. Cuida tu presencia, pero no la hagas el centro de tu existencia.
La chica asintió con la cabeza, pero en voz baja y melosa expuso su criterio que el abuelo aceptó con un movimiento de cabeza y el saboreo interior por esta nieta sincera. Si hacía meses que por el virus vivía encerrada, si sus amigos de la escuela solo la veían por whatsapp, quería que la vieran bonita el día del regreso a las aulas.

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