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Beethoven en Martí

18 de diciembre de 2020

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Ludwig-van-BeethovenEsta semana ha sido de conmemoraciones en muchos lugares del orbe por los 250 años del nacimiento de Ludwig van Beethoven, quien viera la luz en la ciudad de Bonn el 16 de diciembre de 1770. Un amante de la música como José Martí dejó pruebas escritas de su aprecio por la creación del gran compositor alemán.
La primera referencia la hallamos en una amplia crónica acerca de un concierto del formidable violinista cubano José White Laffite en el Conservatorio de Música y Declamación de la Ciudad de México la noche del 11 de junio de 1875, quien, junto con el pianista puertorriqueño Gonzalo Núñez, interpretó una sonata en do menor de Beethoven.
Muchos años después, ya en Nueva York, la pluma martiana da noticia a sus lectores en el diario “La Opinión Nacional” de Caracas, acerca de una semana musical en mayo de 1882 en esa urbe, durante la cual una orquesta de 300 instrumentos y 800 voces ofreció “la misa de Beethoven místico, que no cede en belleza a la “Pasión de San Mateo” de Bach arrebatado.” Lo más probable es que Martí aludiera a la “Misa Solemnis en Re, Opus 123”, compuesta para su protector, el archiduque Rodolfo, en la sede arzobispal de Ormutz. Lo interesante son los adjetivos que emplea para ambos autores de piezas de sentido cristiano: el primero, “místico”; el segundo, “arrebatado”. Denota con ello valoraciones diferentes para uno y otro, por cierto no muy usuales entre los estudiosos de estos maestros.
Al narrar las fiesta del Decoration Day, día de recuerdo de los difuntos en Estados Unidos, Martí suelta su prosa de imágenes para describir una de las más reconocidas composiciones de Beethoven: “La marcha fúnebre de Beethoven, como un crespón que se va tendiendo lentamente… con esas hondas palabras musicales semejantes a almas heridas que suben por el aire a suspender sus vidas en el cielo.” Esta marcha es el segundo movimiento de la “Sinfonía no. 3 en Mi bemol mayor, Opus 55”, conocida como Heroica, y ese movimiento se ha convertido en obra muy usual en las ceremonias fúnebres.
El 1º de abril de 1889 el periodista de “La Nación”, diario de Buenos Aires, inicia su primera crónica de ese mes al con la temporada del Teatro de la Ópera neoyorquina, cuya temporada, bajo la conducción del afamado director Hans Guido Friedrich von Bulow, la califica de “romería”, término, sin embargo, que dice “no es hacer hablar, llorar y reír a la Octava Sinfonía de Beethoven.” De ese modo parece aludir a la complejidad de esa obra, cuya interpretación no se puede comparar con un agradable paseo campestre.
Finalmente, en “La Edad de Oro” le dedica a Beethoven unas líneas en su texto titulado “Músicos, poetas y pintores”, publicado en el número de agosto de 1889 de esa revista para niños. Allí cuenta que de niño ya el músico había compuesto tres sonatas, y que fue a los veintiún años que “empezó a producir sus obras sublimes.”
Apreciador perspicaz y apasionado de la música, no hay dudas de que para Martí fue Beethoven de los grandes exponentes de esa arte, para él “que tan diversas impresiones ejerce en nuestras almas.”

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