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Aventuras y desventuras en el Caribe de los hermanos Lafitte (I)

19 de septiembre de 2013

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Famosos como pocos entre los corsarios y piratas del turbulento Caribe, los hermanos franceses Jean y Pierre Lafitte fueron protagonistas de historias y leyendas estrechamente relacionadas con Cuba a inicios del siglo XIX.
Eran “corsarios unas veces, piratas las más, negreros cuando venía el caso, traficantes siempre y, si merecía la pena, espías a sueldo del que mejor les pagara”, como dijo Francisco M. Mota, apasionado estudioso de la piratería.
Tan grande fue el vínculo de aquellos demonios del mar con la mayor de las Antillas que es muy posible –según algunos especialistas- que entre los muchos Lafitte y Lafita nacidos en Cuba, se encuentren acaso las “únicas ramas vivas de su árbol genealógico”.
Retoños de vascos españoles emigrados a Francia, hijos y nietos de marinos, los hermanos Jean y Pierre Lafitte hicieron desde muy temprano carrera en el mar.
Sobre Jean, el mayor, se conoce que desde 1794, con trece años de edad, navegaba como grumete en un buque negrero. Y luego pasó a ocupar el puesto de piloto en un mercante que iba con destino a las Indias.
Dedicado ya por entero a la piratería, tras una corta estancia en Francia, su tierra natal, se hizo de un bergantín en corso, guarnecido por casi un centenar de hombres y media docena de cañones. Con él zarpó junto a su hermano Pierre hacia las Antillas.
Su centro de operaciones y refugio sería a la sazón la isla de Guadalupe, mas no pasó mucho tiempo para que ésta cayera en poder de los ingleses.
Para escapar de tan incómoda situación, los Lafitte tuvieron que mudarse a Cartagena de Indias, donde serían muy bien acogidos, y sus barcos estarían entre los primeros en enarbolar la bandera corsaria de la nueva nacionalidad.
Pero como Cartagena de Indias  era un difícil mercado para el fruto de sus fechorías, descubrieron rápidamente el de la incipiente Nueva Orleáns, donde se inscriben como pacíficos herreros., aunque en realidad –y esto era sabido por “los más respetables vecinos”- son piratas dedicados al sucio comercio de esclavos o bien por la vía de su captura en África o por el asalto a otros barcos negreros cerca del Caribe.  Los Lafitte llegaron a convertirse en los comerciantes de esclavos africanos más competentes del momento. Por iniciativa propia en vez de vender a tanto la pieza de ébano –como llamaban a los negros esclavos- los ofrecían en pública subasta a peso la libra: Los pesan y, si tienen ciento cincuenta libras, reciben ciento cincuenta pesos. ..
Por cierto, se dice que en la herrería de Nueva Orleáns, los Lafitte no guardaban ni el botín pirateado ni los esclavos en venta. Para almacenar ambas cosas, y dar descanso a sus hombres y carenaje a sus barcos, se habían ingeniado una serie de enclaves disimulados en el delta del Mississippi.
De ellos el más famoso fue el designado por el nombre quijotesco de Barataria.

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