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Apreciaciones de José Martí en torno a Francia

8 de julio de 2016

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Busto de José Martí en Montpellier, bulevar Louis Blanc. obra del escultor cubano Alberto Lescay Merencio

Busto de José Martí en Montpellier, bulevar Louis Blanc. obra del escultor cubano Alberto Lescay Merencio

 

En un trabajo publicado en La Opinión Nacional, de Caracas, en 1882 José Martí  destacó que Francia es la patria de los hombres, y la madre generosa de su libertad, que riega con su sangre los árboles que siembra.

Él tuvo la posibilidad de conocer este país europeo en la etapa final de 1874 cuando se dirigía de España hacia los Estados Unidos y de ahí hacia México con el objetivo de reencontrarse con sus padres y hermanas, quienes se habían trasladado y radicado en ese país de América Latina desde mediados de ese año.

Martí había permanecido en España desde que fuera deportado de su tierra natal en enero de 1871 tras haber padecido por sus convicciones patrióticas el presidio político y la realización de trabajo forzado. Tras una permanencia de casi cuatro años en el territorio español donde vivió primero en Madrid y después en la ciudad de Zaragoza,  en la provincia de Aragón, emprendió el viaje hacia México y primero llegó a París.

En la capital francesa permaneció varios días. Allí tuvo la oportunidad de hacer un recorrido por los lugares más bellos y típicos de la ciudad  y también se interesó y logró  visitar famosos museos en los que había obras maestras de todos los tiempos. Igualmente indagó y buscó libros de las más grandes  figuras de la novela y la poesía de dicho país.

Con esto José Martí evidenció el ansia que tenía por conocer todo lo bello que estuviera relacionado con el arte y que contribuyese así a hacer más grata y placentera la vida.

Martí fue un gran admirador de la cultura francesa y además tuvo conocimientos de su idioma. Se puede decir que para él constituyó siempre una ilusión el poder apreciar directamente la ciudad de París, que representaba entonces el centro cultural del mundo, y corazón del pueblo que abrió con su labor una nueva etapa hacia la libertad.  Sintió una gran admiración por el pueblo francés. Martí disfrutó a plenitud ese encuentro con singulares obras de arte y el poder apreciar en sentido general la pujante cultura francesa y el reflejo de otras manifestaciones de diversos países de Europa que se hacían presente en París.

Algún tiempo después de haber realizado esa visita a Francia, José Martí, ya en México, encaró la tarea de traducir una de las obras de un notable escritor francés, en este caso el novelista Víctor Hugo.

A Víctor Hugo lo llegó a calificar como  “cabeza universal” y como una inteligencia que va más allá de los idiomas, y lo sintió como a un padre.

En una crónica titulada Variedades de París que Martí publicó en México, en la Revista Universal, en la edición del tres de abril de 1875, comentó en relación con las apreciaciones que había tenido durante su breve permanencia en la capital francesa y también con respecto a Víctor Hugo.

Señaló:  “Yo he visto aquella cabeza, yo he tocado aquella mano, yo he vivido a su lado esa plétora de vida en que el corazón arece que se ancha, y de los ojos salen lagrimas dulcísimas, y las palabras son balbucientes y necias, y al fin se vive unos instantes lejos de las opresiones del vivir. El Universo es la analogía. Así Víctor Hugo es una montaña coronada de nieves, de la que a montones se escapan rayos que recibe del mismo Padre Sol.”

La doctora Carmen Suárez León, investigador titular del Centro de Estudios Martianos en su Crónica sobre un encuentro probable, afirmó al respecto:  “Por la lectura de este texto Martí parece haber saludado a Hugo en algún momento y haber sostenido palabras con él. Su deslumbramiento es enorme, tanto que ese instante parece ser comoun momento de libertad interior, un momento en que se libera de la angustia que va sintiendo en esos  días.”

Casi tres lustros más tarde José Martí escribió acerca de Francia y de un acontecimiento de carácter mundial que tenía lugar en su capital, en este caso la Exposición de París. Hizo referencia a ello en un extenso trabajo publicado en la tercera edición de la revista “La Edad de Oro”, en septiembre de 1889.

En la parte inicial de ese trabajo, que fue el más largo de los reflejados en las cuatro ediciones de la citada publicación, resaltó: “Los pueblos todos del mundo se han juntado este verano de 1889 en París.” Y recordó que esa exposición se realizaba con motivo del centenario de la Revolución francesa.

En el desarrollo del trabajo no solo describió con singular maestría, pese a que él no se hallaba en París, las características de los distintos pabellones de muchos de los países participantes en la exposición y las actividades que se realizaban, sino también resaltó la majestuosidad de la Torre Eifell, símbolo de París, a la que calificó como “el más atrevido de los monumentos humanos.”

E igualmente resaltó lo que ocurría durante la Exposición de París  en la zona específica donde está situada la torre Eiffel: “¡El mundo entero va ahora como moviéndose en la mar, con todos los pueblos humanos a bordo, y del barco del mundo, la torre es el mástil! Los vientos se echan sobre la torre, como para derribar a la que los desafía, y huyen por el espacio azul, vencidos y despedazados. Allá abajo la gente entra, como las abejas en el colmenar: por los pies de la torre suben y bajan, por la escalera de caracol, por los ascensores inclinados, dos mil visitantes a la vez; los hombres, como gusanos, hormiguean entre las mallas de hierro; el cielo se ve por entre el tejido como en grandes triángulos azules de cabeza cortada, de picos agudos.”

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