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Ante los 95 años de Fidel Castro, seguidor de José Martí

13 de agosto de 2021

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Fueron muchas las veces que Fidel mencionó a Martí o que repitió sus ideas. Es evidente que él conocía bien la vida, la obra y las ideas del Maestro. Y lo significativo es que Fidel Castro fue un consecuente martiano y nos demostró cabalmente que aquel es un hombre de todos los tiempos.

Fue martiano Fidel al condenar la desvergüenza en que hundieron a la sociedad cubana los gobiernos prerrevolucionarios. Fue martiano Fidel al aglutinar a un amplio grupo de jóvenes contra el golpe militar de Batista el 10 de marzo de 1952, para afrontar esa tiranía mediante una contienda armada, tan necesaria como la Guerra de Independencia de 1895, porque no había otra salida.

Desde sus tiempos estudiantiles, sus lecturas de los textos del Maestro influyeron en su formación humana y le condujeron a una su adhesión consciente y voluntaria a su pensamiento: Martí fue ejemplo y acicate para Fidel en su acción revolucionaria y en los amplios horizontes que lo impulsaron.

Quizás eso sea precisamente lo primero que habría que decir: Martí no fue moda pasajera en Fidel, ni fuente de aprendizaje durante un determinado período de su vida, ni recetario oportuno para cortar cualquier mal, ni siquiera solo influjo intelectual.

Desde muy joven, Fidel se identificó con la doctrina moral, con la lógica del pensar y con la plena entrega de Martí al cumplimiento de sus objetivos revolucionarios, encaminados a subvertir a plenitud la sociedad entonces vigente y abrir paso a un país diferente. Sin embargo, es evidente que Fidel no deificó al Maestro, por mucho que este guiara a menudo, sino que a lo largo de su vida sostuvo un diálogo permanente con él. De ahí, pues, que ni sus ideas, ni sus proyectos ni su propia personalidad sean un calco, una copia, un remedo de Martí. Fue la suya una identificación creadora, tanto, que nadie yerra cuando afirma que hay un pensamiento propio en Fidel Castro, en lo cual se expresa su asimilación verdadera de la constante apelación martiana a la originalidad de cada cual, de cada sociedad, de cada época.

“Desatar a América y desuncir al hombre” fue una de las variadas maneras en que Martí sintetizó la vastedad y penetración de sus propósitos. Como al referirse a Cuba quiso una república “con todos y para el bien de todos”, y donde “el culto de los cubanos a la dignidad plena del hombre” fuera “la ley primera” de esa república. Cuba, las Antillas, nuestra América, urgidas de cambio y de defensa para alcanzar el equilibrio del mundo, para abrir paso a sociedades sin marcadas polarizaciones, para alcanzar seres humanos menos abestiados, para que se viera el decoro como la luz.

 

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No hay dudas de que el amor a la patria, el apego a los pobres de la tierra, la fe en el mejoramiento humano y en la utilidad de la virtud son componentes esenciales de la personalidad de Fidel, aprendidos e interiorizados desde Martí. Así, las especiales cualidades de Fidel como líder político (su antimperialismo y su rechazo a las degradaciones del capitalismo, su constante accionar en pos de la unidad de cuantos fueren posibles de ser unidos, su extraordinaria aptitud previsora, su talento para la respuesta inmediata ante cualquier obstáculo o peligro, su creencia en la capacidad de mejoramiento del ser humano, su perspicacia para valorar a las personas), deben mucho a su comunión con Martí. Y, además, su entrega a sus ideales, su inquietud cognoscitiva y espiritual, en fin, su condición humana llevan, con su indudable toque personal y de estilo, el sello martiano. Cuánta verdad, pues, en su declaración pública de 1955: “Es el Apóstol el guía de mi vida.”

Por eso hay que hablar de Fidel, siempre, y por encima de todo, martiano. Y por eso hemos de acompañarles, a Fidel y a Martí, en la hermosa pelea por el bien del hombre, por un ser humano digno y con decoro, lid en la que tenemos que continuar bregando en Cuba y en el mundo de hoy.

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