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Anhelos de los precursores de Norteamérica

22 de febrero de 2013

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Estados Unidos alcanzó la independencia de Gran Bretaña en 1783 luego de sus acciones de una guerra revolucionaria. Aunque estuvo ligada con el horizonte de otras coyunturas bélicas como las guerras napoleónicas y el Acta de Embargo de 1808 que van a influir en el desarrollo industrial del joven Estado. Pero de inmediato demostró su sed de tierras que les fueron arrebatadas a sus indígenas en gran parte aniquilados.
Las acciones de dudosa legalidad ampliaron su territorio. A punta de pistola compró a España el territorio de la Florida. Mientras Napoleón les vendió las extensas tierras de la Louisiana. Aquella voracidad sin límites les llevó a penetrar en Texas, que hizo honor a su interés de no recibirlos con la frase “yanqees go home”. Pero la mirada de aquella loca carrera por abarcar cada vez más espacio no estuvo satisfecha.
Al sur  les quedaba México y en solo dos años sufrió la amputación de 1 000 000 millas cuadradas. De tal acto agresivo Estados Unidos se posesionaron del territorio de Texas, Santander,  Nuevo México, Cohuauilla, parte de Vizcaya y Sonora. Quedaba en el horizonte apetecido por los yanqees la isla de Cuba al sur.
La extensión este-oeste reafirmó a la mayor de Las Antillas como un espacio preponderante para garantizar el auge y consolidación de la Unión norteamericana. La desembocadura del importante enclave fluvial del Mississippi, muy cerca de la mayor de Las Antillas era una fruta apetecida, desde aquel espacio donde se movilizaba el 90% de la producción agropecuaria desde Nueva Orleáns hasta las alturas de Ohio.
Por tales observaciones los norteamericanos concluyeron que quien domine a Cuba por su privilegiada posición geográfica, llegará al máximo poder sobre el golfo. Los precursores norteamericanos llegaron al punto máximo del delirio al punto de alimentar por todas las vías posibles apropiarse de la Mayor de Las Antillas, que la esperaban como una fruta que estuviera al punto de madurar para caer en su sombrero.
Cuba estuvo en la óptica de la expansión norteamericana sobre Cuba fue evidente desde 1805 bajo el gobierno de Thomas Jefferson, uno de los principales voceros de los apetitos expansionistas. No tuvo pudor alguno para declarar públicamente que en caso de una guerra con España, Estados Unidos se apoderaría de Cuba. Y llegó al extremo de enviarle un emisario ante el gobierno colonial del Marqués de Someruelos de tratar de que se convenciera en la necesidad de escuchar sus propuestas para comprar a la isla bajo el dominio colonial europeo.
La prueba de tales pretensiones apareció en  la obra Mi política en Cuba de Camilo Polavieja que data de 1896, cuando ya los norteamericanos estaban convencidos del lugar  de Cuba como un apéndice norteamericano. Pero no pensaron en el histórico devenir histórico que han asumido los cubanos ante tan bajas pretensiones.

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