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Ancianos tras una lupa

28 de junio de 2013

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Una parte de la humanidad enfrenta el futuro con dos tendencias: baja natalidad y alta esperanza de vida. Sólida motivación para reflexionar sobre los factores psicosociales que condicionan a los mayores. No por gusto los seres humanos temen acercarse a la vejez. Con más razón, cuando, a partir de los 50 años,  comprueban que es más grave la subestimación que los achaques propio al declinar del organismo.
Sumemos la influencia de las persistentes imágenes triunfalistas de la apariencia física y el vigor juvenil, que confunde a la mayoría e influye en el equilibrio emocional y la actitud de las personas añosas.
Entre un montón de prejuicios, se incluyen las falsas creencias respecto a la vitalidad sexual –de mujeres y hombres- más allá de los 60 años, considerando hasta “perversión” su capacidad de amar, y no la natural vitalidad mantenida en muchas parejas. Ni que decir, cuando después de la viudez, intentan una relación que ahuyente su soledad.
No es secreto que los propios médicos, si no son especializados en geriatría, no están preparados para aconsejar a quienes les piden orientación sobre la disminución del deseo sexual, y mucho menos de las crisis emocionales que les deprimen cuando la familia rechaza su decisión de unirse a una nueva pareja.
En general, la atención médica a los más viejos se considera exclusiva para las enfermedades crónicas propias de la edad: cardiopatías, isquemias, osteoartrosis, etcétera.
En el resto de la sociedad, los dogmas heredados se mantienen y solo cambian en la medida que los adultos entran en la Tercera Edad y descubren los cambios de su organismo, y los injustos criterios con que miden sus actitudes y necesidades físicas y psicológicas.
¿Quién no ha escuchado alguna vez estas opiniones?: “Los excesos sexuales de la juventud, llevan al agotamiento en la vejez”; “Los ancianos ya no tienen deseos sexuales, y ni pensar en actividad de ese tipo”
Prejuicios absurdos, porque generalmente, provienen de quienes están lejos de la vejez, o quizás –puede suceder–, de aquellos que desde los  30-40 años presentan disfunciones sexuales, es decir, problemas de erección o para lograr orgasmos.
Expertos en la materia han demostrado que la actividad sexual temprana, deviene factor positivo de su persistencia e intensidad en edades avanzadas, y que no existen los “excesos sexuales”, pues el organismo regula esa capacidad de acuerdo al entrenamiento y el estado físico.
Es conveniente que se expanda con igual firmeza que el concepto agotamiento sexual no se conoce. Esa práctica intensa durante la juventud y la adultez, aseguran un excelente desempeño en la vejez, siempre que  la salud acompañe.
Además, los ancianos sí tienen deseos y actividad sexual. Distintos autores reportan que “esos factores son diferentes entre edades de 60 a 65 años, (mujeres, 60% y hombres, 80%), y con más de 78 años (mujeres, 26% y hombres, 61%). Por su parte, los expertos precisaron  que las mujeres decaen menos en su interés sexual que los hombres mayores.
Podemos concluir que la sexualidad está presente en todos los momentos de la vida y en continuo proceso de transformación según las distintas edades, y que solo la forma de vivir esa sexualidad determina su disfrute en edades avanzadas.
Solo resta transmitir a los escépticos y timoratos que las conductas sexuales en la vejez tienen un valor limitado, pues se establecen desde los siguientes esquemas diseñados: sexualidad juvenil, figura corporal atractiva dominante,  vigor físico,  y negando en los jóvenes aquellos aspectos que disminuyan sus capacidades.
Por tanto, para todos los seres humanos es conveniente liberar de estigmas la sexualidad de los ancianos, así facilitarán el camino para todos… cuando alcancen esa prejuiciada  tercera edad.

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