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Amores difíciles: El verano ¿feliz? de la señora Forbes

23 de septiembre de 2022

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En momentos que acaba de estrenarse en varios países del continente la miniserie televisiva Noticias de un secuestro, dirigida por el cineasta chileno Andrés Wood, a partir del libro testimonial homónimo de Gabriel García Márquez, rememoremos una de las tentativas por traducir al lenguaje del cine la prosa del célebre autor colombiano.

La libertad de elección sobre las historias que deseaban desarrollar predominó en la génesis de la serie «Amores difíciles» (1988), inspirada en textos del creador de Cien años de soledad y producida por la Televisión Española. Tomás Gutiérrez Alea, mientras intentaba filmar Für Elise, un guion original del Gabo, fue el primero en escoger Cartas del parque, extraída de un breve pasaje trasladado de Cartagena a Matanzas, de El amor en los tiempos del cólera. De esa misma novela, también Ruy Guerra, el brasileño de origen mozambicano, figura notoria del Cinema Novo, seleccionó una pequeña escaramuza de Florentino Ariza que convirtió en su Fábula de la bella palomera.

Para Milagro en Roma, el colombiano Lisandro Duque eligió su historia a partir del relato «La larga vida feliz de Margarito Duarte», reelaboración de una crónica periodística. García Márquez escribió especialmente con destino al cineasta español Jaime Chávarri, el argumento de Yo soy el que tú buscas. El venezolano Olegario Barrera asumió Un domingo feliz, proyecto que en un principio se proponía rodar otra realizadora de su país. Jaime Humberto Hermosillo, asentado en Guadalajara, tenía ya un guion basado en El verano feliz de la señora Forbes, al que solo fue necesario trasponer de lugar, originalmente situado en Italia. «Todos nos enfrentamos al desafío que representaba trasladar a García Márquez al cine con mucho miedo —confesó Lisandro Duque—, pero en el arte, tanto como en la tauromaquia, el miedo puede ser un buen consejero».[i]

«…Muy pronto descubrimos que era la señora Forbes que se pasaba la noche viviendo la vida real de mujer solitaria que ella misma hubiera reprobado durante el día». Así relata un niño de nueve años la revelación del disipado comportamiento nocturno de la institutriz alemana que transformó sus vacaciones de verano en un verdadero infierno para él y su hermano dos años menor. Con su arribo a la isla de Pantelaria, en el extremo meridional de Sicilia, aquella mujer de atuendo marcial impuso su mandato como celosa guardiana de las buenas costumbres y conductas en sociedad. Soportaron estoicamente rigores, reprimendas, órdenes terminantes, una inviolable rutina y advertencias, a las cuales no escapó Orestes, el muchacho veinteañero que les enseñaba a bucear. Entonces se percataron de que en sus noches de desahogo «no era tan estricta consigo misma» como con ellos…

El argumento de un cuento de Gabriel García Márquez, de cuyo título desapareció el adjetivo feliz, calificador de aquellas semanas de asueto, y el nombre de Aquiles identificó al joven detonante de la pasión abrasadora, incitó la imaginación del realizador mexicano. Así surgió este capítulo de la serie sobre «amores contrariados», como los definiera el propio autor y coguionista de una adaptación fiel a la esencia y la letra, si bien reubicaron la trama en una zona costera de México (aunque filmada en la playa habanera de Jibacoa), el niño dejó de asumir el punto de vista narrativo y se introdujeron elementos capitales en un intento por justificar el desenlace.

Hermosillo es un controvertido cineasta de quien puede esperarse todo, poseedor de un universo personal con propensión al abordaje de temas y personajes escabrosos. Su filmografía desigual oscila desde películas con cierto interés como La pasión según Berenice (1975-1976) o su digna versión de María de mi corazón (1979), otro cuento garciamarquiano, obras fallidas como Confidencias (1982) y El corazón de la noche (1983), hasta Clandestino destino (1987), uno de los títulos latinoamericanos más deplorables en mucho tiempo.

«Lo que más me atrae de esta historia es la doble personalidad de la señora Forbes, que permite un desplazamiento de simparías por parte de los espectadores hacia los personajes —escribe Hermosillo—. Y conseguir que a la señora Forbes se la deteste primero, se la comprenda luego y se la compadezca finalmente, provocando así espanto y catarsis para lograr el nivel de grandeza y tragedia moderna que contiene esta historia garciamarquiana».

 

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Desprovista del encanto de la sugerencia, la traducción en imágenes adolece de la innecesaria dilatación de una trama que bastaba para un mediometraje. La ruptura de la señora Forbes «con sus propias prédicas de austeridad y compostura», mientras canta o declama en alemán baladas de Schiller, que resquebraja su autoritario régimen, por ejemplo, requería de la síntesis original y no distribuirse en varias secuencias para cubrir mayor tiempo en pantalla.

Pese a admirar hasta el delirio obras de Visconti (El Gattopardo) y Kurosawa (Dersu Uzala), no es Hermosillo director preocupado por búsquedas esteticistas, sino más bien por variaciones sobre un mismo tema. La fotografía de Rodrigo García resulta plana en su afán de mostrar la exuberante belleza de las locaciones cubanas, por encima del conflicto de los personajes.

El carácter central parece haber sido concebido para la actriz germana Hanna Schygulla, quien con su «hermosa voz de soldado», según descripción del escritor, se ciñe a los rasgos de esa «férrea y lánguida mujer otoñal que recitaba de memoria una lección de urbanidad». La musa de Fassbinder por su prolongada y fructífera relación con el desaparecido cineasta alemán que la lanzó al ruedo internacional hasta alcanzar la consagración con El matrimonio de María Braun y Lili Marleen, coincidió con Hermosillo en la sugestión ejercida por la doble personalidad de la institutriz. Esa combinación de realidad, magia y fantasía le interesó para aceptar el rol, que denominó «una especie de Doctor Jeckyll y Mr. Hyde». Su profesionalismo al encarnarlo es quizás lo más trascendente del filme, que no deviene vehículo para la explosión de sus ilimitadas facultades histriónicas. La circundan con alguna naturalidad los noveles intérpretes escogidos para sus pupilos, y el actor cubano Francisco Gattorno (Una novia para David), evidentemente cohibido por la arrolladora presencia de tan magna figura, ser obligado a hablar con acento mexicano y las características atribuidas a su vulnerable Aquiles.

En el pronunciado declive de la trayectoria del hoy desaparecido Jaime Humberto Hermosillo, El verano de la señora Forbes recupera algo de su maltrecho prestigio. En la reputada filmografía de la Schygulla, quien finalmente pudo tornar realidad su sueño de encarnar una criatura delineada por el novelista, es un título del que se puede prescindir; en el contexto de la serie «Amores difíciles», uno de los capítulos portadores de esa rara virtud de escindir los criterios en extremos opuestos.

 

 

[i] Luciano Castillo: «Amores difíciles: Ejemplo de colaboración», Tribuna del Festival no. 12, La Habana, sábado 17 de diciembre de 1988, p. 3.

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