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Algunas reflexiones sobre la música popular cubana

3 de julio de 2018

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En alguna oportunidad lejana, el maestro Leo Brouwer me dijo que los seres humanos pasamos la vida tratando de clasificarlo todo, lo que a veces complejiza lo más simple. Y es cierto, porque en el caso de la música, en sus inicios sólo existían dos tipos: religiosa y profana, categorías filosóficas complementarias fáciles de identificar; pero con el tiempo empezaron a surgir divisiones y más divisiones que convirtieron algo simple en complejo. En el caso de Cuba, la división: “culta” y “popular” provocó el rechazo de quienes, al considerarlas categorías contrarias, relacionaron el término “popular” como inculto. Por otra parte, ¿dónde se ubicaría el jazz? Felizmente, ya no se discute sobre el tema, porque se ha demostrado que la denominada música culta es el resultado de una formación académica; pero ¿acaso no existen músicos populares graduados de los conservatorios e, incluso, de la Universidad de las Artes (ISA)?

Es importante destacar que géneros considerados hoy como cultos, en el pasado fueron populares, y un ejemplo lo tenemos en la ópera, que en su época de oro era disfrutada por el pueblo, que llenaba los teatros para ver los estrenos de compositores como Mozart o Verdi, por solo citar dos.

Respecto a la música cubana, estoy de acuerdo con Radamés Giro cuando escribió que realizar un panorama de nuestra música popular, desde sus orígenes hasta nuestro días, es tarea bien difícil, debido a su riqueza “aún sin tener en cuenta las otras músicas que suenan en nuestro país: culta (también lo popular lo es), religiosa, folklórica, y las diferentes expresiones danzarías. /…/ La música cubana necesita –por su amplitud y trayectoria, la influencia que ejerce en el arte sonoro de otros pueblos y el interés que suscita en las más diversas regiones del planeta-, ahora mismo, de una historia que abarque todas sus facetas…”

En este comentario, no haré un resumen de cuanto ha acontecido en la música popular cubana desde la época primitiva. Sólo me referiré, de la forma más simple posible, a lo acontecido desde la segunda mitad del pasado siglo, cuando el triunfo de la Revolución, provocó una transformación en todas las esferas del conocimiento humano, y surgieron eventos como los Festivales de la trova, de coros, del bolero, de la canción lírica, del son, de la música folclórica… evidenciando una imagen renovada de nuestro acervo musical a través de nuevos y viejos intérpretes que mostraban lo más genuino de nuestra música.

Lo anterior coincidió con un movimiento musical surgido en Nueva York, que atrapó la atención internacional, y permitió a los cubanos, a través de grabaciones, conocer lo que estaba sonando más allá del mar, lo que unido a la visita del grupo Dimensión Latina y más tarde, de Oscar D’León, fue decisivo en el surgimiento de la denominada salsa, llevada a su expresión más importante por Adalberto Álvarez y su Son, que sirvió como punto de partida para la renovación de repertorios y el rescate de viejos géneros y ritmos de otros músicos como Formell y Revé.

Respecto a la salsa, se ha discutido mucho, pero es bueno aclarar que no es un género, sino una nueva manera de hacer el son, más contemporánea. Pero esto no fue lo único que ocurrió después del triunfo de la Revolución, porque no podemos olvidar a Gonzalito Rubalcaba y su grupo Proyecto, en busca de nuevas posibilidades no bailables; ni a las agrupaciones que prefirieron volver la mirada hacia nuestra música tradicional, como Sierra Maestra y Jóvenes Clásicos del Son; ni a las que hicieron lo mismo, pero con una sonoridad más contemporánea, como Anacaona. ¿Y qué decir del rescate de músicos del pasado como Francisco Repilado (Compay Segundo) y el lanzamiento de Buena Vista Social Club, cuyas grabaciones quedarán para la historia?

Después de la salsa surge la timba que, al decir de Leonardo Acosta: “es heredera de una larga tradición de música popular bailable”

Por un problema de espacio me detengo aquí, pero continuare con este tema en el próximo comentario.

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