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Alejo Carpentier y la ópera italiana

18 de enero de 2013

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Alejo Carpentier

La reciente celebración de la Semana de la Cultura Italiana, incluyó este año un panel auspiciado por la Fundación Alejo Carpentier, dedicado a comentar los nexos de este prolífico escritor con la patria de Garibaldi. A nuestro juicio, uno de los más importantes está relacionado con una de las pasiones que este revela en su escritura y en sus entrevistas: la ópera italiana.
En La Habana de los años juveniles de Carpentier la ópera representaba una verdadera atracción pública. Así lo revelaban las temporadas que el empresario Adolfo Bracale organizaba en el Teatro Nacional, con numerosos divos y divas extranjeras. Baste con recordar la novelesca visita del tenor Enrico Caruso, que el propio Alejo recrea fantasiosamente en El recurso del método.
El 15 de mayo de 1923, apenas un semestre después de su debut como periodista en el diario La Discusión, aparece su primer artículo dedicado a la ópera, titulado “La Boheme”, el 15 de mayo de 1923  en él se ocupa de una puesta que los habaneros han contemplado de esta obra de Puccini por un elenco excepcional encabezado por Titta Rufo, Giovanni Martinelli y Lucrecia Bori.
Aunque el joven escritor apreciaba muchas de las creaciones líricas italiana, rechazaba su monótona reiteración en el repertorio de las compañías visitantes, así como el extremo descuido de los montajes, que se hacían con vestuarios y decorados de segunda mano, orquesta y coros mal ensayados, porque lo que parecía esencial era lucir la voz de las estrellas contratadas. Así mismo, varias veces contrapuso esta música, defendida por los melómanos más conservadores, con las obras de vanguardia de Stravinski y otros autores contemporáneas cuya influencia juzgaba fecunda para los jóvenes compositores cubanos.
Sin embargo, al llegar a su madurez y considerar la ópera italiana con adecuada distancia crítica, Carpentier pudo tener una visión mucho más justa de ella. Así, por ejemplo, escribió en su sección Letra y Solfa del diario El Nacional  de Caracas, este juicio sobre la obra del compositor Giacomo Puccini, autor de óperas como Tosca y Madame Butterfly:
Bajo la apariencia fácil, estas obras ocultaban un sinnúmero de planteamientos estéticos cuya validez están reconociendo ahora los máximos musicólogos de la época. En el discurso musical de Puccini había una flexibilidad, una habilidad modulatoria, una eficiencia lírica, que le pertenecían por entero. Sin hacer alarde de ello, se valía de procedimientos armónicos sumamente avanzados.
No hay que olvidar tampoco la presencia del género en sus grandes novelas. En Los pasos perdidos está aquella escenificación de Lucía de Lammermoor de Donizetti en un teatro Segundo Imperio, donde, tanto los cantantes como el público encarnan una era romántica perdida  ya en el ámbito de las ciudades modernas y como acota un de los personajes la función evoca “la Lucía vista por Madame Bovary en Rouen”. Mientras que Concierto barroco gira en torno a la concepción y puesta en escena de la ópera Montezuma de Vivaldi. Y es precisamente uno de los personajes, el negro cubano Filomeno, el que ofrece en esta novela una de las mejores definiciones de la ópera y del teatro en general:
¿Y qué se busca con la ilusión escénica, sino sacarnos de donde estamos para llevarnos a donde no podríamos llegar por propia voluntad?[…]Gracias al teatro podemos remontarnos en el tiempo y vivir, cosa imposible para nuestra carne presente, en épocas por siempre idas.”

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