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Alberto Garrandés: “Si las personas leyeran, el mundo sería otro”

10 de enero de 2018

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Fotos: Jesús Lara Sotelo

 

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Cuando le pregunto al narrador y ensayista Alberto Garrandés si el libro –tal y como hoy lo conocemos– desaparecerá, sin pensarlo demasiado me responde que, como es lógico, el soporte de papel morirá en algún momento, pero “no así el libro, pues el libro es pura esencia y es inmortal”.

Inteligente respuesta de quien es considerado uno de los más interesantes y prolíficos escritores cubanos de entre siglos, autor de una sólida obra –en los géneros de cuento, novela y ensayo–, avalada no solo por relevantes premios literarios, sino también por la favorable opinión de la más exigente crítica.

No es difícil imaginar, por ello, que el interés de Alberto Garrandés por los libros y la lectura debe tener su origen en los años de niñez y adolescencia, en ese período de la existencia humana en que se forman y afianzan, para toda la vida, valores, sentimientos, preferencias, actitudes…

Empecé a leer en serio –explica– hace cincuenta años, a los seis o siete. Mi padre me regalaba libros, sobre todo los llamados “libros de texto”, es decir, sobre matemáticas, biología, geografía… Pero esas lecturas eran muy superficiales en comparación con el impacto de 20000 leguas de viaje submarino, de Julio Verne, por ejemplo, donde hay ciencia, horror, misterios, aventuras, y otras muchas cosas fascinantes… Mi familia me invitaba a leer, por así decir, pero la idea era que yo leyera, desde tan temprano, en busca de una carrera “honorable”. Y no fue así. No me convertí en médico ni en abogado ni en diplomático. Estuve a punto de ser pintor. Me transformé en un escritor.

 
Tales preferencias, como también resulta evidente suponer, le llevaron a estudiar Licenciatura en Filología en la Universidad de La Habana y a dedicarse luego de graduado, entre los años 1984 y 1992, a la investigación literaria en el Instituto de Literatura y Lingüística José Antonio Portuondo Valdor.

Claro, la lectura también influyó, en una medida enorme, en el desarrollo de mi obra como escritor. De hecho, no habría intentado escribir si no hubiera leído tanto. Hubo una época formativa en la que leía muchísimo, como un poseso, y de todo: novelas, enciclopedias, textos sobre arte, libros de ciencia, de mitología. Uno escribe, creo, porque una zona del lenguaje lo sugestiona y embruja, y porque hay textos que uno quisiera haber escrito.

 

Sobre el controvertido tema de definir a la lectura como hábito o como necesidad del enriquecimiento espiritual del hombre, Alberto Garrandés, quien se ha dedicado, igualmente, a labores editoriales, reflexiona, desde su propia experiencia, acerca de tan sensible problemática.

 La lectura es ambas cosas: un hábito y una necesidad. Pero actualmente leo por necesidad, para enterarme de ciertos fenómenos de la literatura y el arte, y para investigar zonas de la escritura que son parte de mí… El ser humano no me parece que necesite leer. Y menos aún en la actualidad. Esa situación puede ser –y de hecho es– terrible, pero hay que aceptarla, uno no puede cerrar los ojos y ya. Y, en todo caso, sería una necesidad que se encuentra en un quinto o sexto plano de la vida. Claro está: si las personas leyeran, el mundo sería otro.

¿Promover el hábito de la lectura? Bueno… pero cum grano salis. En Cuba no puedes promover ese hábito en medio del mal gusto, una Hidra de Lerna que es ya casi un lugar común entre nosotros, o en medio de necesidades materiales muy perentorias. Es complicado. Una especie de utopía. Sin embargo, la educación familiar puede modificar un poco ese panorama. O lo que se llamaba, antes, la virtud doméstica.

 
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Coincide el autor galardonado, entre otros reconocimientos, con los prestigiosos premios Alejo Carpentier en los géneros de novela y ensayo, con el criterio generalizado de que, por diversas y variadas razones, en Cuba ha decrecido el interés por leer.

Se lee muy poco, creo. En Cuba la lectura, como hábito o necesidad o lo que sea, va en picada. Sin embargo, entiendo que hay una especie de fenómeno: la lectura se ha convertido en un lujo o una necesidad de algunos pocos. Los jóvenes leen muy poco. Y la esperanza reside en que algunos de ellos siguen leyendo. Pero no se le puede echar la culpa de eso a Internet, la digitalización, “el paquete semanal”, o a las políticas de escasa divulgación de la lectura que existe en los medios.

La Televisión Cubana es un desastre en ese sentido. La promoción de la lectura es allí algo que no se ve con buenos ojos o no interesa… en cambio, las cuestiones político-sociales, la música, los éxitos musicales, la farándula, el deporte… esas cosas, sí. ¿Por qué hay reportajes enteros sobre el fútbol internacional y nada o casi nada sobre escritores extranjeros o fenómenos editoriales interesantes o importantes? Porque no interesa. El periodismo cubano en la televisión es, salvo algunas excepciones, bastante inculto.

 

Otra inquietud que, en el mundo contemporáneo, ocupa, y preocupa, a autores, editores, libreros, lectores, quienes conocen el alcance y trascendencia de incentivar la lectura, es el uso de las nuevas tecnologías para lograr tan noble empeño.

Ahora es relativamente sencillo conseguir libros en formato digital –comenta Alberto Garrandés—: hay lectores electrónicos, tablets y otros dispositivos cuyos precios han bajado mucho. Si la cultura es hoy esencialmente audiovisual, habrá que disponer de ella y usarla para entrar en el reino de los libros. Por esa vía, quizás no sea descabellado conformar grupos de interés en los libros y la literatura y buscar la manera de distribuir, a crédito, dispositivos electrónicos de lectura. Empezando por los editores y las editoriales.

En cualquiera de esos dispositivos puedes cargar una pequeña biblioteca completa y leer con facilidad. En fin, son ideas y nada más… creo que en Cuba hay una o dos fábricas ensambladoras de esos equipos… pero también se les podría encargar a los chinos, que fabricaron el célebre modelo HAIER de refrigeradores, que fabriquen un modelo de bajo costo de esos dispositivos, para Cuba. Pura especulación, por supuesto…

 

Se me ocurre, ahora, luego de tan sugerentes reflexiones, preguntarle a Alberto Garrandés, quien, desde hace décadas, disfruta llegar a las páginas de todo buen libro, cómo definiría a la lectura. Y más aun, rogarle que me responda qué es, para él, un libro.

La lectura –responde– me salva y me lleva a muchos sitios. Es, para mí, un estado natural. Y un libro es una pequeña y fugaz concreción del mundo. La prueba de que el pensamiento es infinito, como la creación y la imaginación.

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