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Al encuentro de la esperanza

3 de junio de 2017

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mano con un cigarroElla piensa y vuelve a pensar mientras el agua se pierde en el fregadero. Si sus preocupaciones pudieran esfumarse con agua y jabón, restregándolas con fuerza. Tiene miedo y su miedo nace de experiencias cercanas. En este mismo año sufrió la pérdida de dos amigas. Les anticiparon la muerte por idéntico error. Desde hace unos meses, una tos seca la acompaña. Fue y es fumadora. Más por razones monetarias que por perjudicar la salud, la cajetilla de cigarros le alcanza para tres días. Está jubilada y no quiere cargarle a los hijos el costo de su vicio.

Comenzó este vicio junto a las dos desaparecidas. Eran jóvenes y competían en la fábrica a quién era la mejor en aquellas máquinas de coser. Y competían también en despertar la atención de los pocos hombres jóvenes que trabajaban allí. Y el cigarro las hacía interesantes, modernas. Ella conquistó al mejor parecido y le duró hasta que otra lo conquistó. No le importaba. Le quedaron los hijos y el hogar.

Ya no puede llamarse hogar a esta zona de tránsito para ingerir los alimentos, ducharse después de la pelea por el turno en el baño, quedarse a ver la telenovela o largarse para la calle otra vez entre las preguntas de la madre, esconderse en la cocina para estudiar con cierta tranquilidad o rendirse en la cama por las horas de trabajo o viaje en la guagua.

Entre tantas voces, nadie tiene oídos para escuchar una tos seca que no pega catarro. Solo tienen tiempo para preguntar si la comida está a punto y si no, que la apure, que para eso le compraron la olla eléctrica. No los recrimina, los crió así, a su semejanza, entre órdenes y humo fumado para calmar las tensiones de ser madre y padre a la vez para terminar en madre cortada a la mitad y padre, nunca. Sabe ahora el  porqué no tiene valor para recriminarlos. Los crió así, al ritmo vertiginoso de las obligaciones. Alados por los brazos en el camino a la escuela porque el taller la esperaba y el cumplimiento de la norma convertida en sueldo a fin de la quincena se necesitaba. ¿Qué más puede pedir? De una semilla de girasol, nace otro girasol, quizás con flores mas amarillas que las del primero. De una semilla de limón, nacerá otro limonero más ácido. Ácidos como las respuestas de los nietos crecidos entre el humo, aunque la nuera se quejó muchas veces por ese vicio que los perjudicaba a todos.

Le retumban los pulmones. La tos seca le dificulta la respiración. Si la tos cerrara también el paso al miedo, a al miedo al dolor, a la muerte.

Desde la ventana, llega la voz, una voz envejecida al compás que la propia. Es terco este anciano. En nombre de los años de convivencia en el edificio se mete en su vida. Repite la cantaleta. Que si le tiene miedo al médico, él puede acompañarla.  Y por primera vez, siente esperanza. Por lo menos él escucha su tos seca.

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