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Agnés Varda

4 de abril de 2024

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Todavía La Habana no era sede de los ahora habituales festivales del nuevo cine latinoamericano que cada diciembre convocan a los realizadores del séptimo arte para su cita en Cuba, pero sí existía ya el Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos (Icaic) y había estado por la Isla un actor francés muy famoso, Gerard Philipe, cuya presencia en el propio año de 1959 era recordada.

A Agnés Varda la acompañaba su aureola de realizadora y guionista, representante de la nueva ola del cine francés, algo que por la fecha —decenio del 60 del siglo XX— no carecía del todo de tintes novedosos.

“Creo que en Europa están fascinados por lo que está sucediendo en Cuba. Primero, hay un sentimiento romántico; después, un cierto desconocimiento, de manera que la gente sabe, pero no sabe exactamente lo que está sucediendo.” Así dijo para la prensa Agnés Varda, quien visitó Cuba en el segundo trimestre de 1963, cuando ya se conocía, y debatía muy favorablemente, su filme Cleo de 5 a 7.

¿Por qué en Cuba? ¿Planes? ¿Opiniones? Todo ello quisieron averiguar los periodistas en la conversación sostenida con ella en el Icaic, y Agnés los satisfizo con la sinceridad de una amiga acostumbrada a responder preguntas:

“Mi visita ha sido demasiado rápida para poder tener tiempo de pensar en un filme y realizarlo. He hecho fotografías porque es más rápido. Después, puedo pensar en una manera de combinarlas, montarlas, presentarlas. Primero había pensado hacer un libro, pero me di cuenta de que aquí el elemento musical, la danza, el sonido, son muy importantes y que un libro no daría cuenta de ello. Por eso he pensado en un film, aunque hecho con fotografías, pero con la dimensión del sonido”.

Casi treinta años después Agnés Varda regresó, en la primera quincena de diciembre de 1992, invitada esta vez a la presentación de su filme Jacquot de Nantes, sobre la infancia del director Jacques Demy, que se realizaría en una de las jornadas del XIV Festival de Cine Internacional de La Habana. El brillante director de Los paraguas de Cherburgo y Las señoritas de Rochefort, ya fallecido por entonces, recibía en el contexto latinoamericano un homenaje especial de los cubanos.

Locuaz y dinámica en sus 55 años, la guionista y directora de un filme tan recordado como La felicidad (1964), confesó su satisfacción por “ser artista, trabajar… Algo que he conservado de la Vieja Nueva Ola francesa es tratar de divertirnos con lo que hacemos.”

En 1985 alcanzó el León de Oro del Festival de Venecia, por su filme Sin techo ni ley.

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