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Adiós a Hilda Oates

23 de septiembre de 2014

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Hilda Oates será recordada, por siempre, como la intérprete de María Antonia. Desde que el torrente de su voz inundara el Teatro Mella con los textos de Eugenio Hernández Espinosa, dirigida por Roberto Blanco, ella llegó al cielo del teatro cubano. Hoy, cuando ya abandonó el reino de este mundo, Habana Radio evoca a una de nuestras grandes actrices a través de una entrevista que nos concediera en mayo del 2007, a raíz del estreno de Las lamentaciones Obba Yurú, la obra con la cual se despidió del teatro.

 

Usted ha dicho que el 1ro de enero de 1959 le cambió la vida. ¿Qué de bueno le trajo la Revolución Cubana a Hilda Oates?
Hilda Oates estaba colocada de criada en una casa en el Vedado, era un cero a la izquierda, mi familia era gente pobre que no tenía nada. El 1ro de enero del 59 me dio la oportunidad de dejar ser lo que había sido hasta ese momento. Vi una convocatoria para estudiar Artes Dramáticas en la escuela Florencio de la Colina. Inmediatamente, Hilda Oates le dijo a la dueña de la casa que iba a estudiar teatro y la señora, muy extrañada, conmovida y perturbada, le dijo: Tú no puedes irte. Le  dije: Señora, es mi oportunidad
¿Qué vas hacer? me dijo. Estudiar teatro, le dije. ¿Y quién te va a querer ver? Para ella la piel negra estaba excluida. No le hice caso y le dije: yo quiero estudiar teatro y me voy para la escuela.
Tuve muy buenos profesores como Mario Rodríguez Alemán, Elvira Cervera, Loly Buján, Margarita Ruiz. Después tuve la dicha de pasar al movimiento profesional por una especie de prueba que nos hicieron. Eso fue promovido por Rodríguez Alemán. Empecé en el Conjunto Dramático Nacional donde había mucha gente, allí hice cositas pequeñitas gracias a  Gilda Hernández, la mamá de Sergio Corrieri. Cuando el Conjunto Dramático Nacional dejó de existir se formaron varios grupos de teatro con aquella gente que estábamos allí, como el Teatro Popular Latinoamericano, que dirigía Gilda Hernández. Allí hice El robo del cochino y otras  obras con ella.

 

A Gilda Hernández no se le recuerda como debiera, ha sido injustamente olvidada.
Era una mujer de mucha energía, de mucho carisma, de mucha fuerza, muy revolucionaria. Era muy querida por todos los que estábamos en ese grupo y por todos los que se habían esparcido en los diferentes grupos de teatro. Gilda Hernández es una persona que no puede olvidarse porque sería injusto. Yo la recuerdo mucho, cada vez que hablo de teatro tengo que mencionarla, porque para mi fue muy importante el haber trabajado con ella. La Lola de El robo del cochino la trabajé con ella y fue tan amable, tan considerada, tan entusiasta, que no lo puedo olvidar. Después se fue para el Teatro Escambray a formar el grupo con su hijo.

 

En su vida hay un personaje trascendental: María Antonia, de Eugenio Hernández Espinosa, dirigida por Roberto Blanco
Cuando llegó Roberto Blanco de África, Eugenio Hernández le enseñó la obra  María Antonia, ya yo la había leído y le había dicho a Eugenio: me gusta esta obra y creo que yo la puedo hacer. Roberto dijo que la quería dirigir. Eugenio le dijo: hay una mujer que dice puede hacer el personaje. Roberto decidió probarme, y estuvo como un mes probándome, dándome textos, cada día me daba uno diferente, lo hacía y me decía: hazlo como si tú fueras la Maria Antonia que crees es ese personaje. Lo hacía, y al otro día se lo volvía hacer. Cuando iban a empezar ensayar ya yo tenía casi la Maria Antonia aprendida. Un día me dijo: tú eres mi María Antonia, y me quedé ahí. Entonces comenzó a buscar a los otros actores, llegó Samuel Claxton , y luego  los otros actores que hacían todos los personajes, a veces eran de otro grupo.

 

¿Cómo se movía Hilda Oates con el vestido diseñado por María Elena Molinet?
Era un vestido de mucho peso, con una cola tremenda. La entrada a escena de María Antonia, vestida como la mujer que presagiaba algo que nadie podía descubrir en ese momento, era impactante. Venía detrás de la madrina, unida a ella con un traje larguísimo y con unos coturnos altísimos. Había que sortear ese momento para entrar victoriosa a escena, en esa instante se separaban y cada una seguía su rumbo, la madrina a un lado y al otro la María Antonia, vestida con ese traje que era tremendo, empezaba su texto, dirigida por Roberto Blanco con su gran intuición para dirigir actores  y una capacidad increíble para dirigir grandes espectáculos.

 

A cuarenta años del estreno de María Antonia, cómo recuerda Hilda aquellos momentos, cómo recuerda al público que veía por primera vez a una negra como protagonista de una tragedia cubana.
La reacción del público te confundía porque no sabías lo que estaba pasando,  a veces el público discutía sobre lo que le ocurría a María Antonia. Decían: es una salá y eso tenía que pasarle. Otra le decía: pero fíjate que ella viene de una familia que practica la santería y es santera. Otro: no, ella no es santera, yo la conozco, ella vive por donde yo vivo, ella estudió Actuación. Aquel preguntaba: ¿Y cómo sabe hacer todas las cosas de los santeros? Las discusiones en el público eran como otra obra en la platea, la gente pedía silencio. Cuando me dan la puñalada al final, se fajaban y decían: había que matarla porque esa era una tremenda. Se ponían a favor y en contra. Los aplausos eran de diez y quince minutos y no paraban. Fue el primer gran momento del  éxito que tuve.

 

Usted siguió trabajando con Roberto Blanco. La recuerdo con el Grupo de Teatro Irrumpe en Un sueño feliz, de Abilio Estévez, recuerdo su voz extraordinaria que inundaba el Teatro Mella. ¿Qué significó Roberto Blanco en su vida?
Significó mucho porque Roberto Blanco fue quien me lanzó, me dió la oportunidad de hacer un papel trágico muy fuerte y que pude desempeñar gracias a él, lo logré y todavía se habla de él. También por su trato conmigo, por su exquisitez como director y su sapiencia. María Antonia se estrena desde el Taller Dramático, el grupo de Gilda Hernández. Cuando ella se va para el Teatro Escambray yo me quedo con Roberto Blanco. Mi mamá estaba enferma en ese momento, había problemas en mi casa y yo no podía ir tan lejos, si no me hubiera ido con ella porque yo la quería. Con Roberto Blanco hice muchísimas cosas con mucho éxito también, porque ya la gente oía mi nombre y iban a ver otra cosa que yo hiciera. Después hubo un momento casi trágico en el movimiento teatral y Roberto dejó de trabajar. Se formaron los diferentes grupos y entonces yo me fui a trabajar primero con el Teatro Popular Latinoamericano, que dirigía Nicolás Dorr, y después con Raquel Revuelta. En Teatro Estudio también tuve la dicha de encontrarme con una maestra que redondeó mi carrera,  Berta Martínez.

 

Usted hizo a Lorca con Berta Martínez. ¿Cómo asumieron el verso lorquiano con Berta, que es una mujer exquisita?
Es exquisita y conoce muy bien a Lorca, lo ha estudiado mucho. Roberto también estudió mucho a Lorca y estudió a Martí también. Berta me dió el personaje de la madre de Bodas de sangre, yo me asusté muchísimo. Ya había hecho papelitos con Vicente Revuelta y con otros directores, pero cuando Berta me dió ese personaje yo dije: ay, mi madre, cómo voy hacer esto. Yo soy negra y Berta puso a un actor blanco a hacer de mi hijo. Me di cuenta que ella no asumía una puesta en escena guiándose por el color de la piel de los actores. Ella dijo que yo podía hacerlo, no le interesaba que fuera un negro o un blanco, dijo que ella ponía a la gente según su capacidad. Por eso yo hago la madre de Bodas de sangre, que tuvo un éxito tremendo en España. Los periódicos de allá dijeron que Berta había llegado a España a enseñarles a los españoles cómo se debe hacer Lorca, fíjate qué cosa, decir eso en España, el lugar de donde era Lorca y donde la gente estaba acostumbrada a ver Bodas de sangre. Con Berta hice La casa de Bernarda Alba, también con mucho éxito, esas dos puestas fueron premiadas. Hice con Estorino la abuela de la Cecilia en Parece Blanca,  fuimos a  New York.  Hice un papelito pequeño y los periódicos hablaron bien de mí. El personaje que hizo Adria Santana, era el papel principal, tuvo un éxito tremendo. El teatro de New York se llenaba, no era tan grande pero estaban apretujadas las personas,  los ¡Bravo! eran impresionantes. Los periódicos alababan la puesta en escena y las actuaciones de los cubanos que habíamos llegado a New York.

 

¿Cuál ha sido la relación de Hilda Oates con Eugenio Hernández Espinosa a lo largo de estos años?
Hay gentes que han significado mucho en mi vida: Armando Suárez del Villar, Estorino, Roberto, pero Eugenio estuvo en mi vida artística desde el principio casi. La María Antonia es de él y ahora, ya casi al final de mi vida en el teatro, le dije: Eugenio, me voy del teatro y no he vuelto a hacer algo tuyo. Me dijo; tengo una obra, léela. Me la llevé para mi casa, me acosté para leerla y empecé a llorar cuando me di cuenta que ese personaje podía ser yo. Lo llamé por teléfono y le dije: te la voy a leer dándole intenciones, algunas que encontré leyéndolas. Me dijo: cómo pudiste sacar el mundo interior de ese personaje tan pronto. Esa obra me gustó desde el principio, me metí dentro de él. Mi  lectura le encantó a Eugenio y empezamos a trabajar. La obra fue un éxito.

 

¿Qué le queda a Hilda Oates por hacer en el teatro, qué le gustaría hacer?
Eugenio está escribiendo una obra para mí. Estoy esperando que me la dé, con esa obra le voy a decir adiós al teatro.

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