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A un gustazo…

20 de septiembre de 2015

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vegetalesSe esforzó. Enseñanza gratuita de las telenovelas. Consiguió una cara angustiada al despedir a la mujer en el aeropuerto. Gozaría de libertad condicional por dos meses. La compañera por cuarenta años y dos de relaciones, marchaba a visitar al hijo. Rompería todas las costumbres caseras, inclusive las condicionadas por los estados de salud de ambos. Ella siempre tan ordenada. En el bolsillo le depositó con el beso de despedida, una lista de recomendaciones y hasta de horarios. El papel voló después en busca de las alas del avión.
Sus propósitos eran casi infantiles. Nacidos de esas ganas humanas de violentar lo establecido. En la niñez da por devorar el postre antes de la sopa y en la vejez por romper las normas de convivencia en un matrimonio largo.
Al llegar a la casa, le sacó la lengua a la limpieza inmaculada. No establecería una batalla campal contra el polvo, ni consumiría fuerzas en el brillo del piso. El día antes del regreso, bastaría con una limpieza total. La lavadora agradecería días de receso. Solo cuando la ropa en nombre del sudor le suplicaría un cambio, la conectaría. Y para ella iría también la ropa interior aunque el elástico perdiera su consistencia.
Al entrar en la cocina, los ojos operados recuperaron el brillo de las maldades infantiles. La buena esposa le entregó la cocina bien apertrechada de alimentos sanos. Solo tendría que comprar los vegetales, las frutas y las viandas frescas. En este reino de las limitaciones por prescripciones facultativas, lo viraría todo al revés. Paladeó por anticipado esas papas que freiría en manteca de cerdo, y las pizzas, los espaguetis, las frituras, las croquetas, los panes con perros, sustituirían esos vegetales, las viandas hervidas, las legumbres bajas de sal.
Otro secreto gusto se daría. El oficio de ermitaño por una vez en la vida, valía la pena. A la calle saldría lo menos posible. Adiós a las caminatas recomendadas. A gozar de la pantalla de plasma con los partidos de béisbol, los seriales, las telenovelas, los documentales científicos, hasta los musicales estrafalarios con la caja de galletas y la jarra de refresco congelado al lado.
Hombre de palabra, cumplió el plan. También lo cumplieron las enfermedades crónicas padecidas. La diabetes, disparada. La acidez, de paseo entre el estómago y el esófago. Tarde asimiló que la compañera esperada ya con ansiedad pues la soledad de la casa lo atribulaba, también ejercía el papel de su ángel de la guarda porque siempre estaba en guardia contra sus malcriadeces alimentarias. La limpieza general de la casa le tomó tres días. Al pasar las horas pegado a la pantalla y a las galletas y papas fritas, los kilos aumentados, le atontaron los músculos y las articulaciones y la lentitud se apoderaba de su cuerpo.
Avergonzado ante la imagen que le mostraría a la esbelta esposa, la esperó en el aeropuerto. Al fin, salían los viajeros. Aquella rolliza anciana de carnes apretujadas en el pantalón, también traía una cara avergonzada. Después de los besos, abrazos y lágrimas del encuentro, se comprometieron en pasar por un mercado en busca de vegetales, frutas y viandas.

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