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¡A jugar!

9 de noviembre de 2013

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Tocó la puerta, la puerta carcomida por el comején más destructor, el tiempo. Silencio. Lo acometió la desazón de todos los domingos. Un día llamaría y el silencio contestaría. Sintió los pasos. Respiró tranquilo. Abierta la puerta, el rostro tan ajado como las ropas y al fondo, los escasos muebles. El visitante entró sin pedir permiso. Recogió la jaba pesada y conminó a salir al visitado. Salió la pareja dispareja. Con cuidado, cerraron la puerta por temor a que cayera en pedazos.
La bicicleta los esperaba. El visitante montó y ayudó al visitado a hacerlo. Entre los dos, la jaba pesada. La calle les pertenecía, ni un auto, ni una moto atrevida. Podían sortear los peligrosos baches. A las ocho de la mañana, el aire invernal es agradable si el estómago recibió un mínimo alimento. Ese aire se llevaba las palabras intercambiadas entre los ciclistas.
“¿Tomaste café?”. “Sííí”. La balbuceante respuesta hizo girar el manubrio, cambiar la dirección. Se detuvieron en una cafetería improvisada de precios armónicos con el barrio. El visitado enguyó el pan con croquetas y se bebió un café doble. Lo reconoció otro anciano y le dirigió un “¿cómo estás, bateador?” que los otros presentes recibieron con risitas burlonas, fenecidas ante la seria cara del visitante.
Reanudaron el viaje, animado por las palabras del desayunado visitado.
“Limpié las pelotas. Hay un bate que no resiste mas cepillo. Tienes que resolver guantes nuevos”. “Oye, los implementos no caen del cielo”.
Llegaron al placer. El visitado comprobó que entre el visitante y los padres de los muchachos, el terreno limpio gracias al filo de los machetes y propicio para el juego. Las bases señaladas. Los bancos guardados en el patio de uno de los peloteros estaban bien colocados. Al verlos, una algarabía proveniente de saludos alegres y rostros lozanos los rodeó. ¿Eran niños de crecimiento rápido o adolescentes tardíos?. Estaban en esa edad definida individualmente y difícil de limitar en las estadísticas. Edad de padres y madres asustados que buscan encaminarlos en los rieles favorables al futuro.  Al principio, algunos desfavorecieron la idea de integrar al anciano lacerado por el alcohol a las prácticas deportivas. El entrenador los convenció. Les enseñaría las mañas en el agarre del bate, en detectar si la bola venía alta o baja. El se encargaría en controlarlo. Lo hizo responsable del cuidado y mantenimiento de esos bates, guantes y pelotas. El anciano, mas lastimado por la propia autodestrucción que por el tiempo, aceptó gozoso y lo cumplió.  El visitante lo conoció en la infancia, cuando aquel era una promesa provincial. El le enseñó a agarrar el primer bate. Era su héroe. Héroe abortado por el vicio, convertido en ejemplo negativo después, alerta del peligro de los triunfos rápidos mal digeridos.
Completado los equipos, los peloteros ocuparon sus puestos. En los bancos, las familias alentaban a sus muchachos. El visitante puso una mano de aviso en el hombro del visitado. El anciano tomó aire y con todas sus fuerzas dio el grito esperado: ¡A jugar!

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