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“A caballo venimos”: discurso de Martí el 10 de octubre de 1891

8 de octubre de 2021

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S/T, 1990, Ernesto García Peña, Óleo sobre tela, 95 x 85 cm

S/T, 1990, Ernesto García Peña, Óleo sobre tela, 95 x 85 cm

 

El 10 de octubre de 1887 José Martí reanudó las reuniones de la emigración patriótica cubana de Nueva York para conmemorar el inicio de las guerras por la independencia de la patria, velada que no se efectuaba desde 1884. Los años siguientes continuó esa práctica, y el discurso de 1891 se destaca porque estuvo lleno de claves perfectamente comprensibles para la numerosa audiencia que colmó la amplia Sala Hardman y que estoy seguro asimiló una de sus piezas patrióticas más ricas en el plano literario y más sugerente por el amplio uso de la imagen.

El tono de esa oración es de impulso a la acción libertadora, aunque no plantea tomar las armas de inmediato. En el párrafo inicial dice la frase del título, pero aclara “que no es la hora todavía de aflojarle el freno a la cabalgadura”. En el párrafo que continúa plantea el culto a la Revolución de 1868 y las terribles condiciones que les tocaron los patriotas de entonces. Martí reconoce la valía de aquellos combatientes, y, en consecuencia, afirma: “¡Y el que sirvió es sagrado!” Y a tal punto desea ser inclusivo con los peleadores del 68 al 78 que después señala: “¡A todos los valientes, salud, y salud cien veces, aunque se hayan empequeñecido o equivocado!”.

Este discurso esboza los que serían los aspectos esenciales del programa revolucionario martiano, sobre el que insistiría y ampliaría en sus escritos hasta su muerte en combate en 1895. El primero de ellos, es, precisamente, considerar a la nueva revolución continuidad de la iniciada el 10 de Octubre. De ahí, pues, ese recuerdo respetuoso hacia los protagonistas de aquella gesta, aunque no deja de advertir que “este culto a la Revolución… sería insensato si no lo purgase el conocimiento de sus errores, lo cual ha traído fe, disposición del ánimo, prudencia cordial y serena”, frente al desaliento y la censura. Aclara que la emigración patriótica no cuenta los defectos sino las virtudes, y que abrirá espacio al triunfar a los “temerosos” y “enfermos de ánimo”, que no beneficiará a “criados sumisos”, ni a los que “buscan en un poder extraño la salvación que no saben sacar de su voluntad”, ni a los que “con resabios de dueño… andan en puntas sobre las sepulturas de negros y de blancos, caídos envueltos en el mismo pabellón.” Y es tajante: “’¡nosotros no somos aquí más que el corazón de Cuba, en donde caben todos los cubanos!”.

Ese carácter de vanguardia política que da Martí a la emigración la sustenta en su aprendizaje: “Aquí hemos estudiado las causas reales y complejas de la derrota de la Revolución.” “Con el dolor de toda la patria padecemos, y para el bien de toda la patria edificamos, y no queremos revolución de exclusiones ni de banderías… Razón y corazón nos llevan juntos.” Ideas como estas, dirigidas a los cubanos de la Isla, continúa repitiendo hasta el final de sus palabras: el líder en formación sabía que la guerra libertadora tenía que incluir masivamente a los cubanos de dentro y hasta atraer a los temerosos de todo tipo ante esa manera de salir del colonialismo español. Por eso les advierte que se conocen los peligros, “primer paso para vencerlos” y que “no cometeremos los mismos errores de ambas Américas, de la nuestra y de la otra (…) ajustemos las leyes de nuestra tierra original a su composición histórica…”. Y, previsor, también alerta: “estamos a las puertas de un crítico goloso e impaciente” por lo que hay que reparar “la época larga de desigualdad y languidez que pudiera darle la razón para echarse sobre el pueblo incapaz, o darnos razón para desconfiar de nosotros mismos.”

Martí cierra emotivamente el discurso refiriendo la leyenda del coronel cuya cabeza fue cercenada por una bala de cañón y el descabezado se entró sobre su montura, sable en amo, entre las aterradas filas enemigas. Y llama así al combate: “¡Éntrese nuestro caballo por el invasor, y espántelo y derrótelo, aunque no se les vean a los jefes la cabeza!”.

La audiencia, emocionada, aplaudió largo tiempo al líder que le nacía.

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