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A 85 años del milagro fílmico de “La Virgen de la Caridad” (I)

11 de septiembre de 2015

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Al abrir la edición del viernes 1ro. de marzo de 1929, del periódico El Mundo, los habaneros leyeron el anuncio del “más grande concurso para selección de tipos cinematográficos que jamás se haya celebrado”. Nadie sospechaba entonces que se trataba de la ingeniosa treta de un timador norteamericano llamado Lionel West, que tras la idea de “trasladar Hollywood a La Habana”, pretendía aprovechar la credulidad del público y el delirante interés suscitado por el cine para una estafa. Cientos de personas –deseosas de convertirse en “estrellas cinematográficas nacionales”– desfilaron durante tres meses por el escenario del teatro Payret.
Aquel audaz Lionel West, decidido a transformar la capital cubana en una segunda meca del cine, se esfumó con la misma prisa con que organizó el famoso concurso para configurar el casting de una producción que nunca pensó realizar. En un intento por seguir su enigmático rastro, algunos cronistas criollos trataron de descifrar la identidad del autotitulado “descubridor” de Valentino. Cuál no sería la sorpresa cuando sus fuentes en Hollywood les revelaron que “con un nombre análogo existió un doble de un cowboy, quien no salió jamás en cámara y cuyo oficio verdadero era el de dependiente de farmacia”.
El apasionamiento del cineasta cubano Ramón Peón (1897-1971), quien ya había rodado una decena de filmes de ficción desde su debut con Realidad (1920), lo involucró en aquella dudosa empresa. A diferencia de otros tramposos que le antecedieron, la cámara que operaba Peón no estaba vacía mientras West daba órdenes absurdas a los ingenuos aspirantes a “estrellas” que, previo el pago de cierta suma de dinero, eran sometidos a las pruebas. De haberse prestado conscientemente a aquellos manejos deshonestos, Peón habría visto afectado el prestigio adquirido con su tesón y profesionalismo.

 

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Ramón Peón (1897-1971)

 

 

Para preservar –o restituir– su deteriorada imagen y evitar que, por su intervención publicitaria, el ultrajado público lo culpara de complicidad en un fraude de tales proporciones, el periódico El Mundo convocó a un concurso de argumentos originales. El ganador fue La Virgen de la Caridad, escrito por Enrique Agüero Hidalgo (1890-1975), que a pesar de su título, no trata un tema eminentemente religioso. Peón prometió a su autor “trasladarlo al lienzo de plata”.
Infatigable, Peón se vinculó con el español Antonio Perdices (1905-1993) a otro fanático del cine, Arturo “Mussie” del Barrio y Dumbar (1907-1950), que disfrutaba de una posición económica ventajosa, necesaria para poder acometer aquella arriesgada empresa. Con las iniciales de sus apellidos conformaron el nombre de la Sociedad Anónima B.P.P., que, no obstante ser formalizada oficialmente su constitución ante un abogado y notario público el 8 de enero de 1930, de inmediato se propuso la filmación de “una gran serie de producciones netamente cubanas”. La compañía estrenó el 3 de octubre de 1929 en el teatro Martí su primera producción: El veneno de un beso, dirigida por Peón sobre un argumento escrito por el conocido periodista Gonzalo de Palacio (1896-1992) bajo el seudónimo de Guy de Pelletier. Con su cabello engominado, Perdices, el “Valentino cubano”, dispuesto a dar el beso letal, abrazaba con ardor a la protagonista con sus ojos de ovino en trance de decapitación.
La edición de El Mundo del domingo 20 de abril de 1930 informó que había sido firmado el contrato por Enrique H. Moreno a nombre del periódico y por Arturo del Barrio en representación de la B.P.P. Pictures para la filmación del argumento La Virgen de la Caridad. El periódico subrayaba que pese al tiempo transcurrido y las dificultades surgidas, había “aprovechado la primera oportunidad que se le presentaba para dar cumplimiento a uno de los propósitos que lo guió al iniciar” su famoso concurso cinematográfico. Todos los “artistas nacionales” seleccionados en la última prueba del tristemente célebre concurso cinematográfico que nutriera los bolsillos del estafador Lionel West, fueron convocados mediante una nota de prensa para presentarse en las oficinas de la firma productora el sábado 26 de abril de 1930 a las 5:00 p.m. “No habrá, pues, nuevos entorpecimientos ni más dilaciones –publicó el diario–. La bien organizada empresa cinematográfica cubana, la primera que con sus recursos y su alta dirección técnica se establece entre nosotros, se hace cargo de esta prueba, que ha de ser definitiva para los aficionados, entusiastas del Arte de la Pantalla”.
El objetivo de la citación era escoger entre “las señoritas y jóvenes que se vieron favorecidos durante la selección final” a los intérpretes de los personajes de la película La Virgen de la Caridad. Al día siguiente, en su edición dominical, con el título de “La película de El Mundo”, el diario incluía una fotografía del primer grupo de concursantes escogidos, los que verían “abrirse ante ellos el amplio horizonte que los grandes estudios de Hollywood ofrecen” y anunciaba que para el próximo miércoles, el resto que no pudo asistir, tendría una nueva oportunidad.
Peón, convenientemente apoyado ahora por el productor Mussie del Barrio, se disponía a cumplir la promesa de filmar a la galardonada “novela cinematográfica” de Agüero Hidalgo, trabajador ferroviario de profesión, para quien todo lo relacionado con la historia del cine cubano constituyó una obsesión para él. La flamante B.P.P. Pictures anunció para mayo el comienzo de la filmación de su segundo largometraje “en grande”. Ignoraban que La Virgen de la Caridad sería no solo su última producción, sino que devendría el último filme de largometraje que clausuraría el período del cine silente en Cuba, además de ser el más importante generado en la Isla por el cine comercial prerrevolucionario y la mejor obra en la prolífica filmografía de Ramón Peón. El domingo 25 de mayo en la finca “El Morado”, situada en El Wajay, que era propiedad del entonces alcalde de Marianao, Baldomero Acosta, se inició el rodaje de la película al fotografiarse importantes escenas.
En el argumento, Don Pedro del Valle, cacique de un pequeño pueblo habanero, se opone a las relaciones entre su hija Trina y Yeyo, joven campesino dueño de la finca La Bijirita, donde vive con su abuela. Recién llegado a su pueblo natal, Ramiro Fernández, el hijo de un rico terrateniente ganadero, se interesa en la muchacha al conocer sobre la fortuna de su padre. Con la complicidad de un ex empleado despedido de La Bijirita por maltratar a un campesino, el malandrín orquesta una maniobra ilegal destinada a desalojar a los legítimos dueños de sus tierras, apropiarse de ellas y despojar, además, a Yeyo de su enamorada y, con el beneplácito paterno, casarse con la joven. Solo un milagro puede interceder por “aquellos dos seres que tantos contratiempos habían sufrido para ver al fin realizado su tan ansiado ideal”, según descripción del autor.

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Foto de rodaje de la película “La Vírgen de la Caridad”

 
La acción providencial ocurre cuando la abuela suplica a su desesperado nieto que se arrodille y rece ante la imagen de la patrona de Cuba. Del otro lado de la pared, Don Nicomedes, dueño de la casa donde han tenido que refugiarse, al clavar una puntilla para colgar un cuadro, derriba con sus martillazos el cuadro de la Virgen. Al levantarlo, en medio de los cristales rotos, de entre la estampa y el cartón que la protegía aparece un pliego de papel escrito y algo amarillento por la acción del tiempo. El “milagroso” hallazgo era la copia de la escritura de venta de la finca La Bijirita, efectuada en 1897 por el padre de Fernández a su padre Carlos antes de marchar a la manigua a la guerra de independencia.
La historia del cine, y su “era del silencio” no constituyó excepción alguna, está colmada por incontables romances amenazados por bribones de todo género. En este caso, Ramón Peón enfrentó con su dominio del lenguaje cinematográfico los peligros que significaba la novela escrita por Agüero Hidalgo con un estilo ampuloso, profusa en adjetivos, lugares comunes saturados por el melodramatismo y personajes arquetípicos.
Intérpretes de disímil experiencia y origen fueron contratados para los principales papeles, desde la veterana actriz Matilde Mauri (Ritica), secundada por dos figuras de notoria trayectoria en las tablas: el matancero Julio Gallo (1895-1948), y Francisco Muñoz (el Don Marcos de El veneno de un beso, hasta la novel pareja protagónica, integrada por Miguel Santos (Yeyo) y Diana V. Marde (Trina), seudónimo de la cantante María Blanco de Quintana, que según anunció Becali, embarcaría “rumbo a Hollywood en busca de más amplios horizontes y de un ambiente más en proporción con sus condiciones artísticas”. El otro debutante, Miguel Santos, sería luego la pareja de baile de Chela Castro en los teatros, antes de integrarse al equipo técnico de una compañía cinematográfica.
El reparto incluyó, además, a Guillermo de la Torre (el villano Fernández); Roberto Navarro (el intrigante Matías); la soprano y actriz Estela Echazábal (Rufina); Francisco Herrero (Nicomedes); Laura del Río (Catana); Julio Gallo (Canuto); Ernesto Antón (Hortensio); Rafael Girón (El Juez); Gonzalo E. Piqui (Notario); Margarita del Valle (Tula); Olimpia Fernández (Beba); Pascual Toledano (Cartulario); Ángel Lorenzo (Alguacil); Gerardo Solana (Samuel); Roberto García (Carlos); César Isla (Casimiro); Juan Antonio López Gabell; el cineasta Sergio Miró (testigo falso), encargado también del maquillaje, y Enrique Agüero Hidalgo en una intervención episódica como uno de los pescadores a quienes se les aparecía la Virgen (la soprano Hortensia de Castroverde, al pedir auxilio.
Ramón Peón realizó una breve aparición en un flashback como el mambí con la frente vendada a quien Carlos, hijo de Ritica, a punto de morir, encomienda el cuidado de su hijo y le entrega la escritura de propiedad de la tierra. Peón le cubre entonces el rostro con una pequeña bandera cubana. Un tono discreto predomina en las actuaciones, entre las que descuella la emotiva caracterización de Matilde Mauri como la vieja campesina, plena de sentido cinematográfico y no escénico. Contrasta con la desapasionada y glacial labor del dueto protagónico Santos-Marde. Los personajes secundarios aportan la comicidad algo forzada y el sabor criollo, entre ellos el obeso asignado a Mario Vasseur, protagonista de varias comedias de la Pan American Pictures. Reminiscencias teatrales se perciben en algunas composiciones de los actores, sobre todo en los interiores del bohío, más propias de un escenario. Peón confió el pequeño papel del secretario al veterano distribuidor Mauricio Casanova, a quien encargara el Departamento de Imprenta de la compañía desde su fundación.

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