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1957: Medio siglo de teatro en Cuba (IV)

26 de diciembre de 2014

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Teatro Alhambra

Teatro Alhambra

Continuamos hoy en nuestra sección con la publicación fragmentada de un extenso e interesante trabajo que, con el título de “Medio siglo de teatro en Cuba”, el periodista Francisco Ichaso incluyó el 15 de septiembre de 1957 en una edición especial del “Diario de la Marina” por el 125 aniversario de ese rotativo habanero.

 

La zarzuela disfrutó también de gran boga en cuba. El 4 de enero de 1853 se representó la primera en el Tacón: “El Duende”, de Rafael Hernando. Dos meses después se puso en escena la primera obra de ese género compuesta en Cuba: “Todos locos o ninguno”, del maestro José Freixas. Fue un fracaso. Sólo obtuvo dos representaciones.
La verdadera catedral del género zarzuelero fue Albisu. En su escenario se representaron las más famosas zarzuelas grandes, con pretensiones operáticas (sic), y las joyas del género chico. Hubo una época en que Albisu fue para La Habana lo que el Apolo para Madrid, con su “cuarta” y todo.
La opereta vienesa ha tenido también muchos adictos. El auge del género coincidió con la visita de Esperanza Iris, artista que alcanzó extraordinaria popularidad,, hasta el punto de que se la llamó la “Emperatriz de la Opereta”. Todavía en tiempos recientes, la Iris, retirada prácticamente de la escena, ha sido objeto de cariñosas demostraciones del público en todas sus visitas a la capital y al interior de la Isla.
Durante mucho tiempo el teatro Martí fue sede de grandes espectáculos musicales de carácter frívolo. En él se celebraron las temporadas de Quinito Valverde con “El Príncipe Carnaval”, y las de Santacruz-Velasco, que inauguraron un tipo de representaciones espectaculares semejantes a los folies de París y New York.
Todos estos espectáculos fueron declinando poco a poco, a partir de la invasión del cine, no porque éste les hiciese una competencia invencible, sino porque no se ha producido una adaptación de los mismos al gusto actual del público. Puede decirse que en los últimos veinte años este teatro en Cuba ha evolucionado muy poco, sobre todo en el aspecto que pudiéramos llamar comercial.

 

El teatro cubano

 

Los esfuerzos por establecer un teatro cubano han tomado dos rumbos: el del llamado “teatro vernáculo”, que se ha confundido casi siempre con los bufos y que ha revestido también casi siempre cierto cariz licencioso y a veces francamente sicalíptico, “para hombres solos”, y las tentativa de producción seria y en serie, con vuelos universales, que han tenido más bien un éxito efímero.
El desarrollo del teatro vernáculo está ligado a acontecimientos de indudable significación social e histórica. Desde la primera mitad del siglo XIX ese género teatral, costumbrista y alusivo, fue utilizado para satirizar la dominación española, contribuyendo de ese modo, a crear entre bromas y veras, una conciencia nacional.
El 12 de febrero de 1847 se abrió el teatro Villanueva, famoso por aquella representación del sainete “El perro huevero”, el 22 de enero de 1869, y que fue interrumpida por la acción de los voluntarios y de la fuerza pública que estimaron como un ataque a la Metrópoli la obra que se representaba y, sobre todo, la reacción del público ante ella.
En el teatro Villanueva actuó el más famoso de los histriones cubanos de su tiempo, Francisco Covarrubias, autor y actor que llegó a alcanzar extraordinaria popularidad. En el mencionado coliseo y en el año 1868 se estrenó la obra de Francisco Fernández “Los negros catedráticos”, en la que apareció por primera vez el tipo del negrito pedante y refistolero, tal como lo hemos conocido en la República bajo las máscaras de Sergio Acebal, Arquímedes Pous y el propio Alberto Garrido, que hoy monopoliza prácticamente el personaje.
La sede de los bufos o caricatos cubanos durante los primeros años del siglo fue el teatro Alhambra, donde se representaron las más logradas obra del género y donde se dieron a conocer sus cultivadores más sobresalientes: Federico Villoch, Gustavo Robreño, Agustín Rodríguez, etc.; los maestros Jorge Anckerman, Valenzuela y otros. Principal atracción de aquel coliseo fue Regino López, actor de don histriónico natural, muy seguro y eficaz, de una gran simpatía popular y que creó un personaje, el “Cañita”, que entre los vapores del alcohol espetaba verdades como puños sobre las más importantes cuestiones nacionales, haciendo buena la expresión latina de “in vino veritas”.
Aunque este género teatral eminentemente caricaturesco se sobrevive en manifestaciones esporádicas, en personajes estereotipados que son como calcos de la “commedia dell’ arte”, en el medio criollo, y en ciertas obra de escaso valor literario que siguen muy de cerca las huellas de Alhambra, la realidad es que su ciclo se cerró al cerrarse el ya citado coliseo.
Más altos vuelos tuvieron ciertas modalidades distinguidas y a la vez folklóricas de la zarzuela que fueron muy bien acogidas por el público y en las cuales se destacaron como libretistas algunos de los más populares autores alhambrescos antes citados y también, entre otros, Gustavo Sánchez Galarraga, Antonio Castells y José Sánchez Arcilla, y como compositores los inspirados Ernesto Lecuona, Gonzalo Roig y Rodrigo Prats. Entre las obras de ese género citaremos como muestras de las mejor logradas “María la O” y “Cecilia Valdés”, esta última inspirada en la feliz novela de Cirilo Villaverde.

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