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1957: Medio siglo de teatro en Cuba (III)

19 de diciembre de 2014

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Ópera “Aida”

Ópera “Aida”

Continuamos hoy en nuestra sección con la publicación fragmentada de un extenso e interesante trabajo que, con el título de Medio Siglo de teatro en Cuba, el periodista Francisco Ichaso incluyó el 15 de septiembre de 1957 en una edición especial del “Diario de la Marina” por el 125 aniversario de ese rotativo habanero.

 

Los géneros musicales

 

Feliz vio La Habana optimista de la primera veintena desfilar por el Nacional a todos los grandes artistas del bel canto que hacían fortuna en Europa y en los Estados Unidos. Durante los años de 1916 a 1920 transcurrió el ciclo de Adolfo Bracale, que nos presentó a Caruso, a Lázaro, a Stracciari, a Amato, a la Poli-Randaccio, a la Barrientos, a la Storchio, a la Galli-Curci, a la Besanzoni, a la Nieto, a la Otein, a la Borghi-Zerni, a la Mason, a Tito Schipa, a De Muro, a Danise, a Carpi, a Lazzari y a Mardones.
En 1926 tuvo efecto en el Nacional, la presentación de Beniamino Gigli, el gran tenor que se hallaba entonces en la plenitud de sus facultades y de su fama.
Durante todas estas jornadas se representaban las mismas óperas del mismo repertorio tradicional. Predominaba el estilo italiano y dentro de éste el público mostraba especial afición por el género llamado “verista” que tenía en Puccini la figura de mayor atracción. Sólo por excepción se montaban muy de tarde en tarde óperas “nuevas”, como el caso de “Isabeu”, de Mascagni, y “Lohengrin” y “Parsifal”, de Wagner.
Pero en los comienzos de 1930, al borde ya de una crisis económica que habría de afectar considerablemente al teatro, tuvo lugar un acontecimiento singular: la visita de una compañía de ópera rusa que viajaba por la América Latina con el nombre de Opera Privé, de París, y que dio a conocer a nuestro público algunas obra de la escuela nacionalista eslava, entre ellas “El príncipe Igor”, de Borodin; “El zar Saltán”, “La doncella de nieve” y “La ciudad invisible de Kitej”, de Rimsky-korsakov, y “La feria de Sorotchisnky”, de Mussorgsky.
A partir de esa fecha desaparece la ópera como espectáculo cíclico y sólo de vez en cuando se hacen representaciones esporádicas de obras del género, utilizando muchas veces artistas del patio.
Es en el 1941 cuando la Sociedad Pro Arte Musical recoge el cetro de Bracale e inicia sus temporadas anuales de ópera, gracias a la cuales nos ha sido posible conocer a las más altas figuras actuales del bel canto.
Entre los más señalados acontecimientos operáticos [sic] de la fecha reciente hemos de citar el estreno en Cuba de “Tristán e Isolda”, de Wagner, el 13 de noviembre de 1948 en el Auditórium, bajo la batuta de Clemens Krauss, hace algún tiempo fallecido en México, y con la soprano Kirsten Flagstad y el tenor Max Lorenz en los papeles protagónicos.
En la actualidad el fervor por la ópera, que subsiste con cierto aire melancólico en los que eran jóvenes cuando las fastuosas noches del Tacón y del Nacional, los mantiene la ya citada Sociedad Pro Arte Musical, que en su última jornada de junio de este año presentó a la eminente soprano Renata Tebaldi en “La travista”, “Tosca” y “Aída”.
No debemos terminar esta breve reseña des desarrollo operático [sic] en nuestro país sin consignar que en lo que va del siglo se han representado también en La Habana y en otras ciudades de la Isla algunas óperas de compositores cubanos como el “Baltasar”, “Zilia” y “La zarina”, de Villate; “El náufrago”, “Dolorosa”, “Doreya”, “El caminante” y “Kabelia”, de Eduardo Sánchez de Fuentes; “La esclava”, de José Mauri; “Seila”, de Laureano Fuentes, y “Patria”, de Hubert de Blanck.

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