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170 años de José Martí: Las Pascuas en Nueva York (II)

5 de enero de 2024

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El 7 de enero de 1882 el diario caraqueño La Opinión Nacional publicó la primera y extensa crónica de Martí acerca de estos festejos en Estados Unidos. Luego de describir en los párrafos iniciales el ambiente de aquellos días en Nueva York, vividos con notables diferencias entre pobres y ricos, el Maestro dedica un espacio más breve a las Pascuas en España, particularmente en Madrid, donde las había vivido durante buena parte de su primera deportación a la metrópoli. De allí recuerda con evidente satisfacción la riqueza gastronómica y la gente que pasea por la Plaza Mayor. Y cierra así: “La fiesta es la escena que remata en misa.”

Esa breve referencia es como un guiño favorecedor a la cultura de base cristiana española e hispanoamericana, cercanas entre sí y alejadas de la estadounidense, como explicita en el párrafo a continuación: “No son las Christmas del yanqui como las Pascuas del hidalgo. Ni es la cena sino mero accidente de este regocijado jubileo. Las Christmas son las fiestas del dar y del recibir; de hacer donativos al pariente pobre; de ostentar sobra de dinero; de buscarlo para ostentarlo; de de visitar a los conocimientos; de enviar con ramos de flores artísticas tarjetas de dibujos pascuales, de engastar en el pie del ramillete serpientes y cables de oro, que se usan en este invierno como anillos.”

Añade Martí que esas Christmas son las fiestas de las niñas casaderas “que acaparan en ellas presentes de relacionados conocidos, se dan con júbilo al placer desenfrenado de la compra, prenden flores al traje de máscaras que lucirán en el baile de la noche, y aguardan en la cohorte de amigos que ha de venir a desearles Pascuas alegres, a aquel de entre ellos con quien es más alegre la Pascua, y la amistad más deleitosa. Las Christmas son las fiestas de los padres que ven, como ideal de tórtolas gozosas, agruparse en torno a la mesa de los regalos, la niña esbelta, el varón apresurado, la crianza balbuciente; y olvidan las desventuras de la tierra en aquel gozo ingenuo y celeste compañía.”

Describe luego la alegría de “los pequeñuelos, cuyos deseos de todo el año van siendo encomendados a este día solemnísimo, en que se entrará el bien viejo Santa Claus por la chimenea de la casa, se calentará del frío del viaje junto a las brasas rojas que se consumen en la estufa, y dejará en el calcetín maravilloso que cada niño pone a la cabecera de la cama, su caja de presentes.” El lector de hoy, ante tales descripciones se pregunta si el cronista tuvo la oportunidad de asistir a alguna celebración de tal naturaleza como estas que nos ha descrito.

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Y también es de preguntarse si ante la ausencia de su hijo, entonces de tres años de edad, el cronista nos entrega el disfrute mañanero de esos niños de Nueva York al encontrar los regalos dejados por Santa Claus: “¡Qué reír!, ¡qué vocear!, ¡qué darse celos!, ¡qué ser felices! ¡Oh tiempos de dulce engaño, en que los padres próvidos cuidan, a costa de ahogar los suyos, de la satisfacción de nuestros deseos! ¡Qué bueno es llorar a mares, si podemos traer con nuestro llanto una sonrisa de los labios del hijo pequeñuelo! ” Y concluye estas sentidas observaciones paternas con una sincera declaración de la ética de servicio que siempre sustentó: “No hay como vivir para los otros, —lo que da suave orgullo y fortaleza.”

Sin dudas, estremecedoras estas vívidas y hermosas declaraciones del cronista que narra y que, a la vez, se entrega a sus lectores en su dolor paternal y en su mensaje espiritual.

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