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130 años de “Nuestra América”: la disección de la problemática latinoamericana. El mandato a crear

29 de enero de 2021

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Retrato de Martí hecho en Washington, 1891. Foto tomada del Portal José Martí

Retrato de Martí hecho en Washington, 1891. Foto tomada del Portal José Martí

 

Los párrafos finales del ensayo “Nuestra América” resultan magistrales por la riqueza literaria del uso de las imágenes, las cuales aumentan la eficacia comunicativa de su idea principal: los países latinoamericanos han de ajustar su organización política y social a sus propias características y necesidades, y, para ello, deben dar cabida a los sectores populares echados a un lado y requeridos de la justicia social reivindicadora de sus derechos ciudadanos.

Con dos brillantes imágenes, Martí nos describe. “Éramos una visión, con el pecho de atleta, las manos de petimetre y la frente de niño.” Es decir, éramos una quimera, una fantasía algo desasido de la realidad, con un gran corazón que repletaba el pecho de sentimientos, pero alejados del trabajo creador y con un pensamiento inmaduro. Y continúa con otra imagen, expresiva de nuestra falta de naturalidad, de nuestro mimetismo: “Éramos una máscara, con lo calzones de Inglaterra, el chaleco parisiense, el chaquetón de Norte-América y la montera de España.” Ocultábamos, pues, nuestra identidad tras una máscara y cubríamos nuestro cuerpo con ropas inapropiadas, de otros lugares.

Observemos dos ideas que nos trasmiten estas frases. Una, con el uso del plural de la primera persona, que le permite entonces abarcar al conjunto de países de la región y, también, de hecho, a la clase ilustrada, capaz por ello de leer este texto, cuyo autor sabe que él forma parte de ella por sus facultades para manejar la vía de la trasmisión escrita.

Tras el punto y seguido, Martí se ocupa de los desheredados, los olvidados, los aplastados: “El indio, mudo, nos daba vueltas alrededor, y se iba al monte, a la cumbre del monte, a bautizar a sus hijos. El negro, oteado, cantaba en la noche la música de su corazón, solo y desconocido, entre las olas y las fieras. El campesino, el creador se revolvía, ciego de indignación contra la ciudad desdeñosa, contra su criatura.” Y explica cuál debió ser la salida con las independencias: “El genio hubiera estado en hermanar, con la caridad del corazón y con el atrevimiento de los fundadores, la vincha y la toga,—en desestancar al indio,—en ir haciendo lado al negro suficiente,—en ajustar la libertad al cuerpo de los que se alzaron y vencieron por ella.”

El hilo conductor del análisis martiano es precisamente cómo la derrota del colonialismo español no significó un cambio verdadero en las estructuras de las sociedades de nuestra América, sino el mantenimiento de las antiguas a lo que se sumaron la adopción de modelos tomados de otras latitudes donde funcionaban de acuerdo a aquellas condiciones: “Ni el libro europeo, ni el libro yankee, daban la clave del enigma hispanoamericano.” En consecuencia, llama a innovar de acuerdo a nuestras características y atribuye ese espíritu a la gente joven con un evidente sentido de mandato: “Los jóvenes de América se ponen la camisa al codo, hunden las manos en la masa, y la levantan con la levadura de su sudor. Entienden que se imita demasiado, y que la salvación está en crear. Crear, es la palabra de pase de esta generación.”

Así, convocaba José Martí, sin cumplir aún los cuarenta años de edad, a sus lectores más jóvenes, a esa nueva generación intelectual de la que él también formaba parte, a abrir los caminos de una América nueva, renovada, con sus masas populares, para vencer a ese pasado excluyente que se mantenía vivo, sin la copia servil de moldes ajenos. De ese modo, nos dice, se cerraba la hendija por donde se entraban el tigre de adentro y, además, el de afuera.

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