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Los miedos de la espera

13 de mayo de 2023

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índiceCuando le dijeron al adolescente que el abuelo tenía turno en el hospital y el único disponible para acompañarlo era él, dio una patadita en el piso, no con la fuerza que quería patear al balón al día siguiente, pues no tenía clases. La madre, conocedora de las reacciones de su primogénito, adivinó las posibles malas palabras que le circulaban por el interior, pero que las normas de convivencia caseras no le permitían pronunciar. Con la serenidad dada por la crianza de tres varones y una hembra tan voluntariosa como ellos, pasó a explicarle las causas de la decisión .Su padre estaba en provincias, la hermana junto a las amigas en un campismo, y ninguno de los otros varones tenía edad ni fuerzas para sostener al anciano al subir a una guagua, ni la madurez para discernir la mejor de las aceras. Y después de entregarle estas razones lógicas, subiendo un poco la voz, exclamó: ¡Te toca! Y viró la espalda. El muchacho, practicante asiduo de fútbol, renegó de la fortaleza de sus piernas y los músculos del brazo. Se dio por vencido.
No eran las seis de la mañana cuando abuelo y nieto arribaron a la parada, después de sortear baches, cancelas abiertas, motos encadenadas a cercas y con sus respectivas alarmas. El nieto se extrañó que ese viejo tan hablador, permaneciera en silencio, cuestión que comprendió después. A empujones treparon al vehículo, pero la cara triste más que el bastón, provocó que una joven le diera el asiento. Una hora después, dado el largo trayecto y los minutos en cada parada, llegaron al hospital. Después de la comprobación del turno, nieto y abuelo ocuparon los asientos en aquella nutrida sala de espera de quienes esperaban todos al mismo facultativo. Si el viaje salió bien pues llegaron a tiempo a la consulta a pesar de vivir lejos del hospital, el adolescente se preguntaba el porqué del silencio y la expresión angustiada de su antecesor.
Captó el sonido característico del lugar. Lo conocía, pero aquí se multiplicaba y se hacía atronador. Era un coro de toses, carraspeos, chillidos bajos de pulmones cansados. Pronto el abuelo se incorporó al coro con su propio instrumento fabricado para recibir oxígeno y perturbador cuando su fuelle se manchaba de la nicotina y los otros químicos del cigarro más que del tabaco. El jugador de fútbol advirtió que las manos de la mayoría también estaban hermanadas por las manchas en los dedos. Y en los ojos se entremezclaba una expresión de miedo y vergüenza. Recordó los consejos dados por el padre y la madre. Nunca seguir al grupo en este vicio en que este querido abuelo ya no tenía remedio.
Y comprendió las miradas de miedo y vergüenza de los presentes. Miedo a escuchar la noticia de una complicación final. Y vergüenza por desoír los buenos consejos de médicos, familiares, alertas en los medios. La cara del muchacho reflejaba sus pensamientos. El abuelo imaginó que su figura disminuía ante él. Lo despreciaría por su sometimiento al vicio. Recordaba cómo todavía entre risas, narraba cuando a los doce años el padre le puso un tabaco en la boca y le dijo CHUPE, ESO ES DE HOMBRES. Chupó, se mareó, pero siguió probando los tabacos, ante el orgullo del padre.
Se abrió la puerta de la consulta y la enfermera gritó el nombre. Sintió la mano del nieto presionando con suavidad su brazo. Y una voz entristecida le dijo: Vamos, mi abuelo, yo estoy aquí contigo.

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