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María de los Ángeles Santana LXXIII

26 de marzo de 2021

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Para los lectores de esta sección procedemos a intercalar capítulos de nuestro libro Yo seré la tentación: María de los Ángeles Santana, publicado por el sello Letras Cubanas, cuya tercera edición acaba de ser puesta a la venta en ocasión de la Feria Internacional del Libro de La Habana correspondiente al 2017.

Hoy damos continuidad a las reflexiones de la Santana acerca de su labor en el teatro Lírico, del Distrito Federal, de México.

 

Los éxitos de su etapa inicial en la RHC-Cadena Azul determinan que María sea seleccionada para integrar el elenco de un acto que, el 5 de febrero de 1946, se inicia, a las 9:30 p.m., en el teatro Auditorium, con el fin de recaudar fondos para la Casa del Ciego. Conserva la Santana un imperecedero recuerdo de la jornada de su debut en ese coliseo de vastas dimensiones y espléndidas condiciones acústicas —inaugurado en 1928, en la esquina de Calzada y D, en El Vedado—, al tener como invitada principal a la primera figura del cine hispanoamericano de entonces: la cantante y actriz argentina Libertad Lamarque, quien, contratada por la RHC-Cadena Azul, visitaba Cuba por primera vez, junto a su esposo, el pianista y compositor Alfredo Malerba.

Participan en el espectáculo el mago Fu Manchu, contratado también por la emisora de Trinidad Velasco, el dúo Hermanas Martí, Iris Burguet, Zoraida Marrero, Miguel Ángel Ortiz, la cancionera Rita María Rivero, Luis Echegoyen, Jesús Alvariño, la pareja de bailes internacionales Carlisse y Christian, y el trío Servando Díaz. En carácter de animadores se presentan Raúl Dagnery, Luis Vilardell, Enrique del Río, Rosendo Rosell, Manuel Fernández Urquiza, Juan José Castellanos y Ernesto Galindo.

La función del Auditorium la dirigió artísticamente Manolo Serrano, quien me conocía desde los tiempos en que trabajé en CMQ, emisora en la cual él se destacó. En ese acto se llenó el teatro de un público deseoso de contemplar a Libertad Lamarque, que respondía muy bien a la propaganda desplegada en torno a ella, pues viéndola en persona, sin las limitaciones impuestas por la pantalla, superaba esa ilusión que puede crear el cine en un espectador con respecto a una figura.

Su talento para cantar tangos y canciones lo confirmó desde su primera actuación en La Habana, donde tal vez le dieron el mayor recibimiento tributado hasta entonces a un artista extranjero, en lo cual influyó, por supuesto, el arraigo de sus películas en los distintos sectores de la población, como sucediera en otros países, en los que también se le consideraba un ídolo artístico.

En la RHC-Cadena Azul me la presentó Zoraida Marrero, que entabló con ella una estrecha amistad durante unas actuaciones suyas en radioemisoras y teatros de Buenos Aires. Desde antes de conocerla, yo la admiraba extraordinariamente. Quién no iba a admirar a una estrella de la magnitud de Libertad Lamarque, una artista tan carismática en su trabajo, tan estudiosa de sus papeles en el cine e interpretaciones vocales, y tan cuidadosa de su apariencia estética para salir al escenario.

Desde que la vi por primera vez en la RHC-Cadena Azul se comportó de una forma amable; aunque no voy a decir que era extremadamente agradable, ni buscaba granjearse el afecto de quienes la rodearan, no le hacía falta. Se mostró natural, sin pedantería, sin esa vanidad tan común en ciertos artistas. Su grandeza aumentaba al oírle decir al público que iba a ofrecerle su «modesta actuación», y entre sus características más notables se encontraban la posesión de una gran cultura y recia elocuencia.

A partir del instante en que nos presentaron, simpatizamos, y se me dio la inolvidable oportunidad de trabajar a su lado en ese monstruoso programa del Auditorium. Así lo defino, dada la calidad de todos los que esa noche subieron al escenario. Libertad no escatimaba elogios si le complacía la actuación de otra figura con la que departiera en un programa y recibí los suyos. Como me parecía pobre cualquier frase de cumplido para responder a una mujer tan encomiada por incontables personalidades y públicos de numerosas naciones, simplemente le manifesté que cualquier mínima actuación suya en un espectáculo significaba la parte más estelar del mismo.

Su estancia en Cuba se convirtió en un verdadero suceso nacional. La prensa otorgó los mejores calificativos a sus presentaciones y en las entrevistas dio respuestas inteligentes, como correspondía a una persona sensible, amante del progreso y de las causas justas. Igual que los sencillos personajes de sus películas, quiso acercarse a los humildes. Visitó hospitales con niños enfermos, escuelas, e hizo en el Anfiteatro una función gratuita de despedida la noche anterior a su partida de Cuba. Lástima que no pudo concluir su actuación. Probablemente no se contó con la cantidad de individuos requeridos para garantizar el orden de miles y miles de personas reunidas allí y, en medio de su infinita admiración hacia la Lamarque, impidieron la labor de los músicos y un gran número de concurrentes subió hasta el escenario, quizás deseosos de comprobar si Libertad era de carne y hueso o una diosa que había bajado a la tierra.

(CONTINUARÁ)…

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