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El tratamiento farmacológico del acné

24 de marzo de 2021

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El acné es una afección dermatológica muy común, que puede aparecer en cualquier etapa de la vida, aunque se presenta con mayor frecuencia a lo largo de la adolescencia.

Se trata de una enfermedad inflamatoria crónica y autolimitada que se caracteriza por la inflamación de los folículos pilosebáceos de la piel y el aumento de la secreción de grasa. Esto conduce a la obstrucción de dichos folículos dando lugar a la formación de lesiones inflamatorias como comedones, pápulas, pústulas, quistes y, en ocasiones, nódulos o cicatrices.

Aunque no constituye un problema grave, para algunos de los que lo padecen puede resultar inquietante y generar sufrimiento emocional, muchas veces provocado por el temor de que se produzcan marcas permanentes en el rostro y en otras partes visibles de la piel.

Por esta causa, muchas personas buscan atención médica para tratar el acné y evitar sus complicaciones. Para esto se utilizan distintos tipos de tratamientos, incluido el uso de medicamentos.

El tratamiento farmacológico del acné es de larga duración y requiere la administración de fármacos que en algunos casos pueden tener efectos indeseables para el paciente. Por este motivo solo se deben utilizar bajo la orientación y la prescripción del dermatólogo.

Por lo general, los medicamentos empleados para tratar el acné inhiben la producción de sebo, limitan el crecimiento bacteriano, regulan las hormonas o favorecen el desprendimiento de las células de la piel para destapar los poros.

Entre los más utilizados están los antibióticos orales como la tetraciclina, doxiciclina, minociclina, eritromicina, trimetoprim, sulfametoxazol y amoxicilina. También se utilizan antibióticos tópicos como clindamicina, eritromicina o dapsona.

Se utilizan además geles o cremas de derivados de vitamina A y formulaciones de peróxido de benzoilo, azufre, resorcinol y ácido salicílico.

La isotretinoína es uno de los medicamentos más eficaces para combatir el acné. Esta sustancia activa actúa en la glándula sebácea, disminuyendo la producción del sebo, reduciendo así la proliferación de bacterias y la inflamación.

Cabe señalar que su uso se relaciona con diferentes efectos secundarios. Entre los más comunes están fragilidad, comezón y resequedad de la piel, labios y ojos; dolores musculares, articulares y en la región lumbar; aumento de triglicéridos y colesterol y disminución de HDL; anemia; aumento o disminución de las plaquetas; aumento de las enzimas hepáticas y conjuntivitis.

Una alternativa menos agresiva en los casos leves de acné se encuentra en la fitoterapia. Este tipo de tratamiento incluye el empleo de diferentes plantas medicinales que tienen como objetivo fundamental favorecer la depuración, la eliminación de bacterias y la reducción de la producción de grasa.

Entre las más útiles se encuentran la bardana, el pensamiento y el áloe vera. A diferencia de la mayoría de los tratamientos farmacológicos, la utilización de cualquiera de estas plantas con la finalidad de mejorar el acné, además de ofrecer buenos resultados, garantiza la ausencia de efectos adversos importantes para el paciente.

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