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Libia fragmentada

9 de marzo de 2021

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Lo que queda aún de pueblo en Líbia sigue viviendo la crisis desatada hace diez años por el imperialismo, con desgobiernos que pretenden inútilmente reemplazar al del depuesto y asesinado Muammar Ghadafi.

Ahora, cuando se afirma que se está en “un buen momento”, se ha llegado a tratar de aunar los intereses de las dos facciones que se disputan el poder, una asentada en Trípoli, la capital, apoyada por EE.UU. y la ONU, y otra en Tobruk, con el visto bueno de Turquía, Egipto, Arabia Saudita y otras satrapías del Golfo, es decir, una mala y otra peor, aunque también puede ser viceversa.

Desde el derrumbe de la Revolución Libia, en el marco de la tan promocionada y falsa primavera árabe, la nación más progresista de África pasó a convertirse en un Estado fallido, sin gobiernos reales, sin instituciones y sin posibilidades posibles de salirse de esa situación.

Es difícil que una nación de las características de Libia pudiera soportar el hostigamiento a la que fue sometida desde el 19 de marzo del 2011, cuando se inició el bombardeo aeronaval que continuó durante los siguientes siete meses.

Estados Unidos y la Organización del Tratado del Atlántico Norte realizaron más de 10 000 misiones de ataque, utilizando más de 40 000 bombas y misiles, fundamentalmente contra objetivos civiles. A la ofensiva aérea, se sumaron los miles de mercenarios con el sello de Al Qaeda, recolectados y pagados por Arabia Saudita y el entonces jefe de inteligencia, el príncipe Bandar al-Sultán, 25 años embajador de su país en Washington.

Libia, para las potencias occidentales, fundamentalmente Estados Unidos y Francia -responsables principales de la caída del gobierno libio y la caótica situación actual- se convirtió en un impórtate yacimiento de petróleo, con las mayores reservas de África y particularmente valiosas por su calidad y el bajo costo de extracción, al igual que el gas.

En el momento de iniciarse el ataque contra el Estado libio, éste contaba con unos 200 000 millones de dólares depositados fundamentalmente en bancos estadounidenses y británicos, que, tras ser confiscados por esos gobiernos, se han evaporados en laberintos burocráticos y, sin duda, han ayudado en mucho a soportar la crisis económica que han vivido Estados Unidos y Europa.

Ahora, además de los dos gobiernos, en el fragmentado país convergen organizaciones de contrabandistas, narcotraficantes, traficantes de armas, para terroristas y bandas de delincuentes de toda África, especialmente en Mali y Nigeria, y de personas; negocian con las tribus que desde siempre han sido dueñas de esos territorios para poder refugiarse y utilizar algunos corredores por donde transitar sus merecieras. Esta es la Libia de hoy, fragmentada.

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