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El mal pensado

22 de febrero de 2021

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cdn-3.expansion.mxMiró el reloj de la cocina. Todavía veía los números. Eran grandes, dibujados en negro, causa principal de la compra. Lo criaron en la previsión y siempre andaba mirando al futuro. Si la vejez le enturbiara la vista, podría distinguir la hora. A la mujer no le gustó la compra. Lo encontró feo, tosco en su cuadrado corpachón de plástico. Ella se conformó cuando supo el precio. Dos cuc en aquellos “todo por dos”. De principios de siglo. Entonces, estuvo de acuerdo y hasta lo felicitó por la ganga.
No andaba por la cocina. La escuchaba trajinar en aquel intento de patio en que estaba el lavadero. Seguro miró también la hora y le traería la java para las viandas, lavada y seca. La otra, la de los víveres colgaba junto a los trapitos de cocina. Para coser, ya no le acompañaba la vista en tareas complicadas, pero se las arreglaba en la confección de los trapos y jabas de colorines. Por una de esas jabas tuvo palabras con un muchachón que se burló de él. Ella afirmaba que con aquellos azules y rojos intensos, tapaba las inevitables manchas. Ya entraba ella, sonriente. Y con tono burlón le exigió que la trajera llena o le serviría en el plato del perro. Y de contra le pidió que pasara por el cuarto a comprobar si el nieto estaba estudiando. Se controló. Ese nieto era la única causa de discusiones entre ellos. Controlar a un adolescente cuando corría apurado un siglo y un virus le cortaba el paso, era la octava prueba para un nuevo Hércules.
Las arrugas fracasaron en aquel rostro y todavía ella lograba una sonrisa angelical que le desajustaba el machismo. En verdad, de sonrisa total había pasado a media sonrisa porque así la convirtió cuando los dientes optaron por el descanso y escaparon en viajes anuales al, al, al… no recordaba el nombre científico de los reparadores de bocas. Con sonrisa entera o a la mitad, siempre lo convencía y ya estaba frente a la puerta del nieto y daba los tres golpes a ritmo de danza cubana, a ver si así el nieto le devolvía un ¡ENTRA! cariñoso.
Escuchó un ENTRA neutral que en el adolescente significaba que la pantalla lo dominaba por completo. Estaría embebido en algún jueguito tonto o intercambiando con los amigos en la red. Y se comería las horas del nauta como engulló las del móvil. La imagen de la pantalla le paralizó el posible regaño. Aquello, no había dudas, era una pizarra y con las palabras mágicas de una juvenil voz escondida, surgían fórmulas. La voz continuaba la explicación, desaparecían las fórmulas y aparecían otras. Y el muchacho continuaba absorto. Al fin, recobró el habla. Acostumbrado a los interrogatorios, respondió la posible pregunta. “Es un material de la UNICEF, Y ESTÁ MUY BUENO”. En el aire, inventó la mentira para esconder su papel de inquisidor de las costumbres de los adolescentes. Le echó azúcar a su voz y dijo: “Dice la abuela que te está preparando una rica merienda”.

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