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La vigencia de la vida y la obra de José Martí

19 de enero de 2021

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Martí, 2002, Eduardo Roca [Choco], Colagrafía

Martí, 2002, Eduardo Roca [Choco], Colagrafía

Con una vida breve pero fecunda, su existencia se prolongó durante tan solo 42 años, José Martí ha sido considerado no solo como un hombre de su tiempo, sino de todos los tiempos por la trascendencia y vigencia que tiene su ejemplo y una gran parte de los principios que expuso en cartas, trabajos periodísticos, discursos, poemas y otras obras. Y sobre todo su figura cobra una mayor dimensión por haber sido un hombre que actuó en plena correspondencia con lo que planteara.

Por ejemplo él hizo realidad lo que señalara con respecto al sacrificio, acerca del cual trató en varios trabajos periodísticos. Él planteó que tienen las gentes humildes sacrificios heroicos, a las veces más altos que los que por circunstancias de azar logran premio y renombre.

Esto lo reflejó en un trabajo publicado en la Revista Universal, de México, el 22 de junio de 1875. Tenía entonces algo más de 22 años y ya él había dado pruebas de su entereza a la hora de enfrentar situaciones difíciles, como fue la que padeció durante su etapa de preso político, puesto que además se vio obligado a realizar trabajo forzado en las Canteras de San Lázaro, donde en la actualidad funciona el Museo Fragua Martiana.

Pero Martí no solo enfrentó situaciones que gravitaron sobre su estado físico y que pusieron a prueba su capacidad para sacrificarse, sino que además fue capaz de hasta encarar incomprensiones de sus familiares más cercanos por su plena dedicación a la causa de la independencia de Cuba. En tal sentido su vida y labor constituyen fuente de motivación y enseñanza.

Otro principio suyo, de gran relevancia, fue el que reflejó en La Opinión Nacional de Caracas, el 21 de enero de 1882, puesto que aseguró: “La especie humana ama el sacrificio glorioso.” En relación con esa devoción por el sacrificio le expuso consideraciones muy elocuentes a su querida madre en las dos últimas cartas que le escribió.

En la penúltima, fechada el 15 de mayo de 1894, le expresó que mientras hubiera obra qué hacer, un hombre entero no tiene derecho a reposar y también le señaló su criterio que cada ser humano debía prestar, sin que nadie lo regañe, el servicio que lleve en sí.

Y además no solo hizo un planteamiento en sentido general sino que fue preciso al hacer referencia a su propia existencia y llegó a asegurar que jamás acabarían sus luchas tras haber establecido un paralelismo con la luz del carbón blanco que se quema él para iluminar alrededor

En esa carta Martí igualmente le planteó a su querida madre: “El hombre íntimo está muerto y fuera de toda resurrección, que sería el hogar franco y para mí imposible, adonde está la única dicha humana, o la raíz de todas las dichas. Pero el hombre vigilante y compasivo está aún vivo en mí, como un esqueleto que se hubiese salido de su sepultura; y sé que no le esperan más que combates y dolores en la contienda de los hombres, a que es preciso entrar para consolarlos y mejorarlos.”

Esos criterios fueron, de hecho, nuevamente reflejados, por supuesto de otra forma, con el empleo de palabras distintas, en la última carta que le escribió a Doña Leonor Pérez, desde Montecristi el 25 de marzo de 1895.

Se hallaba ya desde hacía algo más de un mes en esa ciudad dominicana desde la cual anhelaba salir en unión de Máximo Gómez hacia Cuba para participar de modo activo en la guerra por la independencia que ya se había reiniciado desde el 24 de febrero.

Y en dicha misiva le manifiesta a la vez con cariño y firmeza a su progenitora: “Usted se duele, en la cólera de su amor, del sacrificio de mi vida; y ¿por qué nací de usted con una vida que ama el sacrificio? Palabras, no puedo. El deber de un hombre está allí donde es más útil.”

Ese mismo día que le escribe a Doña Leonor, Martí también se dirigió a su amigo dominicano Federico Henríquez y Carvajal. En una carta que ha sido considerada por diversos especialistas como una especie de testamento político, él reflexiona en torno a su deber para con la causa de la independencia de su tierra natal. Y le comentó a Henríquez y Carvajal lo siguiente: “Yo evoqué la guerra: mi responsabilidad comienza con ella, en vez de acabar. Para mí la patria, no será nunca triunfo; sino agonía y deber.”

Como proclamara en varias oportunidades en sus cartas, trabajos periodísticos y discursos José Martí puso su vida al servicio de la causa de su tierra natal. Para él ese fue un deber supremo.

En función de la causa independentista declinó posibles honores y bienestar material ya que obviamente atendiendo a su talento y capacidad si tan solo se hubiera dedicado a publicar libros o escribir para distintas publicaciones, por supuesto hubiese tenido una vida más holgada y obtenido mucha más fama en el campo de la literatura ó el periodismo.

Pero Martí apreció que su deber con su Patria oprimida lo obligaba moralmente a asumir otra actitud y por ello pensó primero en los intereses de su pueblo antes que en los suyos e incluso en los de su familia.

Y en correspondencia plena con lo que consideraba fuese su deber retornó a Cuba el 11 de abril de 1895 para con la fuerza de su ejemplo continuar dando su contribución al desarrollo de la guerra por la independencia que tras años de intensa labor logró hacer que se reanudase.

Realmente Martí tuvo una vida en la que se correspondió plenamente su predica con su modo de actuar.

Con hechos concretos demostró cómo fue capaz de desenvolver su existencia con los principios que había proclamado.

Él se sintió plenamente motivado en todo lo que hizo en primera instancia no solo por el gran amor que sintiera por su tierra natal y la causa de su independencia, sino también por la forma cabal en que creyó en los conceptos que fue capaz de exponer, como los referidos al sacrificio, el cumplimiento del deber y el modo de actuar adecuado de los seres humanos.

Precisamente en un discurso pronunciado en el Hardman Hall de Nueva York el 10 de octubre de 1890, al hacer referencia al regocijo que puede experimentarse ante el cumplimiento del deber y lo que ello significaba, señaló algo que en estos momentos sigue teniendo una gran relevancia y vigencia: “…el porvenir, sin una sola excepción, está al lado del deber. Y si falla, es que el deber no se entendió con toda pureza, sino con la liga de las pasiones menores, o no se ejercitó con desinterés y eficacia.”

De la trascendencia y vigencia de la vida y la obra de José Martí, y de como en la actualidad sigue siendo fuente de motivación y vigencia, han expuesto consideraciones múltiples personalidades cubanas y de otras partes del mundo.

Por ejemplo el doctor Enrique José Varona en un discurso pronunciado en Nueva York, en 1896 en ocasión de cumplirse el primer aniversario de la caída de José Martí, señaló: “En todas las tareas que se impuso encontró siempre dóciles sus múltiples aptitudes, porque esas varias y brillantes facultades, esas luminosas facetas de su gran inteligencia, convergían todas, como los radios al centro, a una facultad suprema, que las animaba y vigorizaba: el entusiasmo. Su portentosa fantasía desplegaba las alas a todos los vientos del espíritu, más no para vagar al acaso, con la facilidad gallarda del mero diletante; sino para buscar por cada rumbo lo mejor, lo más exquisito, la flor de perfección que soñaba, y que su corazón ardiente le hacía amar con indecibles transportes. Amó siempre su obra. He aquí el secreto de sus grandes éxitos. Era cada una la hija predilecta, en las horas de preparación y labor, y la concebía y la quería la más gallarda, la más hermosa, la más acabada. No colocó su ideal en un mundo inaccesible. Quiso y logró esculpirlo en la roca de la realidad. Dio valor a cada situación de su vida, precio a cada trabajo. Hizo cada vez y en cada caso lo más y lo mejor que pudo. No hay regla de vida más alta, ni más fecunda.

Atravesó la vida como quien lleva en las manos antorcha y pebetero. Más cuando llegaba el caso, quitaba del cinto el hacha o bajaba del hombro la piqueta y las empuñaba con resolución. Quería alumbrar y perfumar; pero sabía que muchas veces es preciso antes descuajar el bosque, o acabar de derruir el edificio carcomido y ya inservible. Mas destruyera, preparara o edificara, todo lo hacía como si no hubiera de hacer otra cosa. Sabía que éste era el medio, el único medio de hacer al cabo la grande obra, que era el imán de su alma, la que sentía palpitar debajo de las otras, como se siente bullir el agua profunda en las entrañas de la roca.

Por eso fue su vida al parecer tan compleja. Peregrinó por el mundo con una lira, una pluma y una espada. Cantó, habló, escribió, combatió; dejó por todas partes chispas de su numen, rasgos de su fantasía, pedazos de su corazón; pero en cualquier ruta, por todos los senderos su vista estaba siempre fija en la solitaria estrella, que simbolizaba su honda y perpetua aspiración del hogar, y patria.”

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