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130 años de “Nuestra América”: el llamado a trabajar por nuestra tierras

15 de enero de 2021

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José Martí, 1951, Esteban Valderrama, Óleo sobre tela, 133, 5 x 96 cm. Imagen tomada del Portal José Martí

José Martí, 1951, Esteban Valderrama, Óleo sobre tela, 133, 5 x 96 cm. Imagen tomada del Portal José Martí

 

El desarrollo argumental del ensayo “Nuestra América” sigue una rigurosa lógica por la cual las tesis centrales se encadenan entre sí, como conclusiones parciales demostrativas de la validez del conjunto. Así, luego de los dos párrafos iniciales, que sustentan la importancia de estar atentos al mundo de entonces y de que los países de la región debían trabajar unidos en su propia defensa, Martí dedica el párrafo siguiente a una fuerte arremetida contra la intelectualidad latinoamericana, formada en moldes de pensamiento ajenos a nuestros pueblos, de cuya masa popular abjura y a la cual desprecia.

Mediante su pensar por imágenes, que enriquece su expresión literaria y aumenta el alcance de sus ideas, en el tercer párrafo, más extenso que los dos anteriores, Martí califica de “sietemesinos”, de personas de desarrollo incompleto, a “los que no tienen fe en su tierra”, pues “son faltos de valor y “se lo niegan a los demás”. Pide hasta que se les saque del país en barcos por ser “insectos dañinos”. Ridiculiza a tales individuos señalándoles su incapacidad mediante la debilidad física de su “brazo canijo, el brazo de uñas pintadas y pulsera, el brazo de Madrid o de París”, que no puede alcanzar al “árbol difícil”. Y continúa con una dura arremetida de su rechazo, graficado con frases entre signos de admiración, contra esa intelectualidad que se avergüenza y reniega de su gente, a la que simboliza con “el padre carpintero” y con la madre que los crió con “delantal indio” y a la que “enferma”, “la dejan sola en el lecho de las enfermedades.” A esos les llama “bribones” y mediante una pregunta no los considera hombres verdaderos, pues esconden a la madre: “la pone a trabajar donde no la vean, y vive de su sustento en las tierras podridas, con el gusano de corbata, maldiciendo del seno que lo cargó, paseando el letrero de traidor en la espalda de la casaca de papel”. No hay dudas para él; el verdadero hombres es “el que se queda con la madre, a curarle la enfermedad”.

Obsérvese cómo Martí identifica a la América Latina, de hecho, como una unidad cultural en el sentido más amplio de este concepto y se vale del alcance metafórico que identifica al territorio natal —en este caso no una entidad político estatal, sino toda esa región cultural de “nuestra América”— con los progenitores: el padre, trabajador manual; la madre, india. De esta manera se vale de ese habitual recurso de igualar al país natal con los padres, especialmente con la maternidad, para extenderlo a la totalidad de la región cultural, a cuya defensa ha llamado desde el principio del texto; padres, por demás, ubicados no en la aristocracia o en la clase ilustrada, sino en los sectores sociales desdeñados y excluidos.

Martí culmina el párrafo objetando a los que califica de “desertores” porque se unen a los ejércitos de la América del Norte, es decir, de Estados Unidos, donde se “ahoga en sangre a sus indios”, en lugar de salvar a nuestra América “con sus indios”. De hecho, este cierre ya va apuntando hacia la tesis central del texto que desarrollará más adelante: la urgencia de la unión nuestramericana frente al expansionismo estadounidense. Y ya en este momento compara ambas secciones del continente con sentido favorable a la nuestra, “que va de menos a más”, mientras que la del Norte “va de más a menos”.

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