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José Martí: polemista en España

20 de noviembre de 2020

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Retrato de Martí, 1871, seguramente hecho en Madrid durante la primera deportación.

Retrato de Martí, 1871, seguramente hecho en Madrid durante la primera deportación.

 

El ejercicio del periodismo fue práctica de la escritura martiana desde jovencito. Recuérdese que en La Habana, en enero de 1869, días antes de cumplir dieciséis años de edad, fue uno de los redactores de El Diablo Cojuelo, cuyo artículo de fondo estuvo a su cargo, según aseveró su gran amigo Fermín Valdés-Domínguez. En ese texto, mediante la ironía, se enjuiciaba críticamente la dominación colonial y se rebatían ideas de sus defensores.

Pero fue durante el primer año de su deportación en España que el jovencito polemizó directamente con la prensa madrileña que atacaba a los patriotas cubanos y los acusaba de violar las leyes del país. El 3 de septiembre de 1871 el diario La Prensa, como parte de una campaña contra los derechos de Cuba y las acciones de los cubanos residentes en la capital española, imprimió un artículo calificando a estos de filibusteros, forma de calificar peyorativamente a los patriotas, imputados también de actuar contra la amnistía dictada por las autoridades, e incitando a que se tomaran medidas represivas contra ellos.

La riposta salió en El Jurado Federal, periódico liberal que abogaba por la república federal, el 7 de septiembre. Un artículo firmado por “Varios cubanos”, acusó a La Prensa de calumniosa, declaró que los autores de esa respuesta no se intimidaban “por su ampuloso lenguaje y depravada intención” y que estaban dispuestos a combatir en la prensa y a llevar el asunto ante los tribunales. Exigían que se dijese claramente contra quienes eran tales acusaciones, rechazaban que se acusara a abogados cubanos allí residentes de incitar a sus clientes con ideas erradas y recalcaban que los nativos de la Isla en la ciudad no se ocupaban de cuestiones políticas. Y, desafiantes, los autores decían que no era España el lugar para trabajar por la causa defendida por los insurrectos de Cuba, sino que sabían que tenían “expedito el camino para ir a tomar el fusil del incendiario en los campos de aquella Antilla, o una plaza en los buques de los filibusteros.”

Días después La Prensa contestó en un artículo sin firma y el 17 de septiembre, bajo la rúbrica de “Varios cubanos”, salió la segunda respuesta, en la que se exigía que fueran presentadas pruebas concretas de los actos de esos llamados filibusteros e invitaba a que se preguntara en El Jurado Federal el nombre de los firmantes. Y cierra el texto con la afirmación de que no son escritores esos polemistas cubanos por lo que no se ofenden cuando les dice que no saben escribir una persona que se basta y se sobra “para decir disparates.”

Cinco días después, Martí y su amigo Carlos Sauvalle, deportado como él, firmaron el tercer texto en que daban fin al debate al contestar al escrito de dos redactores de La Prensa en que los volvían a acusar de conspirar contra “la madre patria” y de ser “filibusteros y laborantes”, calificativo insultante contra los conspiradores por la independencia. Los cubanos contraatacaron afirmando que conocían el nombre de ambos redactores de La Prensa, pero que se los callaban porque no querían escribir los suyos “al lado del de un triste, manchado con la sentencia de un tribunal por delito común, por delito en causa de negros que, por lo que tiene de repelente en sí, es el más repugnante de todos los delitos.” De este modo, los cubanos acusados se convertían en acusadores contra quien estaba manchado legal y moralmente por el infame tráfico de esclavos.

En estos textos a cuatro manos de Martí y Sauvalle, más de un rasgo estilístico demuestra la pluma martiana, afilada para la polémica, como lo haría con frecuencia a lo largo de su vida.

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