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“Siete muertes a plazo fijo”: 70 años después de las profecías

28 de octubre de 2020

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Transcurrieron siete décadas desde que Producciones Cinematográficas Manuel Alonso S.A. presentara el 9 de noviembre de 1950 en los cines capitalinos Campoamor, Negrete y Reina el estreno del largometraje de ficción Siete muertes plazo fijo, producido por el propio Alonso, bautizado como «el Zar del cine cubano» por el poderío que logró adquirir en el medio fílmico criollo.

El argumento original es escrito por Ramón Obón y Correón para ser rodado en México, pero Alonso adquiere los derechos y contrata a Antonio Ortega y Anita Arroyo para adaptarlo al ambiente cubano, con diálogos concisos a cargo de María Julia Casanova. La acción comienza en La Habana, en la noche de un 31 de diciembre. El banquero Esteban Navarro (Eduardo Casado) y su esposa Elisa (Raquel Revuelta), han invitado a cenar a un grupo de amigos en su apartamento. El Padre Manuel, el reportero Ricardo González, Fernando y Delia, los artistas, que concurren a la cita, se ven sorprendidos por el allanamiento de morada que realiza «Siete caras» Alejandro Lugo, un connotado delincuente, fugado de presidio, que decide ocultarse en el apartamento para evadir la persecución de la policía. Por las circunstancias del hecho, también Pantaleón Corona, agente vendedor y el israelita Isaac Dawlowsky, se ven obligados a esperar en compañía de los demás personajes. Inesperadamente, hace su aparición el astrólogo Crisantemus (Ernesto de Gali), quien domina la situación y dejará escuchar las predicciones que deberán cumplirse inexorablemente.

Varios de los presentes conocerán la fecha de su muerte: «Siete caras», Delia, Navarro, Ricardo, el Padre Manuel, el papagayo que grita en su aro y el agente policíaco Tomás, que aparece momentos más tarde. El proscrito logra escapar de la encerrona policial. El loro muere electrocutado en el momento predicho por el astrólogo. Pantaleón, agente de Pompas Fúnebres, trata de vender sus entierros por adelantado a cada uno de los condenados, cuyos pasos son seguidos por el reportero que inicia una serie de indagaciones sobre la confirmación de las predicciones. El agente, asustado ante lo incierto de su porvenir, adelanta la fecha de su boda a su hora fatal… Navarro, aterrado también por el vaticinio, arriesga su fortuna en una jugada de Bolsa para asegurar el futuro de su familia. El avión en que la bailarina Delia viaja a Nueva York para cumplir un contrato, se da por desaparecido. Todos creen que la profecía se ha cumplido. El reportero, otro de los condenados, sabe que solo tres personas y el papagayo morirán.

Miguel M. Delgado, avezado cineasta mexicano, supervisa el guion y el plan de producción y revisa los equipos comprados en Estados Unidos por M. Alonso, que filma este segundo largometraje casi íntegramente en los Estudios PLASA. En la realización se advierte la búsqueda del mayor realismo posible. El cineasta supera la etapa del aprendizaje para distinguirse por entrar en la verdadera “mayoría de edad” del aspecto técnico, sobre todo por el nivel alcanzado en el sonido y la dinámica edición a cargo del coterráneo M. González, muy solicitado en el cine mexicano. Alonso sabe rodearse de colaboradores eficaces y a ellos se suma el fotógrafo argentino Hugo Chiesa que contribuye a la atmósfera perseguida con el auxilio del camarógrafo bejucaleño Ricardo Delgado. Otros rubros técnicos dignos de encomio son la edición a cargo de Mario González, cubano que adquirió gran prestigio en el cine azteca, el cuidado en la banda sonora a cargo del equipo integrado por Dean Cole, Alejandro Caparrós, Howard Fogetti, la efectiva música compuesta por Osvaldo Farrés y Humberto Suárez y la escenografía diseñada por Cándido Álvarez Moreno y Juan Suárez.

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El género escogido, el policíaco, con todas sus convenciones, puede significar un paso en falso, pero una suerte de atmósfera de serie B norteamericana se percibe en la trama que cuenta con escenas como la del tiroteo resueltas con pericia, si bien, por momentos se advierte cierta teatralidad en las composiciones dentro del cuadro, ante todo por la escenografía y en el tono de los prestigiosos intérpretes, muy bien seleccionados y que se desempeñan con la experiencia acumulada en la escena y la radio. Entre estos pueden citarse: Maritza Rosales (Delia), Rosendo Rosell (Ricardo González), Pedro Segarra (Padre Manuel), Manuel Fernández (Fernando), Hugo Montes (Isaac Dawlowsky) y Adolfo Otero (Pantaleón Corona). El actor Juan José Martínez Casado, que personifica al detective Tomás, desempeñó las funciones de asistente de dirección. Por supuesto que no faltan los números musicales forzosamente insertados, recurrencia en el cine mexicano y cubano de la época.

El diario Hoy, órgano del Partido Socialista Popular, donde escribe crónicas de cine la periodista Mirta Aguirre, celebra con evidente euforia el acontecimiento que significa colocar la primera piedra sólida del gran edificio del cine nacional: «puede decirse que nace el verdadero cine cubano, concebido no como aventurilla fotográfica de carácter pintoresquista, sino como serio maridaje de industria y arte, negocio y ciencia, cuyo conflicto central se encuentra en el equilibrio entre las apetencias y las urgencias de taquilla de la producción y los imperativos de la técnica y las demandas de la estética. Problema dificilísimo para las cinematografías novatas y para el cual, hasta hoy, no habían apuntado en Cuba soluciones» (Hoy, Revista Popular del Sábado, La Habana, 21 de octubre de 1950). No obstante su modestia, Siete muertes a plazo fijo es la demostración de la seriedad de su director que da un considerable paso de avance en el cine nacional por la diestra conjugación de elementos técnicos para lograr uno de los mejores títulos producidos en Cuba en la primera mitad del siglo XX.

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