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Chile, ayer, hoy y… ¿mañana?

26 de octubre de 2020

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De manera oficial, el resultado del plebiscito realizado el domingo en Chile, arrojó que en la primera de las dos preguntas planteadas, ¿Quiere usted una Nueva Constitución?, el «Apruebo» ganó por 5.885.721 votos (78,27%) frente a 1.633.932 votos (21,73%) del «Rechazo».
Y, en la segunda interrogante, ¿Qué tipo de órgano debiera redactar la Nueva Constitución? los chilenos escogieron una convención constituyente, que estará formada por 155 ciudadanos elegidos en su totalidad por voto popular.
Sobre el contenido de estos dos primeros párrafos, me parece necesario advertir el hecho de que más de un millón 600 000 chilenos rechazaron la elaboración de una nueva Carta Magna, lo que refleja la cantidad de personas que todavía hoy, a 40 años de la redactada por el tirano Augusto Pinochet, no son partidarios de que la misma se cambie y mucho menos que se formule otra.
Y, respecto a quién redactará el nuevo documento, que se haya escogido la variante de una convención de 155 ciudadanos, elegida totalmente por el voto popular, refleja, sin lugar a dudas, la desconfianza total en las estructuras actuales de poder como para asumir una función tan importante.
Y es que el tema de la Constitución chilena tiene una lúgubre historia, no solo porque haya sido la dictadura de Pinochet quien la haya elaborado y aprobado, sino que la Carta Magna existente en el momento del golpe militar contra Salvador Allende, el 11 de septiembre de 1973, fue rota y quemada, junto al Acta de la Independencia de Chile, un documento de 1818 que los militares fascistas confundieron con un viejo papiro y lo tiraron a la hoguera.
Ese fue el panorama que consolidó en el poder a un criminal, capaz de asesinar a miles de chilenos, muchos de ellos desaparecidos, e imponer la crueldad como forma de gobierno.
La dictadura, desde todos los ámbitos posibles, también quiso legislar —y lo hizo— una Ley Fundamental que amparara el sistema y el accionar, lo mismo de los carabineros, quienes todavía hoy golpean, hieren y matan a quienes protestan pacíficamente, que a los grandes monopolios y oligarcas dueños de la mayoría de los recursos del país.
De esa forma se redactó y aprobó en 1980 una Constitución —la actual— que se proponía hacer eterno el sistema político, económico y social imperante; proteger a los sectores militares y especialmente a los carabineros, cuyas manos manchadas de sangre todavía se exhiben ante cada manifestación popular.
El pueblo de la nación austral ha aprendido en estos años que la «democracia» post Pinochet llegó mutilada y ha continuado así, aunque cada cuatro años se elija a un mandatario a través de las urnas y prometan acabar con los rezagos del pasado fascista, pero terminan siendo defensores del sistema imperante, sin importarle la situación del pueblo, ese que por cientos de miles se ha lanzado a las calles para exigir cambios que, por supuesto, no solo se alcanzarán con la redacción de una nueva Constitución, la que, por cierto, tendrá que esperar a 2022 para ser aprobada o no en otro plebiscito…

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