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Yo te doy, ¿y tú?… El mutualismo

6 de octubre de 2020

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Las asociaciones entre los animales de diferentes especies son tan ricas y tan diversas que nos ofrecen una infinita gama de estrategias de sobrevivencia con soluciones efectivas y eficientes.

Pero, como en todo lo que incluye un comportamiento, existen relaciones entre los animales donde algunos se comportan muy egoístamente, otros no lo son tanto y otros son verdaderos ejemplos de solidaridad. Pero, es que a veces para sobrevivir no queda más remedio que “pegar la gorra”, y es lo que hacen muchos animales en la naturaleza, para lo cual han desarrollado tácticas verdaderamente asombrosas con tal de conseguir comida o refugio sin realizar apenas esfuerzo y también sin dañar al contrario, aunque a veces esto último no todos lo cumplen.

Tomando en cuenta el mayor o menor grado de egoísmo del huésped, podemos hacer una sencilla división de este tipo de relaciones de conveniencia. Por un lado tenemos el mutualismo: unión en la que ambos participantes salen beneficiados. De otro lado está el comensalismo: una relación en la que uno de los dos asociados sale beneficiado, mientras que el otro ni se beneficia ni se perjudica. Y por último el parasitismo: en la que un organismo obtiene provecho pero en detrimento del otro.

Es cierto que existen algunos casos en los que la frontera que separa un tipo de asociación de otro no está del todo clara, a veces, hasta tal punto que sería muy difícil acertar a la hora de clasificarlos correctamente, pero esto lo dejamos para otra ocasión.

Hoy nos vamos a ocupar del Mutualismo. Es un tipo de relación ecológica que ocurre entre individuos de especies distintas, es positiva (+/+) donde ambas se benefician de la acción. Las relaciones mutualistas son muy importantes en las dinámicas ecológicas del medio ambiente, sobre todo en el incremento de la biodiversidad y en el aprovechamiento máximo de los recursos naturales, así como en los caminos que toma la evolución. Dependiendo de qué sea lo cedido y lo ganado, pueden clasificarse en: relaciones recurso-recurso; relaciones servicio-recurso natural y relaciones servicio-servicio.

 

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Pongamos por ejemplo un conocido caso: el tiburón y el pez rémora. Se sabe que los tiburones pocas veces viajan solos, casi siempre son seguidos muy de cerca por un pez llamado rémora. Durante mucho tiempo se pensó que este pez se aprovechaba de los tiburones utilizándolos como medio de locomoción para poder robar fragmentos de comida, por lo que se trataba de una relación comensalista. Sin dudas, la búsqueda de alimento en la naturaleza está revestida de una gran competencia que implica desplazamientos, eficiencia y efectividad en la búsqueda y captura de los nutrientes. Sin embargo, la aguda observación de los investigadores, demostró que las rémoras son nadadores activos y fuertes que no están la mayor parte del tiempo sujetos con sus ventosas a los tiburones, sino nadando en su estela, utilizando solamente sus discos adhesivos sólo cuando el tiburón se dispone a frenar su nado o cambiar de dirección, estos discos no dañan la piel del tiburón. Se comprobó además, cuando se examina el contenido estomacal de estas rémoras, que su dieta se compone principalmente de copépodos parásitos llamados piojos de mar que viven en la piel de los escualos acosándolos sin compasión. ¿Qué le sucedió a nuestra rémora? Pues que halló una solución evolutiva: se modificó su primera aleta dorsal en una poderosa ventosa que le permitió adherirse a la piel de su indomable “amigo”, sus cuerpos se han vuelto más estrechos y las aletas más reducidas, todo esto les permite acceder con mayor facilidad a las branquias, aletas y boca de sus inseparables compañeros e higienizarlos: fue tan profunda y beneficiosa esta asociación que evolutivamente las rémoras se han convertido en eficientes limpiadores:¿Cómo clasificarías esta relación? Sin dudas un pacto de mutuo beneficio.

 

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Otro caso muy interesante de mutualismo lo constituyen los peces limpiadores que establecen esta relación con otros peces de mayores dimensiones (“clientes”), en este caso, los peces limpiadores eliminan de los clientes los ectoparásitos, mucus y tejido muerto o enfermo y los aprovechan como sustento. El limpiador y su cliente han aprendido a comunicarse entre sí. De tal forma, que el pez que desea hacerse limpiar indica su disposición con una postura particular que invita al aseo: permanece inmóvil en el fondo del mar, abre ampliamente la boca y extiende sus aletas. Frente a esta conducta, el pez limpiador no se queda atrás, también realiza determinadas acciones consistentes en una verdadera danza para indicarle a su cliente que va a comenzar su faena limpiadora. Una vez que el cliente se siente satisfecho de la limpieza realiza un movimiento brusco con lo que informa que quiere continuar su camino. Son tan precisas y organizadas estas conductas, que los peces limpiadores han establecido estaciones de limpieza a las que acuden gran cantidad de peces a asearse. Se ha comprobado que durante unas seis horas pueden presentarse ante el mismo limpiador unos 300 peces diferentes. El grado de complejidad de esta asociación llega a veces a tal extremo que muchos peces limpiadores del Mediterráneo poseen su propio y exclusivo territorio para limpiar y en donde ejecutan una peculiar danza para hacer notoria su presencia y así atraer la clientela. En esas zonas, los clientes no atacan a los limpiadores conscientes del beneficio que obtienen de estos.

 

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Otra mutua asociación muy interesante es la que se establece entre algunas especies de cangrejo ermitaño y las anémonas de mar. La anémona se fija a la concha que ha sido ocupada por el cangrejo y recibe así las sobras del alimento que ingiere el “dueño de la casa” a su vez el cangrejo encuentra protección en los tentáculos urticantes de la anémona. Esta relación llega a extremos insospechados cundo es el propio cangrejo el que alimenta a su huésped introduciendo el mismo los fragmentos de comida en la boca de la anémona y tanto, que cuando cambia de concha se lleva a la anémona consigo.

Realmente los animales siempre nos sorprenden, sus estrategias de alimentación y supervivencia son una auténtica lección de la importancia que tiene la adaptación evolutiva.

 

Recordemos que “la Naturaleza inspira, cura, consuela, fortalece y prepara para la virtud al hombre”. Sólo hay un modo de que perdure: respetarla y servirla.

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