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El cumpleaños de la María Antonia cinematográfica

27 de septiembre de 2020

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Ese clásico del teatro cubano que es María Antonia (1967) no denota su procedencia en ningún momento en el guion concebido por Armando Dorrego para la meticulosa adaptación asumida en 1990 por Sergio Giral. Convirtió a Eugenio Hernández Espinosa en nuestro dramaturgo más filmado. Su primera contribución con el cine se remonta a 1981 al vincularse al cineasta Manuel Octavio Gómez para escribir el guion de Patakín (¡quiere decir fábula!), basado en su obra inédita Changó Valdés, integrante del llamado «ciclo de los patakines». En esta comedia musical, el protagonista, un guapo de barrio, y su amigo Eleguá van a una fiesta donde Changó, deslumbrado con la mulata Caridad, prometida de Ogún, decide conquistarla. «Buscamos continuar la evolución del Patakín (fábula en yoruba) manteniendo sus características esenciales —declaró el director sobre sus motivaciones—, actualizando e incidiendo, temática y conceptualmente, en nuestra realidad y problemática actual».

La ovacionada puesta en escena dirigida en 1988 en el Teatro Nacional por Silvano Suárez de la pieza Mi socio Manolo (1971), interpretada por Mario Balmaseda y Pedro Rentería, incentivó al cineasta Julio García Espinosa para acometer al año siguiente, con los mismos actores, una adaptación con el título de La inútil muerte de mi socio Manolo (1989). El realizador salió airoso del reto afrontado con esta vida, pasión y muerte de un tipo «durísimo» y le imprime a esta suerte de tragedia para dos actores y una cámara de cine, ese raro tono de teatro filmado sin dejar de ser cine, y viceversa. Hernández Espinosa colaboró más tarde con Rigoberto López en la escritura del guion de su primer largometraje: Roble de olor (2003).

El propósito de la adaptación por Armando Dorrego de María Antonia, fue respetar al autor sin desvirtuar la obra María Antonia, en un prólogo y once cuadros, estrenada en septiembre de 1967 por el grupo Taller Dramático. Su montaje posterior por Roberto Blanco con el Teatro Ensayo «Ocuje» ocupó el séptimo lugar en la selección «Una encuesta sociológica: Las mejores puestas en escena», publicada en 1985 por la revista Tablas. Haydée Salas y Miguel Sánchez León la difundieron en su primer número del año siguiente. El proceso de transcribir el texto de Eugenio Hernández Espinosa al lenguaje del cine, originó tres guiones, desde el más religioso, mágico y esotérico, hasta uno ubicado en el ámbito contemporáneo, que no funcionó porque al transmutar la trama de los años cincuenta, los conflictos y la realidad social eran distintos. Escogieron para el rodaje una variante fiel al espíritu del original y consigue, a tono con los criterios expuestos por el director antes de su estreno: «Una película universal que desbordara los límites de la época en una operación más de índole cultural y estética que histórica». Giral, que negó pretender «teatro filmado», añadió en una entrevista:

«María Antonia me ofrecía la posibilidad de algo que desde hace años trataba de hacer: rescatar lo válido del cine latinoamericano de los años cincuenta, ese cine de la rumbera, la cantante, el bolero, el boxeador. Todo ese espectro que va de Juan Orol al Indio Fernández, de Sandra, la mujer de fuego a Salón México. […] Es algo distinto de lo que he hecho ahora. Se aviene más con mis intereses personales. El cine que he hecho me parece aceptable, pero tengo otras inquietudes que requieren mucho rigor».

Que Sergio Giral se hallaba en el clímax de su plenitud creadora y en evidente ruptura con toda su filmografía anterior, se percibe constantemente a lo largo de esta rauda puesta en cámara. La fotografía preciosista de Ángel Alderete propicia el estallido de las imágenes de La Habana en todo su dramatismo como entorno para el avatar de esa mujer intransigente y rebelde que reniega de los dioses a los cuales desafía. La religión es el elemento decisivo en la conducta de los personajes en la obra, toda una tragedia moderna, en opinión de Giral. En su versión libre para el cine, en la cual se acercó más a un género tan vapuleado —pero que defiende y le interesa—, como el melodrama sin pérdida de su esencial aliento fatídico, plantea que este elemento está dado por un hecho de índole dramático; conserva sus valores sin dejar de gravitar en los caracteres y el medio social circundante.

 

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Quienes dudaron que existiera otra actriz capaz de ofrecer una imagen diferente o aproximada a la antológica caracterización teatral de Hilda Oates, ignoraban la osadía de Alina Rodríguez (1951-2015). Hasta entonces solo Daniel Díaz Torres le había asignado papeles secundarios en Otra mujer (1986) y Alicia en el pueblo de Maravillas (1990), pero María Antonia significó, felizmente, su auténtico descubrimiento para el cine cubano. Ella, que solo conocía la triunfante reposición de la obra por Roberto Blanco en 1984, se propuso encarnar ese personaje monumental apenas supo del proyecto. Aprovechó su experiencia y vivencias en una puesta de Santa Camila de La Habana Vieja, de José Ramón Brene. Su temperamento artístico disipó toda incertidumbre y convenció a Sergio Giral. La entrega de Alina Rodríguez a María Antonia fue tal que delineó —como la imaginara el autor— una potente actuación como esta hija de Oshún y de la candela, sedienta de hombre, pletórica de amor, con su risa cascabelera y el viento que arremolina su cintura, su piel llena de movimientos, segura de lograr todo lo que se propone y de poder moldear el mundo a la medida de sus deseos. Su caracterización le proporcionó el premio a la mejor actriz en el Festival Latino de Nueva York.

Los cines capitalinos Yara, Payret, Ambassador, Astral, Florida, Gran Cine, Carral y XI Festival de Alamar, estrenaron María Antonia el 27 de septiembre de 1990 Los conocedores de la obra a través de sus resonantes puestas en escena acudieron a verla en pantalla con el ánimo de establecer las inevitables comparaciones. Para quienes nunca habían leído o visto la obra original, significó una revelación por el esmero de Sergio Giral en la que estimamos como su mejor película, muy superior a la trilogía de la esclavitud en su trayectoria. En ninguna precedente logró tal grado de perfección, no solo por la precisa selección de su actriz protagónica, excepcional en su caracterización definitiva, sino por el conjunto de intérpretes con los que supo rodearla: Alexis Valdés, Roberto Perdomo, y los experimentados José Antonio Rodríguez y Assenneh Rodríguez. Tampoco puede olvidarse pese a sus escasas apariciones, la veterana actriz teatral Elena Huerta en uno de los personajes incidentales, no menos cuidados, entre estos los concedidos a Ana Lilian Rentería, Daisy Granados, Micheline Calvert y Miriam Socarrás.

Resulta determinante la contribución del fotógrafo Ángel Alderete para aprehender en sus imágenes la atmósfera pretendida en las locaciones escogidas y la escenografía diseñada por Guillermo Mediavilla. Además de la edición efectiva compartida por Roberto Bravo y Marucha Hernández y el cuidado en el registro sonoro por el adiestrado Germinal Hernández, desempeñan una función no menos estimable los temas musicales compuestos e interpretados por el grupo Síntesis, merecedores del premio Coral en su categoría en el xii Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, en diciembre de 1990. En el certamen, la Federación Internacional de Cine Clubes (FICC) la distinguió con su galardón. La crítica de la Isla incluyó a María Antonia, entre los filmes más significativos estrenados en su selección anua1. Recibió, además, Gran Premio y Premio Citá di Trieste en el Festival de Cine Latinoamericano de Trieste (1991).

Interrogado sobre cómo resumir la película —estrenada treinta años atrás—, respondió Sergio Giral: «Es la historia de una mujer que no puede vencer a su destino. Y aunque el tratamiento tiene más que ver con el melodrama, el desenlace es inevitablemente trágico».

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