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Herminio Almendros

30 de septiembre de 2020

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Herminio Almendros fue un autor que con sus relatos nutrió de ensueños la imaginación de más de una generación de niños y adolescentes cubanos. A él deben los pequeños lectores de biblioteca textos como Lecturas Ejemplares (Aventuras, realidades y fantasías);  el incomparable Oros Viejos pleno de leyendas de todos los continentes; su biografía de José Martí, o mejor dicho, Nuestro Martí, un acercamiento lírico y humano al héroe de Cuba, y el ensayo A propósito de La Edad de Oro.

Almendros llega a Cuba en abril de 1939. Es hombre de 40 años, con vida hecha en su patria. Lo único que permanecer en ella representa un enorme riesgo: está tildado de rojo y debe emigrar. Primero se refugia en Francia y después emprende un viaje extenso que lo lleva a desembarcar en Cuba.

Tiene una vasta experiencia docente; ha sido maestro, director de un colegio en León, inspector de escuelas en Barcelona. El es de los que piensan y crean en torno al trabajo, es decir, de los que aman cuanto hacen: escribe y publica sus comentarios, sus juicios de crítico y esteta. Sigue un camino propio, es auténtico.

“Almendros cree —y yo quiero creerlo con él, apunta Alejandro Casona en el prólogo de Lecturas Ejemplares que el buen cuento para nuestra época y para nuestros muchachos ya no puede ser aquel que empezaba diciendo: ‘Una vez era un Rey…’, sino el que empieza todas las horas de todos los días diciendo lisa y llanamente: ‘Una vez era un hombre… ¡Un hombre!”

El emigrado vive años de soledad en Cuba, años en que el trabajo es paliativo a su inquietud espiritual, hasta que le llegan la mujer y los hijos retenidos en España. Nuestro hombre es de hacer silencioso y admirable, tenaz y paciente.

Almendros cooperó con la Universidad de Santiago y en 1947 fundó la Escuela de Educación en la Universidad de esa ciudad. A inicios del decenio del 60 se le colocó al frente de la Editora Juvenil de la Editorial Nacional de Cuba. Al celo profesional y gusto artístico suyo agradecen los adolescentes lectores la calidad de los textos que llegan a sus manos.

La escritora Renée Méndez Capote comentaría graciosamente que “el doctor Almendros era puntual como un reloj bien ajustado; era cortés, amable en grado sumo, humano y de buen carácter; lo único que podía sacar a Almendros de sus casillas eran las faltas gramaticales y una pobre redacción.”

Murió en La Habana el 13 de octubre de 1974. Para entonces, y hacía buena cantidad de años, era un cubano más.

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