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G. B. Shaw

18 de septiembre de 2020

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George_Bernard_Shaw

 

El escritor irlandés George Bernard Shaw, uno de los dramaturgos más célebres de su tiempo y de todo el siglo XX, llegó a La Habana el 7 de febrero de 1936 en un trasatlántico de matrícula británica, junto a cerca de 300 turistas millonarios que daban la vuelta al mundo. Los representantes de la prensa cubana solicitaron permiso y subieron a bordo para dialogar con aquel curioso personaje. Un reportero apuntaba:

“Míster Shaw se mostró tan ágil y jovial como siempre, bromeando, contestando ingeniosamente a las preguntas y disparando interrogantes intencionadas.”

El autor de Pigmalión, vestido con traje gris e instalado cómodamente en un sofá, ofreció para el público su receta personal para conservar la salud y vivir largo tiempo. Dijo así:

– En primer término, no soy carnívoro. Soy vegetariano, por higiene. No bebo licores, ni té, ni café.

Un redactor de la revista Bohemia lo calificó de cínico encantador y apuntaba que “su palabra inagotable —la de Bernard Shaw, por supuesto— que se produce a chorros, no fatiga al oyente, porque es en toda ocasión espontánea y natural, rica en verdades banales y raras, expresadas con elegancia y  savoir.

Al visitante se le invitó a visitar un central azucarero del país, lo cual rehusó con estas palabras:

– Conozco muchos de esos centrales, por haberlos visitado en Hawai, aunque lo que me interesaría conocer es cómo viven los trabajadores y quién se ocupa de sus hijos.

George Bernard Shaw nada hizo en Cuba. Pero todo cuanto dijo, recibió amplia difusión en las revistas y periódicos. Shaw escribió buena parte de su obra dramática después de cumplidos cuarenta años, continuó trabajando con más de sesenta y aún rondando los 90 se mantenía activo en su producción literaria. No otra cosa podía esperarse de un hombre que había prometido vivir 100 años.

Se quedó en los 94 años, que no es poco. Había nacido en Irlanda, el 26 de julio de 1856, y murió el 2 de noviembre de 1950. En 1925 recibió el Premio Nobel de Literatura y en uno de aquellos gestos que le hicieron grande, donó el dinero correspondiente al premio para la fundación de una asociación de amparo a los escritores pobres.

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