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Bebé y el Señor Don Pomposo y la sección “La última página”

6 de julio de 2020

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En la primera edición de la revista La Edad de Oro, que se editó en Nueva York en el mes de julio de 1889, José Martí incluyó el cuento titulado “Bebé y el Señor Don Pomposo” en el que trata en relación con las cualidades y sensibilidad de un niño de cinco años que se caracterizaba por tener el pelo muy rubio el cual le caía en rizos por la espalda.

Precisó Martí que a Bebé lo vestían como un duquecito ya que le ponían pantaloncitos corticos ceñidos a la rodilla, y blusa con cuello de marinero, de dril blanco como los pantalones, y medias de seda colorada, y zapatos bajos.

En este cuento Martí planteó cómo fue capaz de reaccionar este niño ante una injusticia cometida contra su primo.

Se detalló en el relato que Bebé en unión de su mamá y de su primito Raúl habían viajado a París en un vapor grande con tres chimeneas, pero que su primo no tenía el pelo rubio ni estaba vestido de duquecito, ni tampoco llevaba medias de seda colorada.

Martí describió que cuando la madre y los dos niños visitaron al señor Don Pomposo, éste prácticamente ignoró a Raúl, mientras que a Bebé le hizo un regalo significativo.

En el cuento se señala que Bebé vuelve a pensar en lo que sucedió en la visita.

Y seguidamente se manifiesta: “En cuanto entró en el cuarto el señor Don Pomposo le dio la mano, como se la dan los hombres a los papás; le puso el sombrero en la cama, como si fuera una cosa santa, y le dio muchos besos, unos besos feos, que se le pegaban a la cara, como si fueran manchas. Y a Raúl, al pobre Raúl, ni lo saludó, ni le quito el sombrero, ni le dio un beso.”

Pomposo le regaló un sable dorado y un cinturón de charol muy lujoso a Bebé quién inicialmente se sintió muy contento pero al mirar hacia donde estaba su primo Raúl y apreciar cómo miraba el sable con ojos muy grandes y con una expresión de tristeza en el rostro, pensó entonces que el sable era muy feo y que el tío Pomposo era muy malo.

Contó Martí que por la noche Bebé estaba en la misma habitación en la que se hallaba su primito Raúl, quién estaba dormido, y entonces hizo algo que puso de manifiesto su gran sensibilidad.

Se narró: “Bebé se escurre de la cama, va al tocador en la punta de los pies, levanta el sable despacio, para que no haga ruido… y ¿qué hace, qué hace Bebé? ¡va riéndose, va riéndose el pícaro! Hasta que llega a la almohada de Raúl, y le pone el sable dorado en la almohada.”

Como se puede apreciar, Martí resaltó ese gesto de gran desprendimiento de Bebé quién fue capaz de entregarle a su primo lo que le habían obsequiado como una forma de que olvidara la humillación ó discriminación que había sufrido por la actitud de Don Pomposo.

Martí insertó en la parte final de esa edición de La Edad de Oro la sección que tituló La última Página en la que expuso a los lectores de la citada publicación: “La Edad de Oro se despide hoy con pena de sus amigos. Se puso a escribir largo el hombre de La Edad de Oro, como quien escribe una carta de cariño para persona a quien quiere mucho, y sucedió que escribió más de lo que cabía en las treinta y dos páginas.”

Interrelacionó seguidamente sus criterios de cómo deseaba que fueran en el futuro los niños lectores de La Edad de Oro, con algunos de los personajes reflejados en los trabajos que había incluido en este primer número.

Aseguró: “Treinta y dos páginas es de veras poco para conversar con los niños queridos, con los que han de ser mañana hábiles como Meñique, y valientes como Bolívar…”.

También expresó que poetas como Homero ya no podrían ser, porque estos tiempos no eran como los de antes, y los aedas de ahora no han de cantar guerras bárbaras de pueblo con pueblo para ver cuál puede más, ni peleas de hombre con hombre para ver quién es más fuerte.

Expuso un criterio muy trascendental al decir que lo que había de hacer el poeta de ahora es aconsejar a los hombres que se quieran bien y pintar todo lo hermoso del mundo de manera que se vea en los versos como si estuviera pintado con colores, y castigar con la poesía, como con un látigo a los que quieran quitar a los hombres su libertad, o roben con leyes pícaras el dinero de los pueblos, o quieran que los hombres de su país les obedezcan como ovejas y les laman la mano como perros.

Igualmente en esta sección de la primera edición de La Edad de Oro, Martí planteó una muy significativa definición en lo que respecta a la utilidad de los poemas al exponer: “Los versos no se han de hacer para decir que se está contento o se está triste, sino para ser útil al mundo, enseñándole que la naturaleza es hermosa, que la vida es un deber, que la muerte no es fea, que nadie debe estar triste, ni acobardarse mientras haya libros en las librerías, y luz en el cielo, y amigos, y madres.”

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