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Macartismo a lo Trump

28 de mayo de 2020

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Mientras se acerca el mes de noviembre, Donald Trump trata de resistir el viento en su contra e intenta nuevas tácticas como contratar al director de Breitbart News para dirigir su campaña, experimentar con una emoción nueva (el arrepentimiento) y promete dialogar más sobre inmigración, su tema principal.

Asimismo, arremete contra quienes trataron de impugnarlo ante el Congreso y acusa de macartista a sus enemigos, cuando él es su real expresión.

Trump señaló que quienes investigaban la supuesta intromisión rusa en las elecciones del 2016, para presuntamente favorecerlo (todo negado por Moscú), utilizaron las tácticas empleadas por el senador Joseph McCarthy, que en los años 1950 inició una caza de brujas contra personas sospechosas de ser afines al comunismo.

Lo cierto es que ese dilema y la malhadada por tardía actuación presidencial en la pandemia del nuevo coronavirus, que ha causado unas 100 000 muertes en EE.UU. –el centro principal del mal en el mundo- han influido para que se desplome en las encuestas, lo cual solucionaría un problema inmediato respectivo a la inmigración, pero quedaría un problema mayor.

Y que se sigue ejecutando la “solución” de Trump de construir un muro en la frontera y obligar a 11 millones de personas a abandonar el país, además de dejar regresar a otros millones de “los buenos”.

O tal vez no, porque ahora dice que quiere prohibir la entrada a inmigrantes de casi todos los países del mundo, salvo los pocos que aprueben un examen de religión e ideología. El nombre que le ha dado a este esquema es “veto extremo”, y con él revive las Leyes de Extranjería y Sedición y el macartismo del que dice hipócritamente es víctima.

Sí, el mensaje de Trump bordea la truculencia, porque es un fenómeno radical rápidamente respaldado por políticos tradicionales y ultraconservadores.

Quien busque ofrecer una solución sensata a la inmigración, después de estas elecciones, deberá confrontar las ideas inviables y emociones perversas que Trump y muchos incitadores han alentado.

Aunque parece que fue hace un siglo, en realidad fue en el 2001 cuando George W. Bush comenzó a hablar sobre una revisión única de las obsoletas leyes de inmigración estadounidenses. Trató de obtener el consenso de ambos partidos para estimular la economía y corregir la situación de millones de personas.

Entonces ocurrió el ataque del 11 de septiembre. Aunque una reforma migratoria razonable obtuvo amplio apoyo del público estadounidense, los miembros del Partido Republicano organizaron una emboscada para evitar que el Congreso aprobara la legislación en varias ocasiones.

Este año se creó un sueño perturbador en la Convención Nacional Republicana de Cleveland donde todos los oradores presentaron a los extranjeros como personas que cruzan la frontera para robar, violar y matar. Bajo la dirección de Trump, convirtieron en chivos expiatorios a inmigrantes y refugiados en general, y a latinos y musulmanes en particular.

La multitud aclamó al sheriff Joe Arpaio, quien trata con brutalidad a los latinos de Arizona, y a Rudolph Giuliani, quien persigue a terroristas y delincuentes como si quisiera ganar las elecciones para ser el alcalde de Ciudad Gótica.

No sorprende que los supremacistas se sientan inspirados y los fanáticos, animados. David Duke, activista de la supremacía blanca, es candidato a senador.

Stephen Bannon, quien se ha convertido en la principal fuente de teorías de conspiración, veneno contra los musulmanes y los inmigrantes en Breitbart, es el aliado natural de un candidato que se atrevió a insinuar que el presidente Obama es musulmán e insiste en que miles de musulmanes de Nueva Jersey bailaron cuando vieron caer las torres en el ataque del 11 de septiembre.

Los optimistas que siguen las encuestas esperan que cuando pierda Trump estas ideas pierdan credibilidad y el año entrante los republicanos supuestamente busquen la paz.

Sin embargo, debemos recordar el análisis que reveló que los republicanos escarmentaron tras el racismo más moderado de la campaña del 2012 de Mitt Romney. Los últimos vestigios de ese arrepentimiento se desvanecieron, cuando Trump, con sus advertencias sobre los violadores mexicanos, comenzó a escalar lugares en las encuestas.

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