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Marlon Brando

26 de febrero de 2020

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Fue en el entonces modesto hotel Packard que Marlon Brando se alojó de incógnito en su visita de comienzos del año 1956. Sus intencio­nes de pase pasar inadvertido fueron reales: en la carpeta se registró como Mr. Barker.  G. Caín (seudónimo de Guillermo Cabrera Infante), de la revista Carteles, lo espera en el lobby y ve aparecer a Brando con una tumbadora entre las manos. Él se explica: “La tumbadora es una verdadera ganga. Noventa pesos. Es cara para un cubano pero para un americano es muy barata, siendo auténtica. Yo tengo seis congas más como esta. I just love tumbadoras”.

El fotógrafo acciona la cámara repetidas veces y el artista advierte:

“—¿Usted está seguro de que las fotos son para una revista cubana? Está bien entonces. Lo digo porque si es para una revista de Nortea­mérica no me gustaría salir tocando la conga. Allá no lo interpretan como ustedes. Es diferente. Para ustedes es natural, es una parte de sus vidas. Allá lo verán como una excentricidad exhibicionista más.”

Declara estar en Cuba por su música, para escucharla de viva fuente. Algunas palabras las pronuncia en español. Emite criterios. Como director elogia a Elia Kazan. ¿La mejor actriz?: “Es difícil decir. Katherine Hepburn es muy buena. Olivia de Havilland es buena también, y Bette Davis. Pero la mejor actriz del mundo es Anna Magnani. En La rosa tatuada es una maravilla. Tiene que verla”, recomienda al entrevistador.

La propuesta siguiente parte de Brando:

“—¿Por qué no nos llegamos a los cabarets de la Playa? Tengo ganas de oír música cubana, de la buena. Podríamos ir al Chori o algo así. No quiero ir a los cabarets elegantes porque no me sentiría cómodo. La gente burguesa no mira y pregunta como la gente del pueblo, pero en su contención hay algo que molesta más que la franca y sana curiosidad popular”.

El recorrido por los cabarets, en automóvil, no solo comprende el espectáculo de Chori (Silvano Shueg, percusionista y excéntrico músical), se extiende hasta el Panchín, el Pennsylvania, el Sans Souci. Es ya madrugada cuando en este último se topa con su amiga la cantante Dorothy Dandridge. Ella le pregunta un tanto intrigada:

“—¿Qué te ha traído por La Habana?”

Y él responde:

“—Estaba en Miami en asuntos de negocios y de pronto se me ocurrió comprar una tumbadora”.

Tal era Marlon Brando a los 32 años y con un Oscar. No imaginaba ser el formidable don  Vito Corleone de El Padrino, pero sí sentaba pautas en la actuación cinematográfica, llenaba las salas de los teatros y los fans se desvivían por seguir cada una de sus declaraciones y actos.

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