ribbon

Y ganó el béisbol

18 de enero de 2020

|

bate-pelota-guanteRecorrieron el apartamento. Las ventanas de cristal sustituían a las de madera. Los estrenados closet hechos de un derivado del petróleo de nombre impronunciable. Las paredes pintadas. La cocina reconstruida desde el piso al techo y con nuevos equipos electrodomésticos. Para el recuerdo arqueológico, conservaron la vieja olla de presión INPUT. Todo limpio y en su lugar, envuelto en un refrescante olor a jazmín. Y sin embargo, la anciana temía no cumplir las especificaciones de la carta del hijo, traída por el amigo junto a la buena suma de dinero. El esposo trataba de disolverle las preocupaciones, pero presentía que ella tenía razón. Cuando viajaron a París a conocer a los nietos, la amable francesa mostró las reglas del juego reinantes en su hogar.
En aquel hogar francés inmaculado, regía el Dios Cronos hasta para el bebé recién nacido. Prohibido el besuqueo y mecerlo para dormir. El mayor ya un escolar, tiempos medidos para el estudio y el juego. En las mañanas dominicales, el abuelo logró acompañarlo a la cancha de fútbol, su deporte favorito. Jugaba en un team de menores de la misma edad. Era un chico despierto e intranquilo que hacía todo lo posible por romper los horarios estrictos con la ayuda del padre y frente a una madre que por dentro aceptaba que a la sangre caribeña nunca podría someterla por completo.
La llegada en día soleado y de las predicciones atmosféricas cumplidas, obtuvo la sonrisa de la extranjera. Los ojos aprobatorios repasaron la pulcritud del apartamento y admiraron la olla INPUT todavía en funcionamiento. Aquel misterio de isla olorosa a mar, la envolvió y cayó subyugada como años antes frente al ingeniero cubano. Los reguetones en bicitaxis la asustaron un poco mientras que al más pequeño lo hacían saltar al compás para asombro de todos. El mayor había entrado al aeropuerto habanero con el balón de fútbol en la mano y con pedido de cancha en los ojos.
El francesito consiguió un terreno y aficionados de su edad. La camiseta legítima de su equipo favorito y los botines reglamentarios causaron primero cierto escozor. Mas en la niñez, la envidia es brisa y no huracán. Pronto se rindieron ante las habilidades del visitante, contento de brindar instrucción especializada a sus congéneres. En pago, lo invitaban a juegos de béisbol manigüero, contemplado con admiración aunque no lo comprendiera.
El abuelo, frente a la asustada visitante ante tal aglomeración de muchachos gritones en el pequeño apartamento, reunió a todos los peloteros ante el televisor. Los engatusó con el estreno de aquella pantalla a sus ojos gigantesca y el suministro de una merienda nocturna especial. La pérdida de los Industriales los hizo proferir alguna palabra mal sonante a la que se unió el francesito, nuevo aficionado al equipo azul.
El día lloroso de la partida, el viajero regaló el balón, la camiseta y los botines a los nuevos amigos. Y los peloteros le entregaron una gorra con un león y un bate con el nombre de todos, creado por un padre artesano. El abuelo puso en sus manos una pelota gastada y con manchas. Era la pelota de la niñez del padre que el niño apretó con fuerza.

Galería de Imágenes

Comentarios