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El Malecón sin ti

28 de septiembre de 2019

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1 nsoZxGS4yuKDyoAZ6JUlTwEntró en la habitación. Ella no lo notó. Recostada en el respaldar de la cama, sobre las piernas, el radio. Los ojos cerrados y la expresión plácida en el rostro. Los fuertes dolores, controlados. Solo esa penita, así le decía ella, que le recorría la columna. Pegado al almohadón, el teléfono. Todo a mano para su comodidad.
A golpes de batería volaban unos globos rojos y la enferma los impulsaba marcando el compás en sus piernas inmóviles. Algún globo escapaba. En las manos aparecía el síntoma de la lentitud, pero todavía podía marcar los números telefónicos. Llamaba a todos los programas musicales de la radio y solicitaba los títulos popularizados entre los años sesenta y noventa del pasado siglo.
Esos treinta años encerraban la felicidad de los dos. Una felicidad en trozos pequeños. El sueño de los hijos se les disolvió después de la visita a los especialistas. Engañaron la conformidad, cumpliendo en sus oficios y tomando el derecho al domingo para la comida en un restaurante de mediana categoría, un cine de estreno y la larga cola del Coppelia que servía para comentar la película. Y al final, el Malecón. No eran tiempos del plástico, ni de latas de cerveza, ni de maniseros. Solo el sonido de las olas todavía orgullosamente limpias y alguna guitarra de trovador. A él le gustaba bailar y lo hacía en las fiestas del taller o en la casa de alguna amistad. Tan seguidora de los Van Van e incapacitada para adorarlos con los pies. Quizás ya lo impedía el germen de la enfermedad congénita. La mirada de ella lo extrajo del recuerdo. Sonreía. Lo descubrió mientras el locutor anunciaba tres canciones seguidas con el francés. Ni los años, dinamitaron la expresividad de esa voz afilada, ducha en vocablos aprehendidos de las buenas lecturas que con delicadeza de maestra voluntaria le hizo conocer a él. .
Sentado ya a su lado, ojos cerrados para imaginarla entera, la oía hablar de Venecia. Siempre soñó con la visita que harían a Venecia, sabiendo que jamás la cumplirían. Ese era su extraño poder. Aceptar la realidad porque la disfrazaba de ensoñaciones. Hoy también, él la acompañaba en el paseo en góndola aunque hacía poco leyó que la Venecia se esfumaba en manos de mercaderes del ocio. Turbias las aguas, las góndolas atascadas por tanta góndola para tantos turistas, los palacetes ocupados por extranjeros y los envoltorios de la comida chatarra cayendo desde los puentes. Nunca se lo revelaría. Continuaría viajando junto a ella en la góndola de sus sueños. Y muy adentro le nacía un estribillo incansable mientras la observaba. ¿Qué sería el Malecón sin ti? ¿Qué será el Malecón sin ti?

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