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Mal que afecta a todos

16 de septiembre de 2019

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Cuando se habla de pobreza infantil, uno puede pensar, es lógico, en aquellos países subdesarrollados, con grandes carencias y sin un poder gubernamental que se ocupe realmente de ello, pretextando o no la falta de recursos.

Cierto, la pobreza es el mayor de todos los males, pero no sólo golpea a las naciones subdesarrolladas, sino también a aquellas que ostentan grandes riquezas y crecimientos, pero con enormes desigualdades sociales.

Para comprender esto hay que pensar que en la tierra de los buenos turrones y fabada, y en el que lleva al máximo la obesidad con sus hamburguesas y donuts, España y Estados Unidos, respectivamente, tienen índices de cuidado, con el 15% de su población infantil pobre, sin que se haga mucho para enmendar los entuertos.

Más de 30 millones de niños en 35 países desarrollados viven en situación de pobreza, según un estudio del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF).

Trece millones de menores de las naciones miembros de la Unión Europea, más Islandia y Noruega, no tienen cubiertas las necesidades básicas para su desarrollo, y ello no puede mejorarse mucho, por el contrario, debido al impacto de las políticas de austeridad y de recorte de los gastos sociales en la vida de los menores.

Para realizar el estudio se analizaron dos grandes variantes. En primer lugar, la de la llamada pobreza relativa, la cual corresponde a los niños que viven en hogares donde los ingresos son equivalentes a la mitad del promedio nacional.

En segundo lugar, los expertos tuvieron en cuenta la situación de privación, que se da cuando un menor carece de dos o más de los 14 elementos considerados indispensables, entre los que figuran, tres comidas al día, libros para sus estudios o dos pares de zapatos.

El estudio, realizado en 35 países de la Unión Europea y la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), concluye que Rumanía, EE. UU., Letonia, Bulgaria y España son las naciones con el mayor porcentaje de pobreza infantil relativa, mientras que la mejor situación corresponde a Islandia, Suecia y Noruega.

Existe, según el informe, “una falta de prioridad gubernamental” en países desarrollados como España, Grecia, Italia, Japón, Letonia, Suiza y EE. UU.

Incluso en naciones donde la participación estatal para combatir este problema es alta, los datos no son satisfactorios. Aunque Francia ocupa el primer lugar europeo con un gasto del 3,7% del Producto Interno Bruto en esta materia, el 10,1% de niños sufren carencias y el 8,8% están en situación de pobreza relativa.

Y, sin duda, y no hace falta que algún investigador o experto lo afirme, lo grave de esto es que la tasa de pobreza infantil de un país es el indicador más importante que una sociedad tiene sobre sí misma, y revela cómo ésta protege a sus ciudadanos más vulnerables.

 

Desigualdad social

La desigualdad social impide que entre en juego la lógica de que en los países desarrollados la tasa de privación debería estar muy próxima al 0%, y es bochornoso para esos gobernantes capitalistas de naciones como Francia, Italia, Grecia y Portugal, por ejemplo, los menores tengan tanta carencia de los elementos básicos para llevar una vida normal.

Y estamos tratando sobre naciones desarrolladas, sin tocar nada de las del Sur, muy esquilmadas por las primeras, que tienen muchos de sus avances gracias a la explotación del hombre por el hombre.

Ello hace que la pobreza golpee, se ensañe y perjudique el posterior desenvolvimiento de la niñez, porque la mayoría de las personas que viven en esa situación son niños y niñas.

Impide la realización de los derechos de la infancia, ya que debilita el entorno protector del menor de edad: el maltrato y la explotación de la infancia están vinculados a una pobreza generalizada y profundamente arraigada.

La pobreza también arruina sus vidas, debido a la mala salud y la desnutrición, y frena su desarrollo físico y mental, menoscaba su energía y socava su confianza en el futuro. En ninguna sociedad se ha producido su reducción amplia sin haber realizado primero inversiones cuantiosas en el derecho a la salud, la nutrición y la educación básica de sus habitantes.

La pobreza se trasmite de una generación a la siguiente. Por ejemplo, madres empobrecidas y desnutridas dan a menudo a luz niños y niñas con bajo peso. Estos recién nacidos corren un mayor peligro de morir y, si sobreviven, tienen menos posibilidades de crecer y desarrollarse plenamente.

La desnutrición crónica, la carencia de micronutrientes y una recurrencia de las enfermedades pueden causar un bajo rendimiento escolar. De esta manera, los niños y niñas afectados suelen abandonar la escuela más temprano y trabajar en ocupaciones por debajo de la línea de la pobreza, si es que consiguen encontrar trabajo.

Quebrar este ciclo de pobreza depende de las inversiones que realicen los gobiernos, la sociedad civil y las familias en los derechos y el bienestar de la infancia, y en los derechos de la mujer.

Invertir en la salud, la nutrición, la educación y el desarrollo social, emocional y cognoscitivo de la infancia, y en el logro de la igualdad de género, no es únicamente una inversión en una sociedad más democrática e igualitaria, sino que también es una inversión en una población más sana, más alfabetizada y, en última instancia, más productiva. Invertir en la infancia es una decisión moralmente correcta.

Se habla de que hay que luchar por lo anterior, porque forma parte de los denominados Objetivos del Milenio, de lo que nuestro país es un gran cumplidor, a pesar de las carencias que produce un criminal bloqueo, porque aquí se lucha para que todos tengamos derecho a la calidad de vida lo mejor posible, y comienza desde la cuna.

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