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Un nené del siglo XXI

14 de septiembre de 2019

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abuela-nieto-vvvDe pie, parada en atención frente a la cuna, la recién estrenada abuela planeaba los próximos pasos. Esa indiscreta amiga, orgullosa de su nieto adolescente ya no la atosigaba con la pregunta del tuyo, ¿pá cuando? Si antes la deshonra de una mujer era quedarse para vestir santos, ahora era quedarse para vestir nietos ajenos. Y hasta fue capaz de insinuar que su hijo, tenía algún problemita. Problemita ese cuarentón atlético, perseguido por las miradas de las muchachas, machazo entero desde las entrepiernas hasta en su personalidad de triunfador, el primero en todas partes.
Moderno hasta el extremo, él lo decidió junto a la esposa. Solo vendría el hijo, un solo hijo, al rozar el límite de las aspiraciones porque afirmaban los dos, la cúspide siempre está un paso mas allá. No era que él se dejaba manejar por la mujer, se repetía esta abuela, lo cierto era que ambos marchaban, mejor dicho, corrían en la vorágine del siglo veintiuno, este que le demoró el nieto.
Tocante al nené maravilloso, impuso su parecer en el nombre. Por lo menos, en un segundo nombre llevaría el del padre, idéntico al del abuelo y el bisabuelo. Después de unos encuentros cercanos siempre con las palabras más aceptadas por el diccionario de la academia, la convenció a usar en los primeros tres meses los pañales bordados en que ella acunó al machazo del padre. Y lo de la lactancia materna como buena profesional informada, estuvo siempre de acuerdo. Lo acometería hasta los seis meses. Usaba unas especies de pezones para que no se le lastimaran los naturales y hasta tenía palabreado la cirugía por si se les caían. También coordinó desde el primer mes de gestación la cesárea, nunca supo con cuál ardid.
Restaba la otra pelea todavía no ganada. El adorado comenzaba el tercer mes. Era la fecha indicada. Con el cambio de pañales por los desechables venidos de afuera, la alimentación del bebé exigía un agregado. Ya había dado los primeros pasos con las insinuaciones y las fotos del rollizo papá de piel sonrosada captada por una cámara de antes. A la leche materna se agregaría el puré de malanga con picadillo de carne de ternera legítima. Con la más dulce de su sonrisa perfecta, la nueva mamá se hacía la sorda. Emplearía otro método más agresivo.
Parada frente a la cuna, un movimiento y el inicio de la dulce protesta del divino la advirtió. Necesitaba el cambio del desechable. Al aire quedaron las muestras que fijan el sexo en la inscripción de nacimiento confeccionada en el hospital de Maternidad. Junto a ella llegaba la nuera porque ni en las súper computadoras enterradas bajo tierra se guarda el secreto de la sensibilidad materna. Al notar el arrobamiento de la mamá, la suegra dispuso el ataque. Señalando los llamados huevitos según la tradición coloquial española, exclamó orgullosa: Con purés de malanga con picadillo de ternera legítima, hice crecer los del machazo de tu marido. Sin perder ternura ni compostura, recibió la afilada respuesta: Las vitaminas y minerales presentes en el puré de papa con picadillo de ternera legítima no determinan esos crecimientos fabulosos y, mucho menos, la futura orientación sexual.

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