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Un frecuente síndrome

29 de marzo de 2013

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Los psicólogos aplican ese término a “los niños que se caracterizan por la insensibilidad emocional, poca respuesta ante el castigo, dificultades para desarrollar sentimientos de culpa y carencia afectiva hacia los padres, hermanos u  otros adultos”. Es un cuadro evitable a partir del primer año, y evidente a los 7-8 años de edad, cuando ya despliega  su egoísmo, violencia y agresividad. Influyen causas tan variadas como genéticas y ambientales, pero coinciden en muchos el  hecho de ser hijos únicos o de padres añosos, permisivos, que no saben establecer límites ni ejercer su autoridad. Hasta que un día se les oye
admitir: “no puedo con mi hijo”
Triste resultado de los padres sobreprotectores, que claudican ante los caprichos de retoños, accediendo a sus deseos, incapaces de verlos llorar.  Y es, precisamente, la rabieta, el arma con que  manipulan a los padres para salirse con la suya., y estos, avergonzados ante los demás, le complacen para callarlo.
Son problemas gestados en la infancia, la mayoría, a tiempo, evitables. Frenar el desarrollo del “síndrome del emperador” es posible si se establecen normas y se fijan los límites apropiados a cada edad, antes de que lleguen a la
adolescencia como seres desajustados, en un camino seguro a convertirse en adultos disociados,  o peor aún, antisociales.
¿Cómo evitarlo? Lea,  reflexione y aplíquelo:
-Establezca reglas claras y explíqueles las razones a sus hijos.
-Papá y mamá deben tener la misma opinión respecto a un problema.
-Mostrarse persistentes respecto a lo que hayan decidido.
-No imponer un castigo que luego no se cumpla.
-Procurar gratificar, en vez de castigar.

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