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Nace el compositor francés Héctor Berlioz

29 de marzo de 2013

Con Berlioz se produce, para muchas personas, un fenómeno muy significativo, que viene a demostrar cuán mínimo es el peso del gusto personal, de la opinión particular, ante la importancia adquirida por ciertas obras, dentro del desarrollo orgánico de la historia de un arte…..
Sobre eso, el erudito musicógrafo cubano Alejo Carpentier dijo lo siguiente: “Salvo en lo que se refiere a ciertos pasajes de “Romeo y Julieta” o “La infancia de Cristo”, debo confesar que la melodía de Berlioz me deja completamente frío.
Nunca he tenido un instante de emoción al escuchar “La condenación de Fausto”, el Réquiem y, menos aún, durante la ejecución de algunas de sus célebres oberturas. No pretendo que esa insensibilidad sea compartida por otros. Pero, en lo que se refiere a mí, no logro entrar en el mundo de la inspiración berlioziana: encuentro poco poéticas sus ideas, poco inspiradas, a menudo triviales (como la que abre el episodio del “Baile” en la Sinfonía fantástica). En una palabra: que no me conmueve su música.
Su lirismo es letra muerta para mí”.

Sin embargo, hay que reconocer que Héctor Berlioz es uno de los compositores más importantes de la historia de la música. Y más aún: si Berlioz no hubiera existido, hubiera sido preciso inventar otro Berlioz para ponerlo en su lugar. Y es que ese hombre, auténticamente formalista en lo instrumental, fue sencillamente el creador de la orquesta moderna: esa orquesta que Weber había intuido pero que Berlioz fijó con un sentido tan profético, tan agorero, de sus posibilidades latentes y futuras, que hasta los días de Ricardo Strauss, no se inventó nada nuevo en el terreno de la instrumentación. Y así como algunos pueden no gustar de la Sinfonía fantástica, por ejemplo, hoy nadie podría negar que su estreno fue el acontecimiento musical más importante que haya tenido lugar, en Europa, en los años que siguieron a la primera interpretación de la Novena Sinfonía de Beethoven. Era el primer gran paso de avance; la instauración de una nueva técnica, el nacimiento de un nuevo concepto de la orquesta, a lo que se suma, por supuesto, el abecé del método, que es, para todos los compositores, el Tratado de instrumentación de Berlioz.
Por lo demás, el compositor francés fue un romántico desaforado, para quien sólo importaban los “estados del alma”, las congojas íntimas, las pasiones personales. Cualquier amor de Hector Berlioz pasaba a su obra, en imagen agigantada. Era el intento de suicidio por opio, en la “Marcha al cadalso”; era la confidencia pública en “Lelio”; era el cromo a lo Walter Scott, en “El corsario”; la moda de los bandidos y ruinas de Italia, en “Haroldo”.

Susceptible, orgulloso, atormentado, Héctor Berlioz murió en París, en 1869, a los 66 años de una vida que se había iniciado en La Côte-Saint André, Isère, hace 204 años, UN DIA COMO HOY.