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Con Santiago Álvarez, cronista del tercer mundo (I)

7 de marzo de 2019

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En la ficha que redacté en 1997 con destino el Diccionario de realizadores del cine latinoamericano, con destino a Ediciones El Jilguero, de Buenos Aires, fue particularmente difícil sintetizar, en el espacio exigido por los editores, la trayectoria de ese documentalista mayor que fuera Santiago Álvarez.

Cronista del Tercer Mundo por antonomasia, Santiago confesó a Cahiers du cinema que no nació artista, sino que aprendió a serlo. Su vocación de adolescente fue la medicina y la estudió dos años en la Universidad. A los quince años fue aprendiz de cajista y linotipista; apasionado de la radio, dirigió una hora dominical en dos emisoras. Marchó a Estados Unidos en busca de nuevos horizontes, donde realizó diversos trabajos. Allá estudió sicología e historia en la Universidad de Columbia, en Nueva York. Al regresar a Cuba es uno de los fundadores de la Sociedad Cultural «Nuestro Tiempo» que agrupaba a jóvenes intelectuales de izquierda y donde realizó tareas administrativas. Cursó estudios de Filosofía y Letras en la Universidad de La Habana. Miembro del Partido Socialista Popular, participó activamente en la lucha clandestina contra la tiranía batistiana.

Santiago integró el grupo fundador del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC) en 1959, creó el Noticiero ICAIC Latinoamericano en 1960 al que imprimió un estilo particular innovador del periodismo cinematográfico y dirigió el Departamento de Cortometrajes en el período 1961-1967. Si Georges Sadoul lo calificó de «hombre fundamental en el que siempre destaca la fuerza de sus imágenes», Derek Malcolm lo llama «el maestro de la moviola». Según el venezolano Edmundo Aray: «desmesura la imaginación, y organiza la metáfora, el símil, las contraposiciones y las asociaciones simbólicas para que la vida no se escape y el mensaje adquiera eficacia ideológica». Rigurosamente internacionalista, Santiago Álvarez ha recorrido con su cámara más de 90 países. Legó a la historia del cine documental clásicos como Now! (1965) –conceptuado por algunos de precursor del actual video-clip–, Ciclón (1963), Hanoi, martes 13 (1967), L.B.J. (1968) y 79 primaveras (1969).

No es reiterativo señalar que el rasgo estilístico predominante en la prolífica obra de Álvarez –que él llamo documentalurgia– es la mezcla extraordinariamente rítmica de las formas visuales y auditivas al apelar a todo lo que esté a su alcance (metraje documental histórico, fotos fijas, imágenes de ficción, animación, carteles) con cierta dosis de ironía y sátira para trasmitir su mensaje. Aunque apeló a elementos de ficción en su cortometraje El sueño del pongo (1970), su única incursión en el largometraje argumental, Los refugiados de la Cueva del Muerto (1983), quedó muy por debajo de las expectativas. En un balance de su filmografía es indudable que sus primeros cortometrajes prevalecen por méritos propios sobre las obras posteriores de mayor duración. Ante el descenso de la producción documental en el cine cubano, el casi octogenario cineasta, en su infatigable defensa del Cine urgente, incursionó en el vídeo como alternativa. Santiago Álvarez insistió en que «el cine documental no es un género menor, como se cree, sino una actitud ante la vida, ante la injusticia, ante la belleza y la mejor forma de promover los intereses del Tercer Mundo».

Esta entrevista que recuperamos a propósito de la conmemoración del centenario de Santiago Álvarez nos la concedió en Santiago de Cuba, ciudad que le transmitía una particular energía.

 

Cronista del Tercer Mundo llamó Edmundo Aray a la compilación bibliográfica que realizó de su quehacer cinematográfico, ¿qué opina sobre esta definición?

Es un poco amplia, seguramente Edmundo Aray al preparar el libro sobre mi obra y advertir que he recorrido durante treinta años los lugares donde la historia contemporánea ha sido muy fuerte y muy dramática, pensó en lo del Tercer Mundo.

Yo he estado en Vietnam, Kampuchea, Laos, Mozambique, en Angola, Etiopía, en varios países de América Latina como son México, Uruguay, Argentina, Chile; todos excepto Haití. Los he visitado, realizado documentales en todos ellos y es posible que esto conforme una idea del trabajo de uno como cronista de los países del Tercer Mundo. El trabajo de un cronista cinematográfico; no es el de un cronista de prensa escrita ni de otro medio de comunicación, y a partir de ahí se le habrá ocurrido titular el libro de esa forma.

 

Santiago Álvarez junto a Marta Rojas, ambos Premios Nacionales de Periodismo José Martí, destacados corresponsales de guerra cubanos durante el conflicto bélico imperialista en Vietnam, en 1975. “Cine para no olvidar” es el homenaje que se está preparando en Cuba  por el centenario de Santiago Álvarez, uno de los documentalistas más importantes en la América Latina del siglo XX.

Santiago Álvarez junto a Marta Rojas, ambos Premios Nacionales de Periodismo José Martí, destacados corresponsales de guerra cubanos durante el conflicto bélico imperialista en Vietnam, en 1975. “Cine para no olvidar” es el homenaje que se está preparando en Cuba por el centenario de Santiago Álvarez, uno de los documentalistas más importantes en la América Latina del siglo XX.

 

En su amplia filmografía usted cuenta con una considerable cantidad de clásicos, ¿existe algún título que sea el que prefiera?

Es difícil responder porque cada circunstancia ha tenido sus emociones, sus características; circunscribirse a uno o dos momentos se me dificulta aunque, por ejemplo, Hanoi, martes 13 a mí me gusta mucho por razones obvias. Primero por-que fui protagonista del primer bombardeo a Hanoi por parte de los agresores yanquis, y segundo, porque el pueblo vietnamita, el conocimiento que he tenido de ese pueblo, las quince veces que he estado allí –antes, durante y después de la guerra–, me ha imbuido de un amor y una pasión por Vietnam, por lo que ha significado durante siglos, que ha tenido que estar luchando contra todo tipo de imperialismo: el feudalismo chino, contra al colonialismo francés y por último contra el imperialismo norteamericano.

De cierta manera, como he trabajado bastante –he realizado más de una docena de documentales sobre ese país–, es posible que me atraiga sentimentalmente ese trabajo continuo allí; aparte de las características muy especiales que tiene su pueblo, que con sus manos, pies y modo de luchar contra el enemigo, venció al más grande de los imperialismos de todas las épocas, al más sofisticado de todos los imperialismos. Un pueblo pobre, semidesnudo, sin zapatos, sin las botas militares con las que evitaban los soldados norteamericanos que le picaran las serpientes venenosas, sin el agua potable que tomaban los soldados yanquis; llenos de malaria, de parásitos, hambrientos, lucharon sin descanso contra el agresor de todos los tiempos. Por ellos siento un especial cariño. El trabajo que he realizado en esos lugares penetró muy adentro en mis sentimientos.

 

Existen tres elementos básicos en su cine documental: la edición, la música y la gráfica. Sin embargo, Rebeca Chávez, que fuera asistente suya, lo califica como «el misterio de la intuición». Cuando planifica un documental, ¿realmente surge como un fruto de la intuición?

Si la intuición tiene que ver con la magia y el misterio, es probable que sea verdad. Sin embargo, me parece que no es realmente lo más correcto decir que el trabajo mío es intuitivo solamente. Si yo no hubiera tenido la experiencia que tuve en mi vida, si no hubiera estado en los Estados Unidos, si no hubiera trabajado de lavaplatos en Nueva York, si no hubiera sido minero, si no hubiera realizado todo el trabajo anterior a cuando empecé a hacer cine, si no tuviera la experiencia de un joven rebelde ante la injusticia de su tiempo, si no hubiera trabajado en una hora de radio juvenil cuando tenía catorce y quince años, porque tenía una vocación política, si no hubiera tenido todo este background, creo que la intuición no daría resultado.

Puede que sí, que haya algo desde un punto de vista «misterioso» de lo intuitivo, pero es que si lo intuitivo no va ligado a una realidad que uno ha vivido, la experiencia que ha tenido durante esa realidad, no se hubiera convertido en algo intuitivo.

 

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Luego, pongo en duda la concepción de intuición en relación con el trabajo, porque por muy intuitivo que uno sea, si tú no tienes una base cultural, una experiencia de la realidad que viviste, no creo que lo intuitivo saldría a flote. Hay quien cree que se nace sabio, pero nadie nace sabiéndolo todo; sino que a través del tiempo se educa, aprende, obtiene experiencias de la vida, recibe esa experiencia, la reelabora mentalmente, sentimentalmente; entonces sale lo intuitivo. Una vez explicado por mí qué estimo como intuitivo, si es lo que se comprende por el trabajo que he realizado en treinta años como cineasta, bueno, aceptemos entonces que es intuitivo.

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