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Prohibido olvidar

14 de febrero de 2019

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En una de las pocas cosas dignas que ha dicho en su vida, el secretario general de la Organización de Estados Americanos, Luis Almagro, reconoció lo injusto de la expulsión de Dilma Rousseff de la Presidencia de Brasil, al señalar que “no ha sido acusada de nada”, e indirectamente admitió que la depuesta mandataria sólo vivía de su salario.

Pero eso sólo fue en un momento, porque tenía que seguir el guión dictado por el Imperio y la oligarquía local, que utilizaron la cantaleta de la corrupción para impedir que Lula, al que no podían derrotar en las urnas, participara en las elecciones en las que ganó el fascista Jair Bolsonaro.

Sólo así llegó al poder un partido político de ultraderecha que Estados Unidos controla férreamente con disímiles propósitos, uno de ellos es el de poner fin a la creciente relación de Brasil con China y Rusia.

Por supuesto, la maledicencia hacia Cuba, tan cara al imperialismo, estuvo en su apogeo con el fin de la permanencia de miles de galenos cubanos en las más pobres y apartadas zonas del país y la campaña oficial de colocar a la Isla en el eje de un mal al que hay que eliminar,

Pero creo que el punto más querido por el Imperio fue la decisión presidencial de hacer valer su deseo de no dejar huella de posesión aborigen en el amplio territorio ocupado por miles de indígenas, la mayoría de los cuales fueron víctimas de la propaganda engañosa del mandatario, con el fin de conseguir su voto y hacer realdad la entrega de las ricas tierras del Amazonía a mineras y transnacionales.

El significado de esto último es que se ha aumentado el peligro derivado del cambio climático, y algunos expertos han indicado que el papel de Bolsonaro en este sentido es peor que el de Donald Trump, porque en Estados Unidos no existe un lugar semejante a la Amazonia, ni una bancada ruralista en el Congreso, una de las principales aliadas del reaccionario mandatario.

A su vez, Trump, presidente de un país que es uno de los dos principales contaminadores, no sigue el ejemplo chino y, por el contrario, boicoteó el Acuerdo de París contra el cambio climático y dio marcha atrás en la legislación que imponía límites a las emisiones contaminantes de vehículos y de plantas eléctricas que funcionan con carbón.

Asimismo, nombró de entrada al frente de la Agencia de Protección Ambiental a un lobista de la industria petrolera, quien durante el gobierno de Barack Obama demandó 14 veces a esa misma agencia por considerar que sus regulaciones perjudicaban al sector empresario. Y aunque ya no insiste con la teoría conspirativa de que el calentamiento global es un “engaño” orquestado por el gobierno chino, ha llegado a posar de ecologista radical para oponerse a la construcción de un parque eólico, con el argumento de que los molinos de viento “matan pájaros”.

Por el lado de Bolsonaro, el manual del cínico viene con toques de tropicalismo bananero. Su amenaza de retirar a Brasil no sólo del Acuerdo de París, sino directamente de la ONU, organismo que definió como “un local de reunión de comunistas”, es coherente con el rechazo a ser el país anfitrión de la Cumbre del Clima de Naciones Unidas en el 2019.

“La Amazonia es de Brasil, no del mundo” fue un argumento que dio para justificar su negativa a albergar una Conferencia que pretende –según él– disputarles a los brasileños soberanía sobre sus recursos naturales. Una soberanía que a él no le importaría discutir con empresas extranjeras dispuestas invertir en la zona

De ahí que hay que detener la mano de estos depredadores de la Naturaleza. Está prohibido olvidar que el mundo está en peligro ahora más que nunca.

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