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Fascismo al desnudo

19 de noviembre de 2018

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Los más recientes acontecimientos que están teniendo lugar en Brasil –aún antes de la toma de posesión de Jair Bolsonaro– sirven para poner en evidencia el rumbo que tomará ese régimen una vez instalado oficialmente, en correspondencia con las intenciones y propósitos que el candidato anunció en medio de una campaña electoral desigual, asimétrica y adulterada en los más elementales principios de equidad, justicia y decencia que la propia “democracia representativa” dice proteger y defender.

Contrariamente a lo que ocurre habitualmente bajo ese rubro en muchos países de América Latina y el Caribe, cuando las clases dominantes y sus emisarios ven en peligro sus intereses y tratan de maniobrar en las sombras para sostener el poder, en el caso brasileño que nos ocupa, todo (o buena parte) transcurrió de manera pública y sin el menor recato, como si se estuviera siguiendo en detalle un libreto previamente escrito.

Así transcurrió, paso a paso, desde que el llamado Movimiento Democrático Brasileño (MDB) traicionó sus compromisos con el Partido de los Trabajadores –tras la victoria electoral de Dilma Rouseef en las urnas para un segundo mandato– se desmarcó de la coalición de gobierno y patrocinó junto a otros partidos de la derecha desplazada las acusaciones falsas contra la presidenta, que cayeron por su propia base y se demostraron mentirosas e inventadas con propósitos políticos golpistas.

Fue un proceso vergonzoso y sin precedentes en ese país que –sin necesidad de sacar los tanques y los soldados a las calles– revivió los tiempos del golpe militar de 1964. Esta vez no hizo falta proceder de tal manera, pues los factores sediciosos estaban previamente confabulados: el imperialismo yanqui, la derecha política, la oligarquía y sectores decisivos del sistema judicial.

Todo ello, amplificado por los principales medios de comunicación que en Brasil son numerosos y por lo general propiedad de esos mismos grupos empresariales oligárquicos o de las llamadas “iglesias evangélicas”, con base y fuente de financiación en Estados Unidos.

Independientemente de las múltiples interpretaciones que hoy se dan –en un sentido u otro– lo cierto es que en ese escenario apareció la candidatura presidencial de Jair Bolsonaro, un oscuro diputado que en sus tiempos militares solo llegó a capitán, un personaje mediocre desde el punto de vista intelectual sin obra legislativa ni política, pésimo orador que no fue capaz de participar en ningún debate con los demás candidatos previo a los comicios.

Los frutos de la paradójica “victoria electoral” de tal sujeto y su grupo se están anunciando y recogiendo bien temprano. Su extraña combinación de fascismo, neoliberalismo y sumisión al gobierno de Estados Unidos no hace sino presagiar una eventual catástrofe para Brasil y, en especial, para el pueblo trabajador que en su inmensa mayoría –según los datos electorales divulgados– no votó a favor del “ganador”, si se suman cuidadosamente los votos del candidato Hadad y los otros, más los votos nulos, en blanco y los que no concurrieron al acto electoral.

De este modo, el fascismo al desnudo llegó a Planalto. Quedan por ver sus consecuencias.

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